UN ENCUENTRO DE ALTO RIESGO
Jesús y Juan el Bautista
No es de
extrañar, Jesús,
que, al final,
todo terminó mal para ti,
pues quien
juega con fuego
siempre
termina quemándose...
Era de
conocimiento público
que ese Juan,
de apodo "el Bautista",
era un tipo
peligroso, un marginal,
un alarmista
que no se conformaba con nada.
Hoy en día
muchos lo hubieran fichado
como "terrorista"
o como "woke" ...
(Por algo se
escondía en el desierto...).
Acercarse a él
en todo caso
no era para
nada "políticamente correcto".
A pesar de
ello, o más bien por ello,
los
resistentes y todos los pobres del país
lo aclamaban
como un gran profeta.
Tú, Jesús, simple
trabajador manual
de una aldea
desconocida de Galilea,
eras uno más
de esa plebe despreciada.
Agarraste la
mochila y tomaste el riesgo
de marcharte
hacia el Jordán
en busca de la
tapera de Juan.
Allí lo
encontraste con los pies en el agua
y tapado con
una piel de camello.
Lo escuchaste desatarse
contra la sociedad,
contra los
sacerdotes, contra el gobierno
y contra el
mundo entero.
Con hacha en
la mano vaticinaba que ese pueblo
que se
gloriaba de ser descendiente de Abrahán,
el ancestro
muy santo,
no era, en
realidad, sino un árbol podrido
que, si no
cambiaba de rumbo,
muy pronto iba
a ser cortado.
Al igual que el
profeta Elías,
Juan llamaba
al fuego del cielo
sobre ese
pueblo que no daba seña
de querer
enderezar sus caminos torcidos.
Para él
saltaba a la vista
que las divisiones
internas,
las
injusticias, la corrupción
y miles de
otros abusos
eran lo que pavimentaba
el camino
a los
ejércitos romanos tan temidos y odiados
que ya estaban
ocupando al país.
A los
"buenos" que aún le tenían algún respeto
al Dios del
ancestro Abrahán,
Juan les
reprochaba su beatería
y su fe cómoda
de expertos en chantaje,
pues miraban a
Dios como su propiedad privada
y algo como el
rehén suyo.
Valiéndose del
antiguo pacto de amistad
entre Dios y
Abrahán, su antepasado,
exigían de
Dios que interviniera
personalmente
y sin demora
para revertir
la situación a favor de ellos,
de lo
contrario quién sabe lo que iban a hacer...
Mientras tanto,
en el templo y en las sinagogas,
sacerdotes y
rabinos,
cuyos cargos
dependían de los caprichos de los romanos,
multiplicaban
rezos y sacrificios.
para que el
pueblo guardara la calma.
No así con Juan
el Bautista.
Para él ya
había llegado la hora de pasar
de una religión
de rezos y de sacrificios
a una vida de
justicia y de compartir.
A los que
andaban llenos de plata mandaba
que se deshicieran
de la mitad de sus riquezas
y que se la
dieran a los pobres.
A los
cobradores de impuestos decía: "¡No roben!",
a los
militares: "¡Dejen de abusar de la gente!".
a los policías
: "¡Confórmense con su sueldo!"
En otras
palabras, había que acabar con la injusticia
sacársela de
adentro, restregarse, limpiarse de ella
como cuando
uno, sacándose los trapos sucios,
se tira al
agua y se lava de pies a cabeza.
Este discurso,
Jesús, te entró en el corazón
como pura
palabra de Dios.
Y, por eso, en
un santiamén ,
te sacaste
toda la ropa
y zambulliste
de cabeza
en el agua y
en el movimiento de Juan.
Eso fue tu
"bautismo"
(palabra que significa "chapuzón").
En ese mero
instante
se te dio un
estado de ser
imposible de
describir.
Se
desvanecieron como humo
todas las
ideas, todos los deseos,
todas las
imágenes y los conceptos,
todos los
dogmas, las normas y las palabras ...
y todas las
estructuras.
Fue una experiencia
muy humana
pero muy poco
conocida
que,
traspuesta a nuestro lenguaje,
sería como si
la "conciencia ordinaria",
(la de todos los días, la del "ego")
se hubiera
encontrado de repente
totalmente
"sumergida"
en una
"conciencia más profunda"
(que todos tenemos pero que la mayoría ignora).
A esa
experiencia se la llama
"ILUMINACIÓN".
Como un arroyo
penetrando en el mar
entraste en la
presencia de AQUEL QUE ES.
Tus ojos
vieron lo Invisible
tus manos
tocaron lo Intocable;
escuchaste lo Inefable,
bebiste su
Palabra
y hasta el
desbordamiento
te llenaste de
su Aliento
Estalló en ti
algo como
un
inmenso DESPERTAR,
una ECLOSIÓN,
un verdadero NACER.
Se desplegó en
lo más hondo de tu ser
la totalidad
de tu realidad humana;
la viste sin
ninguna separación
del resto de
la humanidad,
o de la
creación entera,
o, incluso, de
la misma divinidad.
También viste
junto a ti a todos los humanos
como hijas e
hijos amados de Aquel-Que-Es,
unidos entre sí
como los rayos de un mismo sol,
gozando de la
libertad más pura
dentro de una
diversidad sin fin.
Fue allí donde
abrazaste tu misión,
no de quemar,
sino de iluminar al mundo,
despertando en
los humanos
la dimensión
más profunda
de lo que
ellos son de verdad:
mujeres y
hombres parecidos a ti,
brillando de
luz como tú,
unidos al
mundo entero como tú,
unidos à Dios
como tú.
Mientras
tanto, Juan el Bautista,
a quien muchos
veían
como el más
grande de todos los hombres,
fue
desvaneciéndose suavemente
como la luna
de la mañana a la salida del sol.
De la luz de
la zarza ardiente
el gran Moisés
había recibido la misión
de liberar a
su pueblo de la esclavitud;
mientras tú,
Jesús,
por la luz
deslumbrante de tu bautismo
recibiste la
misión de abrir para la humanidad
el camino de
un comenzar
radicalmente
nuevo.
A excepción de
Juan,
nadie se había
dado cuenta de esa experiencia
que te había tocado
vivir en las aguas del Jordán.
De tu rostro
no salieron rayos de luz
como aconteció
con Moisés.
Seguiste igual
a los demás
con esta única
diferencia
de que, a
partir de entonces,
nunca has
hablado o actuado
como el montón
y siempre has
andado de contramano
con respecto a
los letrados de la ley
y a los apagadores
de luz.
Te adentraste
luego en el desierto
antes de
seguir camino hacia tu Galilea natal
a sabiendas
que te estaban esperando
muchos otros
riesgos...
Continuará...
Eloy Roy