martes, 17 de diciembre de 2013

¡GOODBYE, NELSON!


Has sido un  gran muchacho, Nelson. Gracias por lo que hiciste. ¡Qué seas  feliz por siempre jamás!


         “Nelson” por Eloy Roy

Para parecernos un poco a ti tendríamos que renacer como tú el día que saliste libre después de 27 años de prisión. Sería para todo el mundo una Navidad eterna. Pero ya nos diste bastantes motivos de sentirnos un poco mejor, menos duros, más abiertos, más humanos. Con tu ejemplo has prendido una luz de bondad en nuestro corazón.

Saluda a Jesús de parte nuestra, al que también conocemos mejor gracias a ti. Nunca nos dijiste abiertamente si creías en él o no, pero hiciste cosas grandes que mucho se parecían a las de él. Con eso le has dado al rostro de Jesús unos rasgos negros que le sientan muy bien. Él fue un luchador de corazón noble como tú, y su sonrisa era brillante como la tuya. ¡Goodbye, Nelson!


Paz y amor a todas mis hermanas y hermanos de todos los colores y lenguas, de todas las religiones y anti religiones; a todos los buenos y a los malos,  a todos aquellos que zigzaguean entre los dos (como este servidor y muchos otros).

Paz y amor a mi familia, a mis amigo/as, y por sobre todo a todos  los últimos de la tierra como los pastores beduinos de Tierra santa que no tienen el derecho de existir, los refugiados sirios que se mueren de frío en el desierto, los presos políticos olvidados que se pudren en los calabozos de los “rojos” o de los “blancos”, los aborígenes del Quebec, del Canadá y del Chaco, los jóvenes y los niños que se sienten de más sobre el planeta...¿Cómo no soñar con que todos aquellos humanos que sufren lo insoportable sientan que en la tierra alguien les ama?...

Paz y amor a todos los pobres, a los solidarios, a los “humanitarios”, a los indignados, a los soñadores, a los que lloran y a todos los misioneros de la compasión, de la justicia y de la liberación… ¡que rompa sobre ellos una gigantesca ola de coraje y de espíritu de justicia!

¡Que una inmensa ola de sanación, de amor incondicional y de paz profunda nos junte a todos en un abrazo de libertad y alegría sin fin!


DESPUNTAN EN EL MUNDO
UNA NUEVA CONSCIENCIA Y UNA HUMANIDAD NUEVA


¡FELIZ NAVIDAD!
                                                                              
                                                                                                                                                                Eloy Roy


Favor “feminizar” el vocabulario a su gusto. Gracias.


CELDA Y PESEBRE





Nelson Mandela ha muerto. El que el mundo entero aclama como el “salvador” de su pueblo, fue enterrado vivo durante 18 años en una celda de mala muerte que se parecía a una tumba. Condenado por la Justicia de su país como “terrorista” y “traidor a la patria”, el “liberador” de Sudáfrica habrá pasado en total 27 años de su vida en prisión. 

Esa miserable celda de Mandela en la siniestra prisión de Robben Island me  transporta como por arte de magia hasta el pobre pesebre de  Jesús en Belén. 

Me gusta releer a Jesús a través de Mandela. 

Estos dos hombres que, desde un principio, estaban condenados a la nada, lograron voltear enormes fronteras y alcanzar lo universal. Sortearon barrotes, búnkeres, casillas, normas, marcos y dogmas intocables. No se dejaron atrapar en las jaulas sociales, ideológicas, psicológicas y religiosas de su país y de su tiempo. Hicieron burla del odio y de la venganza. No se doblegaron ante las  prisiones, los pesebres, las cruces y las tumbas que encierran al ser humano en sí mismo  e impiden que alcance su plenitud.  

La vida de Mandela y la de Jesús  despiertan lo que tenemos de mejor dentro de nosotros. Son dos vidas que nos traen aire puro y altura con ganas de no resignarnos jamás a vivir como muertos.

Los dos liberadores tienen también en común el que han sido traicionados por varios discípulos suyos, y no entre los menores.  La sociedad de Sudáfrica está  más dividida que nunca entre una pequeña facción de ricos y una inmensa mayoría de pobres.  El panorama del Occidente tradicionalmente cristiano es apenas más brillante. El Apartheid se renueva cada día  a escala mundial.

Que la alegría de las fiestas navideñas no nos haga olvidar esa gran verdad de que, sin justicia social, la reconciliación y la paz no tienen futuro en ninguna parte del planeta.
                                                                           Eloy Roy


miércoles, 27 de noviembre de 2013

OVEJAS DENTRO DE LA CASA

 
En La alegría del Evangelio,  que el  Papa Francisco acaba de publicar, descubro sin ninguna sorpresa que la mayoría de las “herejías” que se sospechaban  de mí son ahora palabras papales para difundir por todo el mundo. Lástima que la Iglesia haya tenido que estar al borde de la quiebra para que ese arrebato de simple sentido común comenzara a sacarla de su letargo.  Era tiempo.  Me alegro, pues.


MI ÚLTIMO BLOG

Por lo que a mí respecta, la experiencia de este blog ha sido muy rica. Pero ha llegado la hora de cambiar de disco. Hace años que voy dejando a un lado cosas que me apasionan.  Siempre digo: “Me meteré en eso cuando sea viejo.” No sé si habré llegado a tan viejo, pero  antes de morir, me apremia la necesidad  de juntar  mis  energías para concentrarme  en lo esencial.   A través de mis modestos escritos, algo de ese esencial se ha podido divisar,  pero, para ser sincero, lo estoy buscando  aún.  Por eso, de ahora en adelante, me quiero  dedicar enteramente a esa búsqueda.

