Los grandes títulos divinos que le damos a Jesús nos encandilan tanto que nos dejan apenas con la sombra del hombre
que él fue y sigue siendo.
Para mí, antes de ser Cristo, Señor o Hijo de Dios, Jesús es el hombre
de los lirios del campo, de los cerros, de los pescados, de las ovejas, de las
muchedumbres y de los pobres. Es el
hombre libre que no se deja poner trabas por las tradiciones y leyes de su pueblo, aún
las que llevan el sello de todos los derechos reservados a Dios.
A Jesús no le importa, por ejemplo, hacer rabiar a toda la sociedad de los justos o
de los machistas de su tiempo al rodearse
de mujeres y al andar en público con ellas y con pecadores.
Él es el hombre que tiene a raya la tribu, el clan, la familia y la
autoridad religiosa de su pueblo. Con cariño obedece a Dios como a su Padre
bien amado, pero para las autoridades de la tierra no es más que un hombre desobediente y rebelde.
Es famoso por su mansedumbre, su humildad, su paciencia e inagotable
compasión, pero también por su sentido profundo de la justicia, y por su
espíritu crítico, provocador, libre y liberador. Fácilmente se gana enemigos y
pelea con ellos, pero no los odia. Incluso los ama… a su manera.
Jesús es pobre pero anda como si no le faltara nada. Le encantan la
sencillez, la libertad, la amistad y la alegría. A pesar de los muchos líos que surgen a causa de él, sabe disfrutar de la buena vida cuando la
encuentra. Es un infatigable caminante. Le gusta caminar, le gusta la pesca,
las comidas campestres, las bodas, los banquetes, las flores que no tejen ni
hilan, los pájaros que no siembran ni cosechan. Ama la tierra y ama al
mundo… Abre y no cierra. Da voz a los
que no se animan a hablar.
El secreto de la inteligencia, de la libertad, del poder de Jesús y la
raíz de su gran capacidad de amar a pesar y en contra de todo le vienen de Dios al que no vacila en llamar
cariñosamente “Abba”. Este Dios de Jesús
no es una de esas definiciones que salen de algún diccionario de dos kilos: es Alguien.
Alguien que vive en él y que lo llena. Alguien que prácticamente se confunde
con él, y que ama, habla y actúa a través de él.
Al final, Jesús es rechazado por eso: por ser el testigo de un Dios
demasiado parecido a él. Un Dios que no
respeta escrupulosamente todas las reglas de la religión. Lo matan por romper
los esquemas oficiales y por trastornar
de ese modo la tranquilidad espiritual de la gente piadosa y la “paz” de su nación.
Pero, incluso en la cruz, Jesús jamás se arrepiente de lo que ha hecho.
No se retracta, no se disculpa, no pide perdón. Aún en ese extremo sigue confiando en la justicia de Dios antes
que en la de los sacerdotes que lo condenan. Perdona a sus verdugos, pero de ninguna forma
les da la razón.
Este Jesús seguiría hablando muy fuerte a los jóvenes y mucha gente de
hoy si no hubiera sido colocado tan por encima de lo humano. Si no lo hubiéramos
desencarnado tan rápidamente para coronarlo Hijo de Dios, Cristo y Señor. Si no nos hubiéramos apresurado tanto en hacerlo Dios antes de haber tomado el tiempo
necesario para mostrar todo lo que Dios podía hacer a través de él cuando él se
conformaba simplemente con… ser humano.
Sí, creo que Jesús está “sentado” a la derecha de Dios. Creo que ha
vencido mi muerte y la de toda la humanidad. Pero creo también que, al igual
que el joven David, le gustaría mucho que le quitáramos de encima la pesada
armadura real de la que le hemos revestido, para volver a nosotros tal como se presentó al mundo hace 2000 años: un
hombre profundamente humano, animado por una fe ilimitada en Dios y en cada
uno de nosotros, quien, todos los días, con los ojos puestos en el Reino, camina
con alegría a nuestro lado compartiendo con nosotros su propio aliento de vida.
Eloy Roy
¡Qué bella imagen! y 'Què expresiva de la imaginería kolla! Felicitaciones a Eduardo
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