¿Puede uno ser, al mismo tiempo, cristiano e hijo de Pachamama? Apuesto que sí. Pues no todos los que profesan ser católicos tienen una auténtica vivencia del evangelio de Jesús, y no todos los que practican ciertos rituales en honor a Pachamama tienen necesariamente alma de idólatras.
Durante once años tuve la suerte de compartir la vida de un pueblo que veneraba con fervor tanto a Pachamama como a la Virgen María. Escarbando debajo de las apariencias, no solo no pude encontrar contradicciones fundamentales entre esas dos formas de religiosidad, sino que descubrí que ambas se podían complementar provechosamente. Me pareció que la Madre de Jesús aportaba una inapreciable dimensión de interioridad espiritual y humana a la Madre Tierra, mientras la Madre Tierra añadía a la figura de María (y de la misma Madre Iglesia), una dimensión integradora y concreta de todo lo creado.
Históricamente, “pachamamismo” y cristianismo se llevaron muy mal. En la
iglesia, simplemente, no había lugar para Pachamama. “¡Mito, superstición, idolatría, paganismo!” fulminaban
desde los púlpitos los sacerdotes de antes. Pero, hoy en día, fuera de unos
grupúsculos integristas de ambos bandos, se podría afirmar que la Iglesia y
Pachamama han empezado a mirarse con menos recelo.
No hay duda de que el “pachamamismo” es un mito, pero esto no significa que
sea del diablo. Antes se tenía un concepto absolutamente negativo de los mitos.
Pero con el desarrollo de la antropología y de la historia de las religiones se
ha descubierto que el mito no es tal cuco. Es el ropaje en el cual se envuelven
las verdades esenciales que dan fundamento, cohesión y sentido a la cultura de
un pueblo. Tradicionalmente, ha sido por medio del mito, constituido de
historias, imágenes, leyendas, creencias, cuentos, danzas y ritos, como la
sabiduría humana se ha desarrollado y transmitido a través de los tiempos.
En sí mismo el cristianismo, por ejemplo, no es un mito ya que se edifica
sobre personas de carne y hueso que han vivido realmente en la historia, pero
fue en gran parte gracias a un sinnúmero de mitos como su mensaje ha logrado
atravesar dos milenarios para transmitirse hasta nosotros. Sin los mitos en
torno al Cristo de la fe, a la Virgen, a los mártires y a los santos, tal vez
la vivencia del Jesús histórico se hubiera perdido por el camino, y su mensaje
también. El mito ha servido de vehículo para transmitirlo hasta nosotros.
El mito de Pachamama
En el imaginario popular, Pachamama es una señora grande y robusta, de
sombrero ancho, que anda por el cerro acompañada por un perrito negro y lleva
en la mano un canasto en el que recoge hojas de coca y hierbas curativas. Ella
es responsable de la fecundidad de la tierra y se enoja con los que le faltan
el respeto.
Porque a la Madre Tierra no hay que faltarle el respeto. De ella viene la
vida de las plantas, de los animales y de los humanos, la cual tiene sus leyes.
No observar las leyes de la vida significa una muerte segura. Por lo tanto,
esas leyes son sagradas. La primera ley, para el humano, es trabajar para que
la tierra dé su fruto.
Necesitó miles y miles de años para llegar a domesticar la agricultura, lo
que comenzó a darse hace apenas unos 10 000 años, o sea algo como una
semana atrás en la escala de la evolución humana. Y, sin embargo, no se ha llegado
todavía a amaestrarla del todo. La última palabra la sigue teniendo, no el
trabajo, ni los extraordinarios adelantos de la ciencia y de la tecnología,
sino la misma Naturaleza. Aún en pleno siglo XXI, el agricultor propone, pero
es la Tierra la que dispone…
Ella es la Madre y es la
Dueña.
La tierra no es tan solo suelo. Es la Madre que en su vientre carga con la
vida, desarrollándola en su cuerpo y brindándola al mundo. Es una fuerza
misteriosa con poder de vida y muerte, de la cual nadie puede hacerse “dueño”.
