“El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir”…Juan 10,10
Nubes de
tierra vuelan detrás de una cosa terrible que baja como cohete de la montaña. De
su boca salen chorros de baba y colmillos filosos como cuchillas. Es una bola
de pelos con ojos ardientes, un demonio que brinca y ladra desesperado
por engullirme a mí y a mi caballo.
Es un
perro pastor, un perro ovejero, que cuida las ovejas y las defiende. No deja que
se acerque al rebaño ni lobo, ni comadreja, ni hombre que no sea el pastor de
las ovejas. Yo en mi vida nunca había visto un animal tan furioso y tampoco tan
protector de otros animales.
Para que
este perro se transformara en tal celoso defensor de las ovejas, apenas nacido fue retirado de la madre y
confiado a una oveja que lo amamantó como a uno de sus corderitos. Así, sin dejar de ser perro, el cachorro se convirtió en hermanito de la
tribu de las ovejas. Una vez crecido, le salió natural correr a todos los
extraños que no eran de la familia.
El Papa ha
dicho a los sacerdotes: Háganse cercanos del pueblo, cercanos de los pobres,
como un pastor de sus ovejas. Arréglense para oler a ovejas… Yo añadiría: inspirémonos
del perro pastor.
Desechemos ese modelo de
pequeños profesores y funcionarios de cosas santas sobre el que la mayoría de
los sacerdotes hemos sido tallados. Ese look tiene que cambiar, aunque nos cueste
una barbaridad a los Nicodemos como yo. Nuestro(a)s futuro(a)s
pastores han de formarse definitivamente fuera de los moldes de las academias y
sacristías.
Que el
amplio submundo de las capas inferiores de la sociedad sea el mundo de ellos y
se les pegue al alma como el mundo de las ovejas al mundo del perro pastor. Que
se rocen con la gente de distintos pensares, con los menos dóciles y los
diferentes, y sobre todo con los pobres,
los pequeños, los golpeados y excluidos de la vida. Que se contaminen con el dolor,
las broncas, los sueños y las alegrías de estos últimos y encuentren en ellos la
inspiración de su espiritualidad. En ese magma tienen que construir su teología antes
de esperar que se les caiga cocinada en la boca desde los claustros de nuestros
institutos de iglesia.
Pues,
¿cómo serán testigos de la Buena Noticia de Jesús a los pobres si no se acostumbran
a ver el mundo con los ojos de los pobres y a sentirlo con el corazón de ellos?
¿O si no aprenden a sacar los colmillos para defender a los pequeños que cada
día pierden más terreno? ¿O si no aprenden desde los que sufren a identificar
la verdadera cara del gran sistema que se presenta a ellos como salvador
de la humanidad cuando en realidad él mismo es la raíz de todas sus desdichas?…
Este
cuento de perro pastor, por cierto, es una metáfora. Los humanos no son ovejas
y los pastores no son perros. A Jesús que ha dicho: “Felices los mansos” no le
gustaría ver a sus discípulos convertidos en perros rabiosos como el que describí
más arriba.
Pero al
menos acordémonos de esto: Jesús y los profetas, que no despreciaban las
metáforas y cuyo corazón rebosaba de compasión y amor a la paz, nunca se
privaron de ladrar.
Nosotros
también sabemos ladrar, pero ¿a quiénes asustamos exactamente: a los lobos
devoradores de ovejas… o solamente a las ovejas que no balan como las demás?
Eloy Roy
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