Agradezco muy sinceramente a las personas que me han  acompañado en la aventura de este blog. Seguiremos unidos como antes, pero por otros canales. En señal de amistad me despido de ustedes con este último texto sobre pastores y ovejas… para cambiar:   

                    OVEJAS DENTRO DE LA CASA




“Cuando des un banquete, no invites a tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos… Invita más bien a los pobres, a los descapacitados, a los cojos y a los ciegos…” (Lucas 14, 12-13)

En Puerta de Juella, las ovejas andan libres como el viento y en la noche duermen al sereno detrás de los matorrales. Todo es tan pacífico por allí y el clima tan suave que un aprisco estaría de sobra; por eso no tienen. Pero, en estos días, acecha el lobo. Anoche nomás vino y mató tres ovejas. Mientras quede una sola oveja con vida, volverá. Es la ley de los lobos.

Así que sin aprisco las ovejas están perdidas y al pastor no le queda  más remedio que evacuar su humilde casa junto con su familia, y meter  las ovejas adentro. Antes de retirarse, sin embargo, el pastor toma la precaución de dejar una ventana abierta. Por el lobo…


Mientras las ovejas ocupan la casa del pastor, el pastor y su familia se mudan al área de las ovejas. Se agazapan detrás de los matorrales y se resguardan del sereno con la lana de sus ponchos.  Los más grandes empuñan una escopeta y los más jóvenes, un palo. Duermen de un ojo, y el otro lo tienen puesto en la ventana. 

El lobo no tiene prisa. Transcurren las noches sin que nada ocurra.  Pero al cabo de catorce días, algo por fin se da. Una larga sombra se está perfilando entre las ramas y se desliza sigilosamente hacia la casa. Dentro de la casa, las ovejas se agitan y se han puesto a gemir.

La sombra está nerviosa, como si oliera la presencia del pastor y adivinara sus intenciones. Pero la llamada de la sangre es más fuerte que todo. La sombra da un brinco rápido hacia la ventana mientras un disparo estrepitoso desgarra la noche. Sigue un ruido sordo. Sobre el suelo se extiende una enorme mancha negra que se retuerce un rato y luego estira la pata. Ha muerto el lobo.  

Los buenos pastores de la iglesia son así. Una o dos veces por año, salen del templo junto con sus parroquianos y van al encuentro de las personas solas, de los pobres, marginales y excluidos. Los meten a todos en la casa de Dios y les hacen una gran fiesta. Porque la iglesia es la casa de los últimos donde siempre tienen reservados los primeros asientos.

Esas mujeres y hombres, con o sin pastores, que se esmeran para que los últimos ocupen un lugar central en la sociedad (y en la iglesia), son los que han arrancado del corazón de Jesús el maravilloso canto de las Bienaventuranzas. Ellos son la señal de que el Reino de Dios está en marcha.  

El mismo Jesús, el que toda la vida trató de poner patas arriba el «orden» de los lobos, se reconoce como en un espejo en esa gente de gran humanidad. A él le costó la vida, por cierto,  pero fue un pastor macanudo.

                                                                                         
                                                                                                     Eloy Roy



viernes, 1 de noviembre de 2013

CÓMO UN PETIZO LLEGÓ A SER UN GRAN HOMBRE

       

                                                                                    
Lucas 19, 1-10

Zaqueo es colector de impuestos y por demás corrupto. Chupa la sangre de sus compatriotas para enriquecer al enemigo romano que coloniza el país. Cobra extras para llenarse los bolsillos además de recibir una jugosa comisión de los romanos y beneficiarse de su protección. Zaqueo no ha encontrado nada mejor para lucirse.

Porque Zaqueo tiene un complejo que lo mata. Ser tan petizo es su calvario. Todo el mundo se burla él. El sueño de su vida es crecer. Más que un sueño es una obsesión. ¿Pero cómo? … No hay forma.

Entonces decide venderse, prostituirse, pegarse como sanguijuela a las patas de los de arriba.  Que sean enemigos no tiene importancia, con tal que tengan poder y plata. Y es así como Zaqueo se pone  al servicio de los romanos, y de hombre insignificante pasa a ser el ricachón del pueblo. Todos lo odian y le tiemblan, pero nadie le falta el respeto…Por fin, Zaqueo es alguien.

Zaqueo es una basura, un sembrador de muerte como los hay por todas partes, en los gobiernos, en las empresas, en los bancos, en la economía mundial y aún en las religiones. Su casa es una fortaleza impenetrable. Nadie entra en ella.

De repente se oye bulla en la calle. Es Jesús el que pasa por allí junto con un tropel de gente alegre.

- ¿Jesús, el curandero famoso que hace milagros? piensa Zaqueo.  ¡Qué suerte! En una de esas me hace crecer de un par de centímetros. ¿Por qué no?...  Además tengo plata, eso siempre ayuda…

Zaqueo ya no se aguanta. Impulsado por el viejo sueño de crecer como una persona normal, se precipita fuera de su búnker y trepa a un árbol con la agilidad de un niño… Desde arriba, por fin, ve otra cosa que los pies de la gente; ve a Jesús. Y Jesús ve a ese hombre ya maduro encaramado en el árbol. Parece mentira. Colgado de una rama y haciendo señas de la mano como un mono, se encuentra nada menos que el ser más malvado del pueblo. Jesús se ríe a carcajadas y le grita:

- ¡Oye, Zaqueo, bájate pronto de allá! ¡Quiero  ir a tu casa!

El petizo malvado casi se desmaya. En un santiamén se deja caer del árbol y se apresura a abrir la puerta de su casa a Jesús y a los que lo siguen. Algunos no entran. La Ley de los sacerdotes prohíbe que se pise la casa de un pecador. Pero Jesús y sus seguidores más cercanos no tienen esa clase de escrúpulos. Penetran con su alegría, su simplicidad y su libertad en esa casa que efectivamente no es más que una tumba. La llenan con el aire fresco de su humanidad  mientras el corazón ulcerado del petizo se inunda de luz.

