martes, 19 de mayo de 2015

MARIO, EL RESTAURADOR

         
                 ¡55 años de aventura misionera!


 MARIO DE CELLES  es sacerdote de la Sociedad de Misiones Extranjeras del Quebec (SME). Del 1958 al 2013m ha sido misionero en Honduras. Pronto va a cumplir 86 años de juventud.


por : Eloy Roy


Mario llega a la parroquia de Goascorán en 1958 y queda noqueado de entrada.  Estupor, rabia, vergüenza, desesperación se agolpan en su corazón. Y ganas de reírse también, porque al chirriante desastre que encuentra allí no le faltan ribetes cómicos. No obstante, Mario hace de tripas corazón y comienza a reparar los platos rotos. La casa, la parroquia, las relaciones con la gente del pueblo y del campo, todo está hecho pedazos. Con mucho tino e infinita paciencia tiene que empezar a reconstruirlo todo, ladrillo por ladrillo. Así se inaugura su misión de « restaurador»: « restaurador » del Evangelio de Jesús, « restaurador » de la dignidad y de la credibilidad del sacerdote,  « restaurador » de la reputación de la Iglesia y « restaurador » de iglesias.

De a poco «restaura» las iglesias antiguas de los municipios. Ya que los chicos, a sus ojos, son como «los ladrillos del futuro», les junta en una “multinacional” de monaguillos, les reparte becas y funda un Colegio para que cursen la secundaria en su localidad.

Al cabo de diez años, estando bien encaminada la obra de restauración en Goascorán,  Mario se traslada a Tegucigalpa, la capital, donde sigue acompañando a aquellos de sus becados que ingresan a la  Universidad.  El grupo se enriquece cada año con nuevos chicos de los barrios de la ciudad en los que en adelante él se está insertando, especialmente como párroco de San Cayetano. Apoya a los jóvenes  con toda el alma y con su bolsillo. Son su prioridad. Sin ellos no hay porvenir ni para el país ni para la Iglesia. Invertir todo cuanto se puede en la juventud no es un lujo, sino una necesidad absoluta.  

Primero atiende la iglesia de La Merced, y la «restaura». Luego se hace cargo del templo de San Cayetano y le cambia el «look» convirtiendo el campo frente a la iglesia en un magnífico parque, y un terreno de al lado, en una súper cancha de fútbol para los chicos. Pero hace tiempo que la catedral de la ciudad necesita  ayuda; las paredes de la  antigua iglesia y la administración de la misma piden auxilio. El arzobispo confía la causa a Mario. Es así como nuestro misionero de campo y de barrios populares pasa a ser párroco de la  Catedral metropolitana por los diez últimos de sus cincuenta y tres años de servicio en tierra «catracha». 

No ha asumido el cargo de la catedral que ya se da a la tarea extremadamente delicada de la « restauración » de la vieja nave. Por supuesto, el trabajo es llevado por grandes especialistas, pero Mario no los deja ni a sol ni a sombra, dándoles aliento y, a veces, consejos… Al final, el éxito es total. Asimismo, a la par de las obras de la catedral, Mario « restaura » la antigua iglesia San  Francisco que estaba cerrada desde hacía lustres. Y, como si le sobrara energía, funda y construye en las faldas de Támara un centro de animación espiritual para jóvenes, chicos y chicas, el cual  funciona a full hasta el día de hoy. 

Mario no se conforma con «restaurar» iglesias destartaladas.  Ese hombre profundamente «espiritual» y muy enamorado de su sacerdocio, crea ambientes sencillos, pero hermosos, para proclamar el Evangelio de Jesús como el sol de la vida. Con mucho celo él anima sus comunidades para que superen el aspecto folclórico del cristianismo tradicional y lo enfoquen hacia un Jesús que vive y está con ellas comprometido en una lucha de cada instante para pasar de la esclavitud a la libertad, de la rivalidad a la solidaridad, de la muerte a la vida.

Con mucha prudencia Mario maneja buenas cantidades de plata que le vienen de bienhechores personales o de organismos de ayuda de la Iglesia  de Alemania o de Canadá, pero que provienen también, por una parte importante, del aporte generoso de los mismos hondureños. A éstos les gusta contribuir a las obras del Padre  Mario porque su administración es transparente ya que, a través de sus manos, se ve claramente adónde va a parar el dinero.

