martes, 1 de septiembre de 2015

UNA HUMANIDAD NUEVA ESTÁ EN MARCHA





                                                                                                                                     Ph:  Pravda ch

    
Cuando se rompe el huevo                          
pronto nace el pollo

Contra la poderosa maquinaria que controla las células más ínfimas de nuestro mundo, yo creo que  nada se puede hacer. No obstante, intuyo que una Humanidad Nueva está en marcha.

Ella no sale de las academias, ni de las vanguardias revolucionarias, ni de las religiones candorosas y  aburguesadas, ni de los políticos más esclarecidos: sale del pueblo que sufre.

Viene con los refugiados que son los más pobres de entre los pobres.  Viene con los hombres, mujeres y niños migrantes, los que, huyendo del hambre, de la guerra, del miedo y de la muerte, arriesgan su vida a cada paso - y a menudo la pierden hecha jirones en las alambradas de púas que les cierran el camino.

Se echan por marejadas a las costas de Europa del oeste y América del norte; se agolpan en  islas minúsculas de Italia,  Grecia y España; fuerzan las puertas de Hungría y Austria y, en las noches sin luna, se tiran a las aguas oscuras del Río Grande. No hay obstáculos insuperables que no crucen, dejando detrás a millares de los suyos tragados por el mar o devorados por las ratas de unos barcos de chatarra que yerran a la deriva en medio de la nada.  

Son hostigados, explotados, traficados por los coyotes, perseguidos por los policías y sus perros, cazados como liebres por los “dueños” del mundo. Se pudren en camiones y contenedores abandonados, se cuelgan de trenes de alta velocidad para atravesar  túneles de muerte, se comen tierra para sobrevivir, agonizan como insectos bajo el sol cruel de los desiertos.  

Tienen hambre y sed de agua, pan, luz, justicia, dignidad, paz, alegría, ternura, libertad. ¡Quieren vivir! Nada los detiene. No invaden tierra ajena; tan solo vienen a recoger una parcela de esta  riqueza de la que fueron despojados y que está encerrada bajo mil llaves en las cajas fuertes de los “paraísos” del norte.

En verdad, esos hombres y mujeres que no temen morir para poder vivir, son aquellos de los que el Evangelio dice: “Hasta ahora el Reino de Dios sufre violencia, y los violentos lo conquistan por la fuerza” (Mateo 11, 12).

Aunque a nuestro mundo no le guste recibir dentro de sus muros a esos “violentos” que no matan y son matados, Dios los bendice. Ellos, sin saberlo, son los santos del mundo nuevo. No “violentan” las puertas cerradas de la opulencia para robar o asesinar sino para obligarlas a abrirse a una civilización más enteramente “humana” en la que, sobre la Tierra que es de todas y todos, sea permitido que nadie se sienta extranjero.

Sigamos soñando…

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