jueves, 13 de marzo de 2025

 

TODAS LAS DEUDAS IMPAGABLES

QUEDAN ¡CANCELADAS!



Cuando Yeshua habla de un «AÑO DE GRACIA»,

intentan matarlo.

Cuando nosotros hablamos del AÑO SANTO 2025,

no pasa nada.

Lucas 4, 16-30

Por: Eloy Roy

 

Querido Yeshua, ( «Yeshua» es el nombre de Jesús en arameo, la lengua de su pueblo).

Nos encontramos reunidos en la sinagoga del pueblo de Nazaret, en donde creciste. Allí están todos los vecinos.

Según lo acostumbrado para con un visitante de paso, el jefe de la sinagoga te invita a dar lectura de un pasaje de las Escrituras sagradas. Hoy toca un trozo del libro del profeta Isaías.

Tomas el rollo y elegís cuidadosamente los versículos 1 y 2 del capítulo 61. Esto es lo que quieres proclamar en ese día. (Basándome  en Levítico 25, 8-11y Deuteronomio 15, 1-2, propongo aquí una traducción interpretativa del texto escogido para mejor destacar su significado y su alcance). Se lee así:

«El Espíritu, o sea el Aliento o el Soplo de Dios, está sobre mí. Respira en mí. Me impulsa a anunciar a los pobres esta Buena Noticia: ¡Serán liberados todos aquellos y aquellas que hayan sido echados a la cárcel por sus opresores! ¡Todos aquellos y aquellas que se encuentren encerrados en la oscuridad de las mazmorras, verán, por fin, la luz del día y saldrán  libres! ¡Quedarán libres todos los habitantes de esta tierra que, al no poder pagar sus deudas, fueron despojados de sus bienes, y aquellos que, para salvar su vida, se tuvieron que entregar como esclavos a sus acreedores! Ya llega para ellos la condonación de sus deudas, o sea su emancipación, su liberación, mejor dicho, su « gracia». Recuperarán su libertad, sus derechos y todos los bienes de los que hayan sido despojados. Este año será EL AÑO DE GRACIA del Señor Dios, ¡un año de jubileo, UN AÑO SANTO!»

Todos te miran con ojos grandes... Ni se oye una mosca.  Enrollas el pergamino y luego, pesando cada una de tus palabras, haces la declaración siguiente:

«Lo que acaban de escuchar

¡HOY mismo se hace efectivo!»

Estalla en el instante un barullo que casi hace volar las tejas del techo. Es una explosión de  alegría de parte de los oprimidos, y de furia de parte de los otros.

Del grupo de los usureros y de los terratenientes sube un aullido de hienas:

-        ¿Te has vuelto loco, Yeshua? Mientras nos metes por las narices un escrito del tiempo del ñaupa, nosotros no hemos dejado de avanzar. No eres más que un chatarrero de retales y ¿vamos a dejar que destruyas los avances que hemos logrado en este país? Haznos un gran milagro aquí mismo en este pueblo y  veremos si de verdad Dios habla por tu boca.  

Las burlas, los abucheos y los escupitajos llueven.

Con esfuerzo extremo para lograr que te oigan, alcanzas decirles que Dios no hace milagros en un pueblo que cierra la puerta a sus profetas, (o sea a aquellas personas que sólo tratan de ser coherentes con la fe que su pueblo se gloría en tener). Se siente mejor acogido y escuchado… ¡en tierras extranjeras y paganas!

 Al oír esto, la furia sube de muchos decibeles, pero sigues hablando.

 -        Fíjense en el profeta Elías. Un día se encontró con una pobre viuda. Ella iba a enterrar a su hijo pequeño que el hambre había matado. Se notaba que  pronto lo mismo le iba a pasar a ella misma. Pero Elías resucitó al niño y salvó a la madre. ¿Acaso el profeta hizo un milagro parecido en su propio pueblo, en Israel, en donde no faltaban niños que morían de hambre? No, lo hizo en Sarepta, ¡un territorio pagano! ¿Por qué? Porque esa mujer,  a la que no le quedaba nada, había acogido al profeta en su humilde choza como a uno de la familia (1Reyes 17, 10-16).

Un silencio letal cae sobre la asamblea mientras sigues hablando:

-        Había muchos leprosos en Israel en los días del profeta Eliseo, pero el profeta no curó a ninguno de ellos sino a Naamán. ¿Quién era Naamán? Era el jefe de los ejércitos del rey de Aram, un viejo enemigo con el que Israel estaba constantemente en guerra (2 Reyes 5, 1-19).

Estas palabras no han salido de tu boca que ya las hienas te caen encima. Te arrastran fuera de la sinagoga hasta lo alto de un barranco para arrojarte abajo y matarte.



Pero de repente no estás más allí, pues te escabulliste como una culebra entre las patas de los dinosaurios.

De milagro te salvaste.

Por ahora.