Nadie juzga a Zaqueo.  Es  primera vez que esto ocurre. Zaqueo se pone tan feliz que pierde la cabeza. Abrazando a Jesús y a sus amigos y amigas les declara:

- Doy la mitad de mis bienes a los pobres. Y todo lo que yo robé, ¡lo devolveré multiplicado por cuatro!

En ese mero instante Zaqueo, sin darse cuenta, se ha convertido en un hombre muy grande.  Aún hoy se habla de cómo ese ser de poca estatura creció a los ojos de todos. Su historia se cuenta por todo el mundo.

Lo que a Zaqueo le salvó fue su corazón de niño. Este corazón puro dormía bajo una montaña de dolor, de vergüenza, de traiciones y toda clase de disparates. El corazón de niño era el tesoro escondido, la perla preciosa, el ser profundo, el “verdadero yo” de Zaqueo;  era la imagen de Dios, el Reino, el hombre nuevo, el resucitado que dormía en el fondo de su ser. Ese corazón de luz se despertó y emergió del montón de basura que Zaqueo había sido  porque, un día, alguien lo vio como Dios siempre lo veía. ¿Quién hubiera dicho?...

Dios no juzga según las apariencias…


                                                                           Eloy Roy

viernes, 11 de octubre de 2013

PERRO PASTOR


   “El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir”…Juan 10,10

   


Nubes de tierra vuelan detrás de una cosa terrible que baja como cohete de la montaña. De su boca salen chorros de baba y colmillos filosos como cuchillas. Es una bola de pelos con ojos ardientes, un demonio que brinca y  ladra desesperado por engullirme  a mí y a mi caballo.

Es un perro pastor, un perro ovejero, que cuida las ovejas y las defiende. No deja que se acerque al rebaño ni lobo, ni comadreja, ni hombre que no sea el pastor de las ovejas. Yo en mi vida nunca había visto un animal tan furioso y tampoco tan protector de otros animales.

Para que este perro se transformara en tal celoso defensor de las ovejas,  apenas nacido fue retirado de la madre y confiado a una oveja que lo amamantó como a uno de sus corderitos. Así,  sin dejar de ser perro,  el cachorro se convirtió en hermanito de la tribu de las ovejas. Una vez crecido, le salió natural correr a todos los extraños que no eran de la familia.

El Papa ha dicho a los sacerdotes: Háganse cercanos del pueblo, cercanos de los pobres, como un pastor de sus ovejas. Arréglense  para oler a ovejas…  Yo añadiría: inspirémonos del perro pastor.  

Desechemos ese modelo de pequeños profesores y funcionarios de cosas santas sobre el que la mayoría de los sacerdotes hemos sido tallados. Ese look tiene que cambiar, aunque nos cueste una barbaridad  a los  Nicodemos como yo.  Nuestro(a)s futuro(a)s pastores han de formarse definitivamente fuera de los moldes de las academias y sacristías.

Que el amplio submundo de las capas inferiores de la sociedad sea el mundo de ellos y se les pegue al alma como el mundo de las ovejas al mundo del perro pastor. Que se rocen con la gente de distintos pensares, con los menos dóciles y los diferentes,  y sobre todo con los pobres, los pequeños, los golpeados y excluidos de la vida. Que se contaminen con el dolor, las broncas, los sueños y las alegrías de estos últimos y encuentren en ellos la inspiración de su  espiritualidad.  En ese magma tienen que construir su teología antes de esperar que se les caiga cocinada en la boca desde los claustros de nuestros institutos de iglesia.

Pues, ¿cómo serán testigos de la Buena Noticia de Jesús a los pobres si no se acostumbran a ver el mundo con los ojos de los pobres y a sentirlo con el corazón de ellos? ¿O si no aprenden a sacar los colmillos para defender a los pequeños que cada día pierden más terreno? ¿O si no aprenden desde los que sufren a identificar la verdadera cara del gran sistema que se presenta a ellos como salvador de la humanidad cuando en realidad él mismo es la raíz de todas sus desdichas?…

Este cuento de perro pastor, por cierto, es una metáfora. Los humanos no son ovejas y los pastores no son perros. A Jesús que ha dicho: “Felices los mansos” no le gustaría ver a sus discípulos convertidos en perros rabiosos como el que describí más arriba.

Pero al menos acordémonos de esto: Jesús y los profetas, que no despreciaban las metáforas y cuyo corazón rebosaba de compasión y amor a la paz, nunca se privaron de ladrar.

Nosotros también sabemos ladrar, pero ¿a quiénes asustamos exactamente: a los lobos devoradores de ovejas… o solamente a las ovejas que no balan como las demás?

                                                                           Eloy Roy




sábado, 17 de agosto de 2013

Luz


                                                                                  LUCÍA


Francisco de Asís se enamoró de Dama Pobreza y se casó con ella



               
Lucía tiene la edad de las ancianas de la Biblia. Es alta y delgada y, bajo un exterior de gran pobreza, tiene el porte de una dama.

Nadie pudiera creer que en plenitud de la vida esta mujer tan frágil había sido domadora de caballos.

Y una incansable bailarina.
Cada año, al acercarse la fiesta de la Virgen del Rosario, Lucía salía volando por las montañas hacia el lejano cerro de Sixilera, donde la esperaba la Mamita.  Al despuntar el día, el “misachico” emprendía su larga bajada hacia la iglesia del pueblo. Esa marcha en el viento y el polvo y bajo un sol ardiente demoraba al menos doce horas;  y no pocas veces rozaba cumbres en las que los mismos animales suelen tener dificultad para respirar. A lo largo del sendero de piedras calentadas al sol, Lucía iba descalza  delante de la imagen de la Virgen y, al son de los sikuris, lo pasaba en grande danzando para honrarla.  Cuentan que apenas si descansaba un ratito y sólo muy de vez en cuando.

