En La alegría del Evangelio, que el
Papa Francisco acaba de publicar,
descubro sin ninguna sorpresa que la mayoría de las “herejías” que se sospechaban de mí son ahora palabras papales para difundir
por todo el mundo. Lástima que la Iglesia haya tenido que estar al borde de la
quiebra para que ese arrebato de simple sentido común comenzara a sacarla de su
letargo. Era tiempo. Me alegro, pues.
MI ÚLTIMO BLOG
Por lo que a mí respecta, la
experiencia de este blog ha sido muy rica. Pero ha llegado la hora de cambiar
de disco. Hace años que voy dejando a un lado cosas que me apasionan. Siempre digo: “Me meteré en eso cuando sea
viejo.” No sé si habré llegado a tan viejo, pero antes de morir, me
apremia la necesidad de juntar mis energías para concentrarme en lo esencial. A través de mis
modestos escritos, algo de ese esencial se ha podido divisar, pero, para
ser sincero, lo estoy buscando aún. Por eso, de ahora en adelante, me quiero dedicar enteramente a esa búsqueda.
Agradezco muy sinceramente a las
personas que me han acompañado en la
aventura de este blog. Seguiremos unidos como antes, pero por otros canales. En señal de amistad me despido de ustedes
con este último texto sobre pastores y ovejas… para cambiar:
OVEJAS DENTRO DE LA CASA
“Cuando des un banquete, no
invites a tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos… Invita más bien a los
pobres, a los descapacitados, a los cojos y a los ciegos…” (Lucas 14, 12-13)
En Puerta de Juella, las
ovejas andan libres como el viento y en la noche duermen al sereno detrás de
los matorrales. Todo es tan pacífico por allí y el clima tan suave que un
aprisco estaría de sobra; por eso no tienen. Pero, en estos días, acecha el
lobo. Anoche nomás vino y mató tres ovejas. Mientras quede una sola oveja con
vida, volverá. Es la ley de los lobos.
Así que sin aprisco las
ovejas están perdidas y al pastor no le queda
más remedio que evacuar su humilde casa junto con su familia, y meter las ovejas adentro. Antes de retirarse, sin
embargo, el pastor toma la precaución de dejar una ventana abierta. Por el lobo…
Mientras las ovejas ocupan
la casa del pastor, el pastor y su familia se mudan al área de las ovejas. Se
agazapan detrás de los matorrales y se resguardan del sereno con la lana de sus
ponchos. Los más grandes empuñan una
escopeta y los más jóvenes, un palo. Duermen de un ojo, y el otro lo tienen puesto
en la ventana.
El lobo no tiene prisa. Transcurren
las noches sin que nada ocurra. Pero al
cabo de catorce días, algo por fin se da. Una larga sombra se está perfilando
entre las ramas y se desliza sigilosamente hacia la casa. Dentro de la casa, las
ovejas se agitan y se han puesto a gemir.
La sombra está nerviosa, como
si oliera la presencia del pastor y adivinara sus intenciones. Pero la llamada
de la sangre es más fuerte que todo. La sombra da un brinco rápido hacia la ventana
mientras un disparo estrepitoso desgarra la noche. Sigue un ruido sordo. Sobre
el suelo se extiende una enorme mancha negra que se retuerce un rato y luego
estira la pata. Ha muerto el lobo.
Los buenos pastores de la
iglesia son así. Una o dos veces por año, salen del templo junto con sus
parroquianos y van al encuentro de las personas solas, de los pobres,
marginales y excluidos. Los meten a todos en la casa de Dios y les hacen una
gran fiesta. Porque la iglesia es la casa de los últimos donde siempre tienen reservados
los primeros asientos.
Esas mujeres y hombres, con o sin pastores, que
se esmeran para que los últimos ocupen un lugar central en la sociedad (y en la
iglesia), son los que han arrancado del corazón de Jesús el maravilloso canto
de las Bienaventuranzas. Ellos son la señal de que el Reino de Dios está en
marcha.
El mismo Jesús, el que toda
la vida trató de poner patas arriba el «orden» de los lobos, se reconoce como
en un espejo en esa gente de gran humanidad. A él le costó la vida, por
cierto, pero fue un pastor macanudo.
Eloy Roy
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