Desde el momento en que la vida depende enteramente de ella, el humano ama y
teme a la Tierra como a una diosa. La mayor preocupación del humano va a
consistir en buscar la forma de congraciarse con ella, merecer su bendición y
no su maldición, su generosidad y no su castigo. Esta esperanza será el motivo
de todos los rituales dedicados a Pachamama.
También esposa
Una mujer, para dar la vida, necesita de un hombre. La Tierra, tan grande,
tan poderosa, tan misteriosa, y que es como una diosa, necesita también de un
marido para llegar a ser Madre. Y ¿quién puede ser su marido, sino el Sol? El
Sol se enamora de la Tierra, la penetra de sus rayos, la fecunda y así se
convierte en el Padre de todo lo que vive en nuestro mundo. Por lo tanto, el
Sol es dios también. Es el Dios supremo.
¿Es esa linda historia un cuento no más, o hay algo cierto en ella? ¿Es
aceptable para un cristiano o cristiana?
Todo lo que cuenta esa historia es cierto. Obviamente la Tierra no es una
mujer, ni una Madre, ni una diosa... El Sol tampoco es Dios, ni un marido, pero
¿se puede expresar con mejores imágenes el misterio de la vida y aun el mismo
misterio de Dios? Cosa cierta es que la misma Biblia - ¿y por qué no?- recurre
a imágenes parecidas para hablar de la relación fundamental que Dios tiene con
los hombres y con la tierra…
La Biblia y Madre Tierra
El cristianismo me enseña, desde las primeras páginas de la Biblia, que “Dios formó al hombre con el polvo de la
tierra” (Génesis 2, 7), y que,
por tanto, el ser humano, además de ser hijo de Dios, es igualmente hijo de la
tierra a la que tiene que “cultivar y cuidar” sin, por ello, convertirse en
esclavo de la misma, ya que Dios le da también el mandato de “someterla” (Génesis 2, 15; 1, 28).
El cristianismo es una religión de salvación. Se da la misión de revelar al
mundo lo que se estima ser el camino para que la gran aventura humana tenga
éxito y desemboque, al final de un lento y extenso proceso de evolución, en una
asombrosa transfiguración divina. El
cristianismo presenta a Jesús como la encarnación de dicho camino.
Pero sucede que, a través de los siglos, la Iglesia se ha esmerado tanto en
tratar de convencer al mundo que Jesús era Dios que su aspecto de hombre de
barro tal vez se haya quedado grabado como un accidente no más en la memoria
profunda de los cristianos. Por eso, hoy resulta difícil para la mayoría de los
cristianos concebir que el camino de salvación encarnado por Jesús esté
íntimamente ligado a la tierra.
Sin embargo, no hay salvación sin la tierra. El libro del Éxodo del Antiguo
Testamento muestra cómo, por voluntad de Dios, los hebreos son sacados de la
esclavitud y del exterminio en Egipto y son encaminados hacia la libertad y
hacia la vida gracias a la promesa de una tierra propia.
Salvación sin tierra es salvación nula. Un Jesús que no tiene nada que ver
con la tierra es un fantasma. Salvación y tierra van de la mano. Nosotros lo
hemos separado todo.
Con razón el Eclesiástico saluda a la Tierra como “madre universal” (Eclesiástico 40, 1). A la Creación entera el
apóstol Pablo la compara con una mujer que sufre y seguirá sufriendo los
dolores de parto hasta que todos los humanos logren alcanzar la libertad de los
hijos de Dios, es decir hasta que todos logren entrar en posesión de la propia
tierra que brinda vida y libertad a todos
(Rom 8, 21-22). No sólo sufren los hombres por falta de tierra sino que la
misma tierra sufre dolores por los hijos e hijas, sus numerosísimos hijos e
hijas, que siguen excluidos de ella.
Es mensaje central de la Biblia que la Humanidad es comparable a una mujer
de la cual Dios se ha enamorado. Ella aparece como la novia de Dios y como su
esposa. Dios se casa con ella, hace alianza con ella. Se une carnalmente con
ella - lo que la teología llama “encarnación”.