No hace mucho, en un triste accidente, se le murió el hijo único (ella lo llamaba “mi guagüita”), dejándola sola con dos nietos de siete y cinco años. La madre de los niños también había fallecido,  al dar a luz al más chico. Para darles de comer la abuela se dedica a humildes faenas como pelar maíz en los campos de los vecinos.

Las únicas posesiones de Lucía son cinco plantas de maíz y dos gallinitas de marca “bendy”. También tiene en medio de un río desecado  una chocita de adobe techada con una chapa de zinc. Allí se refugia con los niños.

Un día, Eduardo y yo, la visitamos. La casa estaba completamente   desnuda. Tres cajones de gaseosas eran los asientos. Lucía estaba felicísima de vernos. Se suponía que los tres cajones estaban vacíos, pero, una vez sentados, ella, con cara de pícara,  sacó de su cajón una botella de cerveza, de esas grandes, última herencia, sin lugar a dudas, de su difunto hijo. La destapamos.

-      ¿A qué brindamos? pregunta Eduardo, que tanto como yo estaba fascinado por ella.

-      ¡A mis santitos, pues!  contesta Lucía al volver los ojos hacia dos imágenes pequeñas que una vela alumbraba en un rincón oscuro de la casa.

Eran las imágenes de San Sanjuan con su ovejita y de San Marcos con su vaquita. Ambas preciosas en sus “urnas” respectivas pintadas de flores.

-      Ellos me crían, dijo Lucía con mucha ternura en la voz y con un dedo piadosamente levantado hacia el cielo.

Lucía no tiene nada y da todo. El día de Navidad y el domingo de Pascua, visita las casas de sus amigos para regalarles un huevito (“sagrado”, precisa ella) de sus minúsculas gallinas. No acepta que se lo agradezca más que con un beso. La alegría de dar es el único lujo que ella se da. Es su tesoro.  

“Lucía” quiere decir “Luz”. Ella lleva bien su nombre porque irradia felicidad. 

-    No me falta nada, me dice. Tengo todo lo que necesito.  

En sus pequeños ojos que parecen mirar el infinito, hay un letrero grande que dice: “Sólo Dios basta”.

                                                                  Eloy Roy


viernes, 26 de julio de 2013

LA MONTAÑA QUE HABLA




Las montañas más altas son interiores. La del Ego es la más empinada y difícil de vencer… Pero “el que busca apoyo en el Señor se parece al monte Sión: es inconmovible y estable para siempre” (Salmo 125, 1)


                                                  

                                   


Al arrastrarse por interminables senderos de herradura que a veces alcanzaban más de 4500 metros sobre el nivel del mar, Jeremías conoció la embriaguez de las alturas causada por la majestuosidad de los paisajes, y también por la falta de oxígeno.

Como se lo había anticipado Don Marcos, un venerado anciano conocedor de los cerros,  Jeremías tuvo frío, tuvo calor, tuvo sed y se cansó muchísimo.  Pero como había cumplido al pie de la letra los consejos del viejito,  Jeremías no murió.

Desde un principio, sin embargo, se había apunado. El acullico de hojas de coca que destilaba energías telúricas en su boca ciertamente le ayudaba a soportar el mal de las alturas, pero no se lo quitaba.

Su visita a las pequeñas comunidades de pastores de ovejas esparcidas en alta montaña y con enormes distancias entre ellas, duró veintitrés días.  Dolores de cabeza, mareos, zumbidos de oídos y ahogos lo acompañaron por todo el camino. Jeremías estaba hecho un zombi. Con todo andaba feliz, pues se iba al encuentro de los últimos, que son los primeros en el Reino de Dios.

Estaba fascinado por la Montaña que ora lo dominaba con soberbia y fría altivez, ora lo llamaba con los brazos abiertos y el cariño de  una madre buena.  Cuando se acordó de que la gente de “antes” contaba  que las montañas sabían hablar, se sonrió y, volviéndose hacia su baquiano, le preguntó:

-¿Será cierto, Antolín, que las montañas hablan?

- ¡Claro que sí!, le contestó el baquiano. Háblele y usted verá.

Jeremías sonrió otra vez y siguió camino. De repente se detuvo, quedó quieto un buen rato, y luego paró el oído hacia la cabeza más alta de la Montaña. Con voz baja para que no lo oyera el baquiano, dijo a la Montaña:

- Dale, Montaña, hablame, a ver.

La Montaña no dijo ni mu.

Jeremías suspiró y se puso de nuevo en camino.  Lo envolvía un silencio total que apenas rompían las piedritas que chirrían bajo los pasos de los dos caminantes, o chocaban con los cascos de las dos mulas y del burrito que los acompañaban.  No le extrañaba que la Montaña no hablara como los humanos. Su lenguaje tenía que ser diferente. Dirigiéndose a su corazón, le dijo:

-      Escuchá, corazón mío, vos que entendés todos los idiomas, pará el oído a ver si la Montaña habla. Después me contás.

Iba a pasos lentos, mascando coca, fascinado por el azul profundo del cielo que ni una sombra de nube manchaba. No se cansaba de contemplar la diversidad del paisaje, aquí agreste, rudo, hostil, allí desplegándose al infinito como un mar de pasto tierno y luminoso.

Al pasar por desfiladeros atestados de enormes rocas o al rozar abismos vertiginosos, Jeremías se decía a sí mismo: “Viejo, si subieras a la punta del Zucho que te está mirando desde arriba, estarías a 5100 metros sobre el nivel del mar y las estrellas serían tus vecinas, pero con sólo dar un paso en falso, en menos de quince segundos te estrellarías en el fondo del abismo...”.  En ese momento preciso fue cuando el corazón de Jeremías, que bombeaba cada vez con más dificultad, se decidió a hablar. Con jadeos dijo:

-      No dudes más, Jeremías, las montañas hablan. Escuchá lo que te manda a decir el  Zucho. Dice que la vida es como la montaña, inmensa y maciza, con subidas y bajadas, crestas y quebradas más grandes todavía que las que aquí se despliegan ante tus ojos.

