Trata de evitar el mal cuanto puedas, pero cuando te atrape, te apriete,
te asedie, te hostigue, te invada, cuando te supere, te gane, te posea, te
domine, vuélvete hacia él. Míralo directamente a los ojos, hazle una gran
sonrisa, ábrele la puerta y hazlo entrar en tu casa. Acógelo como a un amigo.
Haciéndolo lo vas a desconcertar. Su
adrenalina se va a reducir a la mitad. Su tensión arterial va a bajar, su ritmo
cardíaco mermará. No sabrá ya qué hacer con sus garras y con sus dientes. Va a
sentirse incómodo, confuso, avergonzado tal vez.
Entonces le dirás: “Tú no eres
mi enemigo, porque formas parte de mí. Tú eres mi hermano gemelo incomprendido
y malquerido. Siéntate. Recupera el aliento. Ponte cómodo. Bienvenido a tu
casa. ¿Sabes lo que eres? … Tú eres todo lo que yo no quiero ser; tú eres una
parte de mí mismo que rechazo, que intento desde siempre de ocultar en los
rincones más oscuros de mi ser. Tú eres todo lo que detesto de mí mismo. Y ¿por
qué no me puedo deshacer de ti?...
Porque estás apegado a mí, enredado a todo lo que soy debido a que sin mí
no podrías existir. Soy tu vida. Pero mientras más te apegas a mi más te odio.
Sin embargo, eres la mitad de mí mismo. Tú eres Abel, yo soy Caín. No logré
jamás expulsarte totalmente de mí. Y ¿sabes qué? Está mejor que haya sido así,
porque, de lo contrario, yo hubiera perdido la mitad de mí mismo y yo estaría
muerto. No puedo seguir haciéndote la guerra, porque cuanto más lucho contigo
peor me siento. Bumerang.
En serio, más vale hacer las paces. Hablar. Intentar
comprendernos. Si me enfermo es porque estás enfermo y si estás enfermo es
porque toda mi vida te he odiado. Esa enfermedad que me transmites, soy yo
mismo quién la ha generado. Si me envenenas es por mi culpa. Pero ahora me doy
cuenta: no tienes cuernos, no tienes garras, no eres malo. Soy yo quién te ha
imaginado así. No eres intratable, no eres feo, no eres tonto, tú no eres ni un
monstruo ni un demonio”.
“Tal vez ahora sea demasiado tarde, no lo sé. Pero hagamos la paz antes
de morir”.
Moisés hizo entonces una serpiente de bronce. Si alguien era mordido por
una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y seguía viviendo”[1]
Del mismo modo que Moisés levantó una serpiente en el desierto, es
necesario que el Hijo del Hombre sea colgado, para que todos los que crean en
él tengan vida eterna”[2]
Jesús desfigurado y descuartizado sobre la cruz es el espejo que refleja
mi mal y el de la humanidad. En esa imagen de espanto se esconde el rostro de
Dios y el comienzo de mi sanación[3]
Eloy Roy
Traducido del francés por Susana Merino
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