PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
A través de los gritos y silencios de los empobrecidos y
empobrecidas de la Tierra
es el mismo Dios el que nos
habla. La "nueva evangelización" tendrá que hacerse
eco de esa voz, si no, será
un aborto más.
Lázaro (Lucas 16, 21) |
A LOS EMPOBRECIDOS Y EMPOBRECIDAS LES ROBAMOS
HASTA EL EVANGELIO
Pues, nada que hacer. El
evangelio no me pertenece a mí, ni a los intelectuales, ni a la gente de
iglesia, ni a los expertos en Biblia, ni a los “televangelistas”, ni a los
curas, ni a los obispos, ni a los papas.
El evangelio pertenece a los
empobrecidos y empobrecidas del mundo.
El alma del evangelio es
Jesús y Jesús es un pobre.
Jesús vivió, luchó, se
desvivió haciéndose solidario del pobre, compañero, amigo, compinche, hermano,
defensor del pobre. Peleó por los
pobres. Murió pobre entre los más pobres.
Así como el sol brilla para
todos, buenos o malos, ricos o pobres, así Dios ama a todos, dijo Jesús sin,
por eso, identificarse con los malos ni los ricos. Se identificó con los
pobres. Él quiso llegar al corazón de todos, pero a través y a partir de los pobres.
Se identificó con los pobres
haciéndose uno de ellos. Hizo suyos sus sufrimientos y sus esperanzas. Y si amó
a todos los demás, fue desde los gritos y los sueños de ellos. Pues son los pobres
los que inspiraron a Jesús las Bienaventuranzas y lo del Reino, que son ambos
el corazón palpitante del evangelio. Sin
los pobres, el evangelio simplemente no existe. Y Jesús tampoco.
Él amó a los pobres hasta
meterse por entero en la tarea de brindar una vida nueva a todos los rechazados
que se le cruzaban por el camino. Se fijaba en ellos como en personas que
tienen un nombre y un rostro. Él representaba para ellos la posibilidad de tomar
la palabra y de gritar su verdad. Él les escuchaba. Les abría los brazos, les
tendía la mano, les levantaba. Sobre los pasos de Jesús florecía la vida.
Y cuando Jesús se cruzaba
con algunos ricos que explotaban al pueblo,
no los maldecía. A veces iba a banquetear con ellos. Pero se presentaba a
ellos como pobre, tal como era. No cambiaba su discurso para complacerles.
Incluso aprovechaba la oportunidad para decirles unas cuantas verdades. Sin
escándalos, pero tampoco con componendas.
Si Jesús es la Palabra creadora
de Dios sembrada en nuestra tierra, esa Palabra no puede sino ser la palabra de
los pobres. Para oír la palabra que Dios dirige a los humanos, hay que escuchar
a los pobres. Para conocer a Dios hay
que conocer de verdad a los pobres. Para acercarse a él, hay que acercarse a
los pobres.
Pero los pobres no son todos
unos santos. Entre ellos los hay que son
antipáticos, repugnantes, tontos, malos, falsos, aprovechadores, haraganes, envidiosos,
arrogantes y violentos. Para colmo, casi todos sueñan con ser como los
ricos. ¿Cómo Dios puede hablarnos a
través de esa masa de gente pobre mezclada con puros "desechos” de la humanidad?
Pues bien, ¿cómo Dios nos
puede hablar a través de aquel “desecho”
humano llamado Jesús? Él fue excomulgado por su comunidad, fue torturado por rebelde,
condenado por blasfemo y por subversivo, y crucificado por ser enemigo de Dios y de la Patria. Y, a pesar de
ello, ese “desecho humano” que sigue colgando de los crucifijos, es venerado
por los cristianos como el “Salvador” del mundo. ¿Acaso, no es esa la suprema Palabra de Dios en nuestra carne
mortal, a saber que Dios nos salva a
través de los rechazados del mundo?
Se puede discrepar arguyendo que
Jesús era inocente, a la inversa de los
pobres que son pecadores igual a los demás. Esto es cierto. Pero no es justo
echar a los mismos pobres la culpa de su pobreza. Ellos también son inocentes.
La verdad es que los pobres son criaturas
de un sistema delirante y perverso que desde hace siglos los fabrica por
centenares de millones con la única finalidad de enriquecerse más y más.
Ese monstruo crece sin parar con
toda impunidad, gracias en particular a la
complicidad de una multitud de “buena gente” como nosotros que aún seguimos
creyendo ciegamente en la virtud de los más fuertes y en los milagros de la
guerra y del dinero. Mientras pretendemos ser unos puntales de la democracia y
del cristianismo. Incluso pedimos a Dios que bendiga todo aquello.
En un mundo rebosante de riquezas, la pobreza es un crimen abominable
contra la misma humanidad. Y las víctimas de ese crimen no son extraterrestres
sino millones de personas vulnerables
que son los propios miembros de nuestro cuerpo.
Dejemos, pues, que el grito
de los pobres nos perfore el corazón. ¡Ojalá
sus lacras nos espanten y sus
sufrimientos nos duelan hasta hacer reventar la gruesa burbuja de nuestra confortable
tranquilidad!
La nueva evangelización tiene
que edificarse sobre las expectativas reales
de los empobrecidos y empobrecidas de la Tierra,
si no se derrumbará como aquella casa de la que Jesús dice que había sido construida
por un tonto; el primer temporal se la llevó como un castillo de naipes porque no tenía sus
cimientos asentados sobre roca sino sobre arena (Mateo 7, 26-27).
Eloy Roy
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