De lejos te muestra una cara, de cerca te deja ver mil otras. Nunca es  igual, pero siempre es la misma. Cuando creés que la vas a alcanzar, ella se desvanece, y cuando sentís que nunca vas a llegar, te aparece muy cerca a la vuelta del camino. 

Si querés saber cómo es la vida, observa la montaña. A veces se muestra la cara, otras veces hace como si no existiera.  En ella son pocos los trechos rectos, y el  camino más corto es a menudo el que te parece más largo… A veces, para mejor subir tenés que bajar,  y para bajar, tenés que subir, culebreando de  la derecha a la izquierda y de la izquierda a la derecha,  porque no hay otra…

La vida, como la montaña, te exige todo pero todo te da. Puede ser que agote tus fuerzas, pero  ella, sin fallar nunca, soporta tu peso y cuida cada uno de tus pasos. Sin ella ¿adónde irías cuando con ella podés alcanzar cumbres? Porque la vida, como la montaña,  siempre busca levantarte por encima de cuanto tiende a empujarte hacia abajo.

Al igual que la montaña, la vida es recia con los que quedan a medio camino; si no vas siempre para arriba, te deja caer rodando. Y si te dejas embriagar por las alturas, lo mismo. 

Así sucedió con muchos grandes hombres, intelectuales, políticos y religiosos que comenzaron bien en la vida pero terminaron hechos unos monstruos por haber dejado que los humos del poder les enturbiaran la cabeza y endurecieran el corazón.

En una palabra, la vida, como la montaña, te saca de la nada y te alza a lo alto. Lo que antes te parecía pequeño ahora lo ves muy grande y lo que te parecía grande de pronto se te muestra muy pequeño.

Y, por si no lo has entendido aún, lo de la Montaña es el espejo del viaje interior de todo humano que busca su ser verdadero y que,  por el mismo camino, puede encontrarse con su Dios.

A Jeremías le dio un escalofrío, pero estaba contento, pues la montaña le había hablado.

Se acordó  de las muchas montañas sagradas en las que Dios se manifiesta a los valientes de la China, de la India, de América y de todos los continentes que,  por sendas y con miradas distintas, las escalan para buscar la luz y la misericordia del Cielo.

Se acordó también de los cerros santos de la Biblia: el Sinaí, la montaña de fuego en la que Dios habló a Moisés y donde, en una brisa suave, le insufló un aliento nuevo a Elías; Sión, el humilde monte donde Él plantó su morada; aquel cerro de Galilea donde Jesús reveló el camino de luz de las Bienaventuranzas; el cerro Tabor donde mostró el sol fulgente que tenía encerrado  bajo la envoltura de su cuerpo; el triste cerro Calvario  donde el amor extremo logró eclipsar la luz del mediodía. Y la  Resurrección de Jesús, que es la deslumbrante cumbre de la evolución humana y el coronamiento del cosmos a través del cual el universo penetra en Dios y Dios en el Universo.  

En las tradiciones andinas siempre perduró esa creencia de que en los cerros más altos viven los Apu, Señores de la montaña, y en los más bajitos, los Auki. Hoy, esa creencia se difuminó bastante, lo que a Jeremías le daba lástima.

Pues le gustaba imaginar en la punta de cada cerro, grande o chico, un ser celestial de chullo, poncho, chuspa y ojotas, sentado de cuclillas y con brazos cruzados, coqueando  y cuidando a la gente valiente de los valles y de los pueblos,  junto con sus animalitos y sus casitas, protegiéndolos contra los vientos que escupen piedras, las bestias que se comen las ovejas, las nieves que cortan los caminos y escarchan los sueños.   

Claro que esto no estaba escrito en la Biblia oficial, pero le parecía suficiente que figurara en la Biblia del pueblo, porque, según él, Tata Dios había escrito en el corazón de cada pueblo una Biblia que completaba la otra.

Mientras más alto era un lugar, más se lo estimaba cerca del cielo y de los dioses. Se suponía que era en ese lugar donde la Divinidad paraba cuando bajaba a la tierra para visitar a los humanos. Era, por lo tanto, un lugar altamente sagrado al cual sólo se podían acercar con temblor y con los brazos cargados de ofrendas, los “iniciados”, los con-sagrados, los santificados y los promesantes.

Era el lugar donde Dios bajaba hacia el hombre y desde el cual esperaba que el hombre subiera hasta Él. El lugar donde el Cielo se casaba con la Tierra y donde la Divinidad y la Humanidad formaban una sola carne.

No había religión sin el esfuerzo de arrancarse al barro para alzarse hacia lo alto; no había religión sin el intento de salir de la prisión de tierra de uno para alcanzar al menos el fleco del manto extraño y asombroso de la invisible divinidad. No había religión sin alguna forma de cruz, sin algún sacrificio, sin alguna niebla, o sin una fe profunda y una inconmensurable esperanza.

Bien se sabe que Dios no vive arriba ni abajo y que está más cerca de uno que uno está de sí mismo. También se sabe que no son los dones sino los vacíos nuestros los que más mueven su corazón. Pero resulta difícil entender la Biblia oficial, piensa Jeremías, si no cruzamos la vida como una tierra de altas montañas,  brincando de arrebatos a depresiones y de precipicios a planicies de luz para alcanzar a vislumbrar, más allá de todo horizonte, una centella de nuestro ser verdadero y de lo que nos espera al final de la gran aventura humana.