Envíos misioneros modernos

Mi querido Yeshua, en ese bochinche diste inicio a tu «misión de evangelización de los pueblos», y también al primer «Año Santo» de nuestra era.

Ahora bien, como te habrás enterado, las cosas mucho han cambiado. Hemos progresado. En lo  referente a la  religión no somos estrictos como antes. Somos más tolerantes, menos radicales, menos fundamentalistas. En una palabra, hemos evolucionado.

Lamentamos la reacción violenta de tus contemporáneos a tu proclama en la sinagoga, pero no nos extraña, porque admitirás que,  para los acreedores, aquello de la cancelación de todas las deudas es un hueso muy duro de tragar. Sus emprendimientos se desbaratan por completo y se paraliza la economía toda. Por eso, hemos optado por olvidarnos de esa medida anticuada y  la hemos remplazado por el  «perdón de las ofensas», como consta en nuestra versión moderna del Padrenuestro. Así va: en lugar del «dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris» como viene en el texto latino de antaño (traducción: «perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores»), le pedimos al  Padre que nos perdone «nuestras “ofensas”» en vez de “nuestras deudas”... Total, suena menos profano y más pastoral. Nos parece que esta iniciativa un poco atrevida se justifica por amor a la paz...

La paz...

 Según los que saben discernir lo que viene de Dios de lo que no, la PAZ es el sello de la Voz de Dios y de su Espíritu... Tal dato no se discute. Es como un dogma de fe.

Sin embargo, en los dos versículos que preceden al episodio de la sinagoga, Lucas señala  que Yeshua volvió a Galilea precisamente «con el poder del Espíritu» (Lucas 4, 14), dejando  en claro  que es el Espíritu santo quien empujó Yeshua a proclamar ese texto de Isaías que conocemos, provocando el bochinche que vino después junto con el   intento de asesinato. Con lo cual afirmamos que si bien la Voz del Espíritu Santo suena a menudo como un  susurro de paz en el corazón, puede ser que a veces desencadene una revolución o un viento huracanado con saetas de fuego, como en Pentecostés, por ejemplo  (Hechos 2, 1-13).

Volviendo a lo nuestro

Cuando nosotros despedimos a nuestros misioneros, ya no besamos sus pies como antes, lo que, en cierto modo, es un progreso. Pero seguimos cantando a viva voz, y con razón,  la valentía, la abnegación y la generosidad de ellos. Sin embargo, en lo que respecta al «Año de Gracia», ¡ni mu!

Al parecer, la opresión sufrida por la mayoría de los pueblos a los que somos enviados, las enormes deudas que los someten y los reducen a una esclavitud mal camuflada, todo aquello pasa desapercibido.

Como misioneros salimos a anunciar una Buena Noticia a esos países, pero no exacta ni totalmente la de Yeshua en la sinagoga de Nazaret.

Ni que decir tiene, por supuesto, que nuestra misión no consiste en fomentar cruzadas contra todos los canallas del planeta, pero al menos deberíamos, conforme al espíritu de Yeshua, comprometernos a crear en esos lugares adonde vamos como enviados del Evangelio, una conciencia, una mentalidad, una espiritualidad o al menos una sed de “liberación”, no solamente de los perniciosos regímenes soviético, chino o yihadista, sino también de nuestro hipócrita  e insidioso modelo capitalista, materialista, burgués y rapaz cuya cara nos muestra en forma cada vez más límpida el grotesco Presidente número 47 de Estados Unidos.

A través de todos los medios sociales más modernos deberíamos unir nuestras voces a las de millones de cristianos y no cristianos de los que toman a pecho el destino de la humanidad, para mantener al más alto nivel de alerta la conciencia humana respecto a la necesidad, deber, obligación y urgencia de cancelar las  injustas e impagables deudas que aplastan a los pueblos más vulnerables del planeta, por sobre todo al tratarse de aquellos pueblos a los que deseamos llevar la Buena Noticia de Yeshua.

Mucho hacemos, pero...

Desde hace mucho ya hemos practicado un evangelio que procura mejorar la suerte de los más pobres.

Un evangelio que se traduce en escuelas, en centros de salud y de educación popular, en pequeñas y grandes comunidades de fe, caridad y solidaridad fraterna.

Un evangelio de medios de comunicación y de asistencia social.

Un evangelio de pequeñas y grandes acciones para el despertar y el crecimiento de la persona humana.

Un evangelio que promueve y defiende los derechos humanos, pero también un evangelio de la Tierra y de todo cuanto tiene aliento de vida.

Un evangelio que cava pozos, abre caminos, construye iglesias, acoge refugiados y recluta relevo para que esa labor no muera.

Estos son los milagros nuestros.  

Pero lo que hacemos poco o nada es atacar con claridad la raíz de la pobreza, como lo hizo Yeshua en la sinagoga de Nazaret al proclamar que «el Año de Gracia» soñado por los profetas comenzaba el mismo día en que él tomó la palabra.