Aunque la familia humana no sea siempre una esposa fiel, y a veces se
comporte como una verdadera prostituta, nunca deja de ser la esposa de Dios,
quien, para corregirla, no vacila en “desterrarla” a Babilonia, para luego
perdonarla y traerla de vuelta a su tierra:
“No te llamarán más
‘Abandonada’, ni a tu tierra ‘Desolada’, sino que te llamarán ‘Mi preferida’ y
a tu tierra ‘Desposada’. Porque Dios se complacerá en ti y tu tierra tendrá un
esposo. Como un joven se casa con una muchacha virgen. Así el que te rescató se
casará contigo, y como el esposo goza con su esposa, así harás las delicias de
tu Dios (Isaías 62, 4-5)
Habría que leer también
todo el libro del profeta Oseas, que es una gran alegoría de los amores
tumultuosos de Dios con su pueblo, y ¿por qué no el Cantar de los Cantares, que
es otra alegoría inmensamente bella sobre el mismo tema?
Es muy sugestiva la alegoría que Isaías usa para
describir la relación de Dios con la Tierra y el pueblo que la habita:
“Yo soy Yavé, y no hay otro más…
Que los cielos manden de lo alto, como lluvia,
y las nubes descarguen la Justicia.
Que se abra la tierra y produzca su fruto,
que es la salvación,
y al mismo tiempo florezca la justicia,
porque soy yo, Yavé ,
quien lo envió”
(Isaías 45, 7-8).
Dios con su lluvia fecunda la tierra, la cual se abre para recibir el
germen de vida. Ese germen es la justicia.
“Pachamamismo” puro
Para el cristianismo, la revelación culmina en un Dios tan enamorado de la
humanidad que, perdonando sus rebeldías, “se
hizo carne y puso su tienda entre nosotros” (Juan 1, 1.14). Al tomar un cuerpo hecho de tierra como el
nuestro, Dios asume nuestra realidad de tierra, de manera que, al vernos, puede
exclamar junto con el hombre de las primeras horas de la humanidad cuando por
primera vez contempla a la mujer: “¡Esta
sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne! (Génesis 2, 23). Y esto
hasta el extremo de amarla hasta la cruz.
Toda la enseñanza de Jesús, del que decimos que es “Dios-con-nosotros”,
parte de la naturaleza. Los grandes símbolos que él usa para compartir con
nosotros su experiencia de Dios, él (como no podía ser de otra manera) los saca
de la naturaleza: la semilla, el pan, el vino, el agua, el viento del Espíritu,
el fuego, la luz... La mayoría de sus parábolas del Reino se refieren a cosas
de la tierra. Porque a través de los signos de la tierra, Dios se da a conocer,
Dios habla, Dios actúa.
Por supuesto, la Biblia no
compara a Dios con el Sol. Se cuida mucho de ello. Y eso se debe a que el
pueblo de la Biblia sufrió horrores como esclavo en Egipto donde el Sol era
dios. Al liberarse de Egipto, el pueblo de la Biblia empezó a adorar a un Dios
más fuerte que ese Dios-Sol de los egipcios. Ese “nuevo” Dios era único y
liberador, y ninguna imagen podía representarlo. Por eso, el pueblo de Israel
extirpó de su culto todas las imágenes del sol.
Esto, sin embargo, no quiere decir que el sol no haya sido y no siga siendo
un hermoso símbolo de Dios. Tanto es así que a la Biblia a veces todavía se le
escapa la comparación y por allí habla todavía de Dios como de un fuego
parecido al sol. Jesús será saludado como el Sol naciente (Lucas 1, 78) y se transfigurará ante tres discípulos extasiados
permitiendo que vean con sus ojos su cara resplandeciendo “como el sol” y su ropa volviéndose “blanca como la luz” (Mateo
17, 2). Será llamado “Luz del mundo”
(Juan 8, 12). En la mañana de Pascua, a la hora que sale el sol, las
mujeres acudidas al sepulcro donde el cuerpo de Jesús había sido depositado,
hacen la experiencia de una presencia de luz fulgurante que anuncia la
resurrección del Señor (Mateo 28, 2-7).
Son imágenes.