Pues creemos firmemente que vendrá el día en que “las montañas se derretirán como cera ante el Amo de  toda la tierra y que a todas las naciones se proclamará su justicia” (Salmo 97, 5).  “Todas las quebradas serán rellenadas y todos los cerros y lomas serán rebajados; las cuestas se aplanarán y las colinas quedarán como un llano, porque aparecerá la gloria del Señor y todos los mortales a una lo verán” (Isaías 40, 4-5).

                                                                          Eloy Roy






miércoles, 19 de junio de 2013

EL CRUCIFIJO DE LA ASAMBLEA NACIONAL

           

                                                 

“Será una señal impugnada”
          (Lucas 2, 34)


El crucifijo era rey en el Quebec de antes. Se lo veía en todas partes como un sello sobre el catolicismo del 80 % de la sociedad. Para algunos era un simple adorno,  o quizás un objeto de superstición, pero para muchos era el símbolo venerado del amor extremo de Dios por la humanidad conforme al evangelio que dice: “Tanto amó Dios a la humanidad que le envió a su hijo, no para condenarla sino para salvarla (Jean 3, 16-17). 

Pero en el Quebec actual, ya no se encuentran crucifijos, excepto en las iglesias, las casas religiosas y acaso en ciertos hogares. O en museos. 

El salón azul de la Asamblea nacional, sin embargo,  no ha perdido su crucifijo.  Por un milagro de los que solo la política tiene el secreto, la efigie del crucificado sigue intacta colgando más arriba del sillón del Presidente. En realidad, es una espada de dos filos; por su culpa, el Quebec se está partiendo en dos bandos que se agarran del moño como gatos en bolsa.

Los partidarios de un Estado estrictamente laico se rasgan las vestiduras pidiendo la cabeza de ese símbolo religioso. Otros, católicos y aún ex católicos, viendo en ese crucifijo el símbolo de un pasado que ha fuertemente contribuido a fraguar la identidad cultural del pueblo, ponen el grito al cielo cada vez que se lo quiere tocar.

Pregunto a Jesús qué piensa de ese asunto.  Me  responde enseguida y sin dar señas de querer esgrimir los rayos de la  divinidad contra la laicidad.  Muy al contrario, exhibe una amplia sonrisa y, si no interpreto mal su lenguaje,  parece decirme:

     -    Sabes bien que yo no vivo en los crucifijos…

Vivo en el espíritu del pueblo de este país que ha crecido como un árbol grande resistiendo a todos los vientos. En estos últimos años, nuevas ramas de otras esencias han venido numerosas a injertarse en él. Me gustan las raíces de este pueblo capaz de llevar la vida y el futuro de tanta gente de todo el mundo.

Me gusta la libertad, la creatividad y la impetuosidad características de su juventud. Me gusta la justicia que no deja de buscar. Me gustan su compasión y sus impulsos de solidaridad. Me gustan las nuevas facetas que dan a su rostro  un parecido de familia con toda la humanidad…

A la gente que desea honrar a Dios defendiendo los símbolos de su pasado religioso, Jesús le tiene afecto,  pues insiste: “Sin las raíces no hay árbol”. Pero no pretende borrar con eso el pasaje famoso del Evangelio en que queda sentado que la vida, el futuro e incluso la salvación no descansan sobre los odres viejos ni los remiendos de ropa gastada (Marcos 2, 21-22).

Para ir más lejos:

Antes que nada el crucifijo es la imagen de ese hombre humilde y sencillo, llamado Jesús, que fue clavado en una cruz.

¿Por quién? Por los jefes religiosos y el poder colonial de su nación.

¿Por qué crimen?

Por incitar a su pueblo a librarse del miedo en que lo agarrotaban el fundamentalismo religioso y el cinismo de sus dirigentes.

Acogido en un principio como un Mesías y como un dios, no tardó en decepcionar a todos, aún a sus seguidores más fervorosos. El pueblo sencillo que esperaba de él que le diera de comer y solucionara sus problemas sin tener que cambiar su mentalidad de esclavos, lo abandonaron. Los que creían que la única forma de cambiar las cosas era por las armas, también lo rechazaron. Y los que pregonaban que la solución se encontraba en un cumplimiento estricto de  las normas y rituales religiosos, vieron en él un Satanás. Al final, se quedó solo. Y fue matado.

A pesar de ello,  y no obstante los escándalos clamorosos hechos por falsos seguidores surgidos después, ese Jesús sigue siendo una fuente inagotable de inspiración para los humanos que aspiran a un mundo de libertad en la justicia y la fraternidad. Y también para todos aquellos que intuyen que algo transciende este mundo y que la muerte no puede ser la última palabra de la vida.

De una experiencia muy particular que tenía con Dios, Jesús sacó las ideas-fuerza que guiaron su caminar y que con él triunfaron de la prueba extrema de la cruz. Humildemente yo trataría de resumirlas así:

Una ley, aunque lleve el sello del mismo Dios, no puede ser de Dios si oprime en vez de liberar.

Un poder que se sirve de los humanos en vez de servirlos, se descalifica a sí mismo.
    
Dios no sustituye al Estado y el Estado no es dios.

Las mujeres, los niños, las personas y pueblos considerados como inferiores gozan de la misma dignidad y de los mismos derechos que los individuos y grupos que tienden a estimarse superiores a ellos.  

Todo ser humano: extranjero, enemigo, pecador, criminal, roto en su cuerpo o en su espíritu, tiene el derecho de ser tratado con respeto, justicia y bondad.

Todas estas actividades más importantes de la vida como son la cultura, la economía, el arte, la ciencia, la salud, la educación, las comunicaciones, la política, la moral y la religión, si no ponen a la persona humana y al bien común al centro de sus preocupaciones, lejos de atenuar los sufrimientos de la humanidad, corren el grave riesgo de empeorarlos.  

