viernes, 1 de noviembre de 2013

CÓMO UN PETIZO LLEGÓ A SER UN GRAN HOMBRE

       

                                                                                    
Lucas 19, 1-10

Zaqueo es colector de impuestos y por demás corrupto. Chupa la sangre de sus compatriotas para enriquecer al enemigo romano que coloniza el país. Cobra extras para llenarse los bolsillos además de recibir una jugosa comisión de los romanos y beneficiarse de su protección. Zaqueo no ha encontrado nada mejor para lucirse.

Porque Zaqueo tiene un complejo que lo mata. Ser tan petizo es su calvario. Todo el mundo se burla él. El sueño de su vida es crecer. Más que un sueño es una obsesión. ¿Pero cómo? … No hay forma.

Entonces decide venderse, prostituirse, pegarse como sanguijuela a las patas de los de arriba.  Que sean enemigos no tiene importancia, con tal que tengan poder y plata. Y es así como Zaqueo se pone  al servicio de los romanos, y de hombre insignificante pasa a ser el ricachón del pueblo. Todos lo odian y le tiemblan, pero nadie le falta el respeto…Por fin, Zaqueo es alguien.

Zaqueo es una basura, un sembrador de muerte como los hay por todas partes, en los gobiernos, en las empresas, en los bancos, en la economía mundial y aún en las religiones. Su casa es una fortaleza impenetrable. Nadie entra en ella.

De repente se oye bulla en la calle. Es Jesús el que pasa por allí junto con un tropel de gente alegre.

- ¿Jesús, el curandero famoso que hace milagros? piensa Zaqueo.  ¡Qué suerte! En una de esas me hace crecer de un par de centímetros. ¿Por qué no?...  Además tengo plata, eso siempre ayuda…

Zaqueo ya no se aguanta. Impulsado por el viejo sueño de crecer como una persona normal, se precipita fuera de su búnker y trepa a un árbol con la agilidad de un niño… Desde arriba, por fin, ve otra cosa que los pies de la gente; ve a Jesús. Y Jesús ve a ese hombre ya maduro encaramado en el árbol. Parece mentira. Colgado de una rama y haciendo señas de la mano como un mono, se encuentra nada menos que el ser más malvado del pueblo. Jesús se ríe a carcajadas y le grita:

- ¡Oye, Zaqueo, bájate pronto de allá! ¡Quiero  ir a tu casa!

El petizo malvado casi se desmaya. En un santiamén se deja caer del árbol y se apresura a abrir la puerta de su casa a Jesús y a los que lo siguen. Algunos no entran. La Ley de los sacerdotes prohíbe que se pise la casa de un pecador. Pero Jesús y sus seguidores más cercanos no tienen esa clase de escrúpulos. Penetran con su alegría, su simplicidad y su libertad en esa casa que efectivamente no es más que una tumba. La llenan con el aire fresco de su humanidad  mientras el corazón ulcerado del petizo se inunda de luz.

Nadie juzga a Zaqueo.  Es  primera vez que esto ocurre. Zaqueo se pone tan feliz que pierde la cabeza. Abrazando a Jesús y a sus amigos y amigas les declara:

- Doy la mitad de mis bienes a los pobres. Y todo lo que yo robé, ¡lo devolveré multiplicado por cuatro!

En ese mero instante Zaqueo, sin darse cuenta, se ha convertido en un hombre muy grande.  Aún hoy se habla de cómo ese ser de poca estatura creció a los ojos de todos. Su historia se cuenta por todo el mundo.

Lo que a Zaqueo le salvó fue su corazón de niño. Este corazón puro dormía bajo una montaña de dolor, de vergüenza, de traiciones y toda clase de disparates. El corazón de niño era el tesoro escondido, la perla preciosa, el ser profundo, el “verdadero yo” de Zaqueo;  era la imagen de Dios, el Reino, el hombre nuevo, el resucitado que dormía en el fondo de su ser. Ese corazón de luz se despertó y emergió del montón de basura que Zaqueo había sido  porque, un día, alguien lo vio como Dios siempre lo veía. ¿Quién hubiera dicho?...

Dios no juzga según las apariencias…


                                                                           Eloy Roy

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