¿Acaso, bajo pretexto de caridad o paz, Yeshua se quedaría mudo ante el hecho brutal de que nuestros países depredadores siguen enriqueciéndose a costa de los pobres?...

Nos guste o no, nosotros, los misioneros canadienses, somos naturales de un país que con sus poderosas compañías mineras, se destaca como un integrante del club de los grandes depredadores del planeta. Este club, por supuesto, no solo saquea sino que también da una mano de vez en cuando a los países más necesitados bajo la gorra de la ayuda internacional. Esta gorra ocasionalmente sirve para disfrazar la venta a esos mismos países (a los que deseamos evangelizar) de armas sofisticadas y de  gadgets de alta tecnología que los intoxica y los hace siempre más dependientes de nosotros.

Claro que  nos damos cuenta de esas contradicciones, pero nos encogemos de hombros en señal de impotencia y todo queda ahí.

Mientras tanto, con nuestro silencio y nuestros suspiros de impotentes, no dejamos de contribuir a llenar los bolsillos de los opresores de estos mismos  pueblos a los que somos enviados para anunciarles la Buena Noticia de Yeshua.

No, no hablamos de estas cosas en nuestros envíos misioneros ni en ninguna de nuestras liturgias…

De ahí que, en nuestras capillas confortables y nuestras publicaciones limpitas, nuestros envíos misioneros no provocan ningún disturbio y que nadie corre el riesgo de ser arrojado de su silla.

 

Año Santo

Cada 25 ó 50 años vuelve sin falta un «Año Santo». El presente año 2025 es precisamente uno de ellos.

De hecho, se trata del «Año de Gracia» de la Biblia, pero cuidadosamente “reciclado” para los tiempos modernos.

Este año jubilar, que debería ser el Año Misionero por excelencia para la condonación de las deudas de los más empobrecidos del planeta, ha sido milagrosamente remodelado en un año emblemático de turismo religioso internacional, en un negocio de indulgencias mal disimulado, en bendiciones papales pagables y en un baratillo infinito de artículos religiosos.

Suponiendo que todo aquello sirviera de verdad a quitar los pecados del mundo, nos preguntamos por qué no quita también la deuda de los países en vía de “(sub)desarrollo” cuyo peso, a escala de los pobres, supera los picos más altos del Himalaya…

Pobre Yeshua, después de lo ocurrido en la sinagoga, lograste estirar de dos años más el elástico de tu vida sólo para ir a parar pronto en la cruz del Calvario (lugar de la Calavera) un basural para malditos, caranchos y perros vagabundos. Parece ser que ése fuera el barranco que te aguardaba junto con tu programa de evangelización según Lucas 4, 16-30.

En realidad, no todo termina ahí

Después de la noche más larga del mundo, de repente se alza detrás de las montañas la luz deslumbrante de un nuevo día. «No más muerte, no más llanto, no más gritos, no más dolor porque el mundo antiguo ha pasado» (Apocalipsis 21, 4).

Pero estos rayos de un sol nuevo despuntando en el horizonte, nuestros ojos de carne no los pueden captar. Otros son los ojos que los podrían ver, pero los desconocemos y, por eso, quedamos de  vuelta en la oscuridad como niños enfurruñados por la frustración.

Nos conformamos con seguir siendo  « dinosaurios buenos» que concebimos la vida como algo que hay que poner en conservas.

Renunciamos al sueño, a la pasión, a la hermosa locura a la que, en lo  hondo del ser, el Infinito nos sigue convidando.

Solo falta que se prenda una chispa de aquella claridad para que un fuego comience a arder en nuestro interior como se dio con los discípulos de Emmaus, o con el mismo Moisés y tantas otras lumbreras del mundo fabuloso de la fe (Lucas 24, 32-33, e Éxodo 3, 1-10; 13, 21; 14, 24.30-31).

……………………..

P.D.: Hoy, 7 de febrero del 2025, el Papa Francisco (oriundo de la Argentina, país que carga con una deuda externa sumamente pesada contraída por los ladrones de la última y muy  sangrienta dictadura militar del 1976 al1982), acaba de publicar “Spes non confundit” (La esperanza no defrauda).

 En este documento, Francisco hace una “invitación apremiante” en vista del Año jubilar. Esta invitación “va dirigida a las naciones más ricas, para que reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y determinen condonar las deudas de los países que nunca podrán saldarlas” (n. 16).

 Y como si fuera poco, esta tarde, en casa de las SME, se está dando un taller sobre el tema. ¿Serán éstos unos primeros “destellos de claridad”?...

¡Duc in altum! ¡Llevemos la barca mar adentro! (Lucas 5, 4).

 

 

 





  TODAS LAS DEUDAS IMPAGABLES QUEDAN ¡CANCELADAS! Cuando Yeshua habla de un «AÑO DE GRACI A», intentan matarlo. Cuando nosotros habla...