Todo cuanto se hace al último de los humanos, a toda la humanidad se hace; y,  para los que creen en Dios, se hace al mismo Dios.

Combatir un mal con otro mal es el medio más seguro de llevar el mundo a su propia destrucción.

El Dios que da existencia a todo lo que existe no es preso de ningún templo. Dentro de este mundo, su casa es el universo y, sobre la Tierra, su morada está en los seres humanos. No tiene mayor alegría que la de ver a los hombres y a las mujeres ayudarse mutuamente a vivir en la dignidad.

Por lo tanto, toda forma de dictadura, incluyendo la que intentaría justificarse por el Progreso, la Religión o la Paz, es hipócrita y criminal; tarde o temprano genera corrupción, enajenación y miseria y, por eso, debe ser expulsada a latigazos. (Esto se debería aplicar a la dictadura del mercado y a sus gerentes  que se gozan saqueando el gran Templo de la Tierra bajo el pretexto absurdo de asegurar el futuro de la humanidad…).

El verdadero Progreso es el que trae beneficios a todos los hombres y a todas las mujeres de la Tierra, y no solamente a un puñado de hombres y mujeres que poseen más riquezas que todos los pobres del planeta reunidos.

La verdadera Religión consiste en amar gratuitamente, ya que es así como Dios  ama.

La verdadera Paz, la única que merezca este nombre, es la que se construye sobre la justicia y que le tiene horror a toda forma de mentira.


Por haber vivido de acuerdo a estos principios y por haberlos propagado, Jesús fue torturado y condenado a la cruz como rebelde, malvado y apóstata.  Esto es  lo que significa el Crucifijo.

Un hombre, en quien algunos ven al Hijo de Dios, es rechazado porque cuestiona la forma muy estrecha y poco humana en que nosotros, los humanos, acostumbramos ver las cosas y manejarlas.  

Muy a menudo preferimos aferrarnos a nuestros crucifijos antes que prestar  atención a lo que significan.

O simplemente los botamos porque por demasiado tiempo fueron utilizados para santificar precisamente lo contrario de lo que significaban.
                                                                           
                                                                                                                                                          Eloy Roy

lunes, 22 de abril de 2013

BUENA NOTICIA PARA LOS QUE NO OYEN + JEREMÍAS Y LOS MUDOS

BUENA NOTICIA PARA LOS QUE NO OYEN

                                                                      


¡Felicidades hasta el cielo a mi nieto argentino, Ezequiel Escobar,  y a su genial  grupo de los TWEAKS,  de San Salvador de Jujuy. Estos cinco estudiantes en ingeniería informática acaban de inventar la aplicación “uSound”  para teléfonos portables. Esta aplicación aumenta en forma notable la capacidad auditiva de los maloyentes y, con seguridad,  va a cambiar la vida de millones de personas en el mundo.  Hace una semana, en el marco de la competición internacional por la Copa “Imagine” de Microsoft, los Tweaks, con este invento,  ganaron en Buenos Aires una primera confrontación frente a 6 equipos de las mejores universidades de Argentina y Uruguay.   Este triunfo los va a llevar, en el próximo mes de julio, a San Petersburgo, Rusia, para la final mundial  en la que se enfrentarán con 70 grupos  seleccionados de entre 140 países del mundo.  - "¿De qué lugar, dice usted,   que estos chicos vienen???... -  ¡De unos barrios populares de Jujuy, en Argentina! - ¿Subvencionados por el Gobierno, por la Universidad, por unas empresas? - ¡Qué esperanza! ¡Nada de eso! - ¿Entonces...??? - ¡Puras agallas suyas nomás!"


Artículo
        

                             JEREMÍAS Y LOS MUDOS
 



Marcos 7, 31-37

Los hombres y mujeres de Pilcara tenían fama de ser más callados que las piedras. Al llegar allá Jeremías se propuso cambiar eso, “pues he sido enviado, decía él, para hacer ver a los ciegos, oír a los sordos y hablar a los mudos.” 

Así hablaba Jeremías:

Durante siglos  nos mandaron a callar: “Lo que has visto, lo que has escuchado, guardátelo.  Lo que pensás, lo que sentís, ni “mu”. A todos los que te pregunten algo, siempre contestá: “Sí patrón, sí jefe, sí señora, sí Monseñor”. Si te preguntan cómo estás, respondé siempre: “Aquí estamos” nomás.

Sencillo: si querés sobrevivir, callate. Hacé como si fueras ciego, sordo o mudo, como si no existieras. Hacete el muerto.  En esta forma no vas a tener problemas.

Felizmente, hoy en día, las cosas están cambiando. Pero aún muchos de nosotros seguimos siendo de esos que nunca han visto nada, no saben nada, no tienen nada que decir.

¿Por qué es así?... Porque aún tenemos miedo. Aún seguimos con esa creencia de que solo tienen el derecho de hablar aquellos que tienen buenas propiedades. Ellos solo tienen derechos. Nosotros no.  Porque no tenemos casi nada, hacemos como si no fuéramos nada.  Siempre fue así. Echemos un vistazo a nuestra historia:

- En la época de los Incas, ¿creen ustedes que la gente no tenía miedo de decir lo que pensaba?...

- En el tiempo de la conquista y de la colonia española, ¿creen ustedes que el pueblo (en particular el pueblo indígena) tenía el derecho de expresar lo que pensaba?

- Aún después de doscientos años de independencia, ¿le resulta fácil al pueblo (en particular al pueblo indígena) hablar libremente?

- La Iglesia siempre nos ha enseñado que Jesús abría los ojos a los ciegos y los oídos a los sordos, y hacía hablar a los mudos; ¿pero acaso ella nos enseñó realmente a expresarnos, a hablar, a opinar, a pensar por nosotros mismos, y a decir otra cosa que “Amén”?...