El libro del Apocalipsis, por su parte, sintetiza todo el mensaje de la
Biblia en la figura de una mujer embarazada envuelta de sol, con la luna bajo
sus pies y la cabeza coronada con estrellas (Apocalipsis
12, 1-29). Esa mujer representa la Humanidad. Está “revestida de Sol”, es
decir abrazada por Dios y completamente llena de Él. Tiene a la luna bajo sus
pies, lo que significa que trasciende el Tiempo, cuyos días y meses son
marcados precisamente por la luna. Está embarazada para simbolizar que de la
unión de Dios con la Humanidad liberada por Cristo se encuentra el futuro de la
misma Humanidad, que es la inmortalidad en Dios. Lleva sobre su cabeza una
corona de doce estrellas, símbolo de todo el cosmos, para significar que el
Cielo y la Tierra han alcanzado la harmonía perfecta. Finalmente la Mujer
aquella es la misma Creación de la que Pablo dice que sufre dolores de parto…
Históricamente la virgen María, la madre de Jesús, era humilde y pobre; sin
embargo, a la fe le gusta pintarla con los rasgos de esa Mujer que el
Apocalipsis celebra como la esposa envuelta en el sol de Dios. A la fe le gusta
también usar los mismos rasgos para representar a la Iglesia de los discípulos
de Jesús que, en el siglo I, era tratada como la basura del mundo, pero que, en
su cuerpo martirizado, no sólo llevaba las marcas de la cruz de Cristo, sino
también los gérmenes de la resurrección y todo el porvenir de la humanidad.
El amor y el respeto a Pachamama, la Madre Tierra, que es madre de un
pueblo que quiere vivir envuelto junto a ella en el sol de Dios, trabajando,
buscando sus secretos, utilizándolos para el servicio de la vida, no tiene nada
de pagano. Es sabiduría y espiritualidad, que tiene mucho en común con el
misterio de la alianza de Dios con los hombres en la Biblia.
Santa es la Tierra porque ella es el gran sacramento por el cual nosotros
alcanzamos conocer y experimentar algo de Dios. Es más, es a través de un
hombre hecho de tierra igual que nosotros que, según la fe cristiana, el mismo
Dios nos viene al encuentro. Y es por medio de la misma tierra (que nos enraíza
en el cosmos y nos da un hogar en el universo) como nosotros vamos hacia Dios
hermanados con todos los humanos y con todos los otros seres que constituyen el
mundo. Esa conciencia de formar parte de un todo de dimensiones ilimitadas nos
saca de nuestra extremada pequeñez para abrirnos al propio misterio de un Dios
que todo lo contiene y todo lo transciende.
Por eso celebramos la Tierra y la agradecemos en todo tiempo. Celebrarla
como Madre nos compromete a vivir en armonía entre todos, a fortalecer los
lazos que nos unen y a reconciliarnos cuando éstos se distienden. La Madre
Tierra, además, nos mantiene vinculados a los hermanos y hermanas cuyos
cuerpos, al morir, volvieron a su seno; desde ese lugar y, a través de ella,
ellos siguen misteriosamente fecundando nuestras vidas.
Que haya cosas paganas en ello, no se puede negar, como las hay también en
la misma Iglesia, donde mucha gente todavía toma el bautismo como un talismán
contra la enfermedad y la mala suerte, y donde la misa sigue siendo para muchos
un rito de tipo mágico para despachar a los muertos al otro mundo.
Por lo tanto, rescato de la espiritualidad indígena que la Tierra no es una
cosa; no es una mercancía, no es algo para comprar, cercar, explotar, vender.
No es algo descartable. Es antes que nada un ser viviente del que dependen
todos los seres vivientes. Es fuente de vida para plantas, animales y humanos.
Es sagrada como es sagrada la vida. Es realmente madre de toda la humanidad y,
por ende, fuente de la gran fraternidad universal, razón más que suficiente
para llamarla “Santa”. Se desprende de ello que la tierra y sus riquezas han de
ser repartidas de manera que todos los humanos puedan crecer y prosperar. De
esa justicia fundamental dependen la armonía, la paz y el futuro del planeta.
Eloy Roy
Aún a riesgo de consentirte y de alimentar tu ego desmesuradamente esta imagen es una maravilla!
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