En la gran comunidad de los hijos de Dios, llamada «Iglesia»,  no se debe hacer comparaciones entre pueblos,  culturas y  personas. Ninguno es más grande, mejor o más santo que el otro. Unos sí han recibido más y otros menos,  y los que han recibido más deben compartir con los que han recibido menos. Es así como la plata de la SME no pertenece a la SME,  sino a los mismos pueblos a los que ella es enviada para anunciar el Evangelio. Son  gente solidaria los que, para esa finalidad, han contribuido con su dinero a la SME. Por su parte, la SME tiene el deber «sagrado» de administrar esas donaciones teniendo siempre en cuenta de dónde provienen y a quiénes están destinadas. 

El recuerdo más grato que Mario guarda de Honduras, es el respeto y el cariño que el buen pueblo del país siempre supo brindarle. Los hondureños que, desde un principio,  él conoció de cerca no tardaron en adoptarle como uno de los suyos y, naturalmente, también él a ellos. «Nos hicimos  familia», dice Mario, comprendiendo muy bien y perdonando de corazón los duros  inicios  en Goascorán…   

Piensa que son muchas las cosas buenas que la SME realizó en sus 60 años de presencia en Honduras, pero lo mejor, en su opinión,  fue la promoción de pequeñas comunidades cristianas por los Departamentos de Choluteca y Del Valle. Esas pequeñas comunidades se han multiplicado en forma extraordinaria y su influencia ha desbordado ampliamente el Sur de Honduras. Han resistido al desgaste del tiempo y  alcanzado una gran madurez. Es maravilloso verlas avanzar ahora desde lo propio sin tener más necesidad de tutores de afuera.

Pero suspira y confiesa que, a pesar de esos logros formidables, Honduras está lejos de haber acabado con sus demonios. Los CNV: Corrupción, Narco, Violencia, siguen haciendo estragos increíbles por todo el país.  Piensa que esa diablura se debe a que muchos hondureños  tienen enemigos y que les gusta demasiado aprovecharse de los demás  y vengarse unos de otros.  La venganza, en particular, sigue siendo una cuestión de honor y casi de religión para ellos. Es el flagelo nacional número uno. Según Mario, si los hondureños no aprenden a perdonarse unos a otros, nunca habrá  « restauración» social en el país. Un perdón general, a nivel nacional, no es algo imposible. Conoce  muchas pequeñas comunidades cristianas que ya dieron ese paso y que perseveran por ese camino: ¡es una maravilla! La esperanza de una nueva Honduras pasa por el aprendizaje de una cultura del perdón.

Por cierto, Honduras no es el único país en el mundo que se las tiene que ver con los «demonios» CNV. La mayoría de esos CNV han salido del vientre del sistema económico internacional que no tiene corazón y  se burla del mundo entero. Su poder de acaparamiento no tiene límites. Ese sistema es el que ha generado  la monstruosa concentración de 50% de las riquezas del planeta en manos de  apenas 1% de los humanos. Si hay un infierno, ahí está. De él salen fundamentalmente todos los CNV de todas las Honduras del planeta. Y, sin embargo, la mayoría de  los cristianos y dirigentes  de nuestras Iglesias creen que este sistema es querido y bendecido por Dios, que solo le faltan unos cuantos remiendos. Lo veneran nada menos que como la santa Providencia del cielo. Pues bien, es ese sistema maldito el que crea y engorda todos los demonios CNV del planeta.


En 1969, mientras Mario actúa de párroco en Goascorán, pueblo en la frontera de Honduras con El Salvador, estalla la guerra entre ambos países. De golpe Mario se encuentra acorralado por las balas. Mucha sangre corre a su alrededor. Pero hasta hoy, se siente realmente feliz de haber puesto su vida en juego junto a sus hermanos hondureños. A través de esa experiencia de espanto pero  también de confianza total en Jesús, se han forjado entre ellos y él unos lazos que ni las largas distancias ni el paso de los años podrán romper jamás.


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