¿Acaso es sano pasar la vida callando? ¿Por qué será, pues, que Dios nos ha dado dos ojos, dos oídos y una lengua?... Por cierto, la lengua puede matar, pero ¿cómo podemos vivir como humanos sin ella?...

¿Dios habla o no?... ¡Claro que Dios habla! Si no, no tendríamos la Palabra de Dios. Ahora bien, la Palabra de Dios es la que trae a la existencia todas las cosas. Sin ella no existe nada y todo existe por ella, escribe Juan el evangelista. Ella es luz, es vida, es energía creadora de Dios. Se hizo carne en Jesús para que en él nosotros, los humanos, nos transformemos en luz también, tengamos vida en abundancia y seamos creadores como Dios. (Juan 1, 3-4; 14).

¿Acaso no somos imágenes de Dios? Por lo tanto, ¡hablemos! ¡Hagamos existir las cosas! ¡Dejemos de vivir como muertos!

Tenemos que aprender a habar de verdad. Jesús quiere esto, aunque no sepamos muy bien cómo hacer. En un principio, nos va a costar y vamos a meter la pata tal vez,  como los niños que apenas empiezan a hablar. Por eso, tenemos que practicar la cosa entre nosotros, con gente de confianza, dándonos el derecho de equivocarnos. Solo los muertos no se equivocan nunca. 

Cuando, abriéndose paso en medio de la muchedumbre, a Jesús le traen para que lo cure a un pobre sordo que gruñe en vez de hablar, él lo lleva aparte para que se entrene a hablar sin temor. Jesús lo aparta bastante para que nadie se burle de él o le venga a gritar: “¡Callate, que no sabés hablar! Ni fuiste a la escuela ¿cómo vas a entender la Palabra de Dios? ¡Sos un adobe!”…

Al pobre hombre Jesús lo aborda con gran humanidad. En primer lugar le quita la sordera porque antes de hablar es necesario  escuchar. Luego le anima a soltar la lengua diciéndole: “No tengas más miedo, amigo, y hablá. Hablá, pues en vos hay mucha sabiduría. Hablá, muchas cosas las entendés mejor que un montón de sabiondos. Hablá, porque solo los que han sufrido como vos pueden entender a Dios y  a los humanos… Sí, Padre, te alabo porque das a conocer cosas grandes a los que se parecen a este hermano, mientras las ocultás a los que creen saberlo todo.” (Marcos 7, 31-37; Lucas 10, 21).


A través de encuentros muy simpáticos  Jeremías y su equipo  daban ánimo  a la buena gente de Pilcara para que se arriesgara a hablar de sus cosas, de sus sentimientos, penas y sueños; de sus cóleras,  fracasos y dudas; de sus gustos y de sus amores. De su historia sobre todo y de sus logros propios. Y de lo que conocían de Dios y de su Palabra.

Jeremías les explicaba que la Palabra de Dios que se encuentra en la Biblia, en realidad es una palabra de mujeres y hombres sencillos como ellos, a menudo muy pobres y muy sufridos. Durante siglos  se han esforzado por descifrar el lenguaje de Dios  en la Naturaleza, en los acontecimientos de su historia y en sus vivencias. Miraron con sus ojos, reflexionaron y oraron. Luego conversaron mucho entre ellos sobre sus descubrimientos. Más adelante aquello fue puesto por escrito.

Ahora nos toca a nosotros hacer lo mismo. Porque Dios no ha hablado solo en el pasado sino que nos habla hoy en día, para seguir creándonos. Para despertarnos de nuevo, iluminarnos, confortarnos. Para hacer nuevas maravillas en medio de nosotros. Por medio de Jesús nos ha hablado y nos sigue hablando. Escuchémoslo   atentamente.

Escuchar sí, pero no tragarse todo como gansos, advertía Jeremías. Porque, en la Biblia, a la par de rico maíz, arroz, trigo, uva y agua pura se encuentra también mucho cascajo.  Hay que escoger  primero lo que uno entiende y lo que alimenta el corazón, y luego solo lo que libera de los miedos y de la esclavitud.  A veces hay que pelear con la Palabra, como Jacob con el ángel, como Job contra el mismo Dios, o como Jesús desahuciado gritando a Dios: “¿Por qué me has abandonado?”…

Jeremías recalca que si el silencio, como lo afirman los sabios, es mejor que la palabra, no todo silencio es bueno. Si no fuera así, Jesús no hubiera curado a los mudos.


Así hablaba Jeremías y he aquí como en Pilcara muchas lenguas se soltaron. Era lindo oír eso: ¡una cacofonía perfecta!… Aún su mismo querido sucesor y  enemigo, el viejo cura teutónico,  lo reconoció. Cruzándolo por la calle, un día, él se echó a sus brazos con ruido y exclamó: “Jeremías, has hecho un milagro increíble: ¡hiciste hablar a las piedras de Pilcara!  … Pero… ahora…”  Y se fue sin terminar su frase.

Pero ahora… “¡hay que callarlas!…”  iba a decir el Teutón, pero no se animó.  Sus acciones posteriores lo mostraron ad nauseam. Por ejemplo, en su catequesis de preparación a los bautismos, amonestaba a padres y padrinos para que se cuidaran de la Biblia:
“Yo he estudiado en la Gregoriana de Roma y no puedo decir que entiendo la Biblia, ¿cómo ustedes que ni han cursado el segundo grado de primaria la van a entender? Repitan después de mí: ‘¡Soy un adobe!’… ¡Repitan les digo, y más fuerte, pues no oigo!”…


Así van las cosas, unos son enviados a los mudos para hacerlos hablar,  y otros para callarlos.



                                                                  Eloy Roy



  Al reunirse con Juan el Bautista, a quien los apparatchiks religiosos miraban como hereje y rebelde, se dio en la conciencia de Jesús una ...