JUAN PABLO GUILLET
el hombre de las conexiones
“Ya
que a ti te gusta hacer conexiones”…
le dijo el superior con una
sonrisa medio burlona..
Por ELOY ROY
Por ELOY ROY
En aquel
tiempo, 60 años atrás, no había computadoras, ni Internet, ni Facebook, ni Tweeter, ni iPhone,
ni teléfonos portables. Los 400 000 habitantes del Sur de Honduras podían
contar con apenas el telégrafo y cuatro o cinco teléfonos que chirriaban mucho.
Dios vio la cosa y le preocupó. Pensó que un pueblo tan disperso en las
montañas y tan poco “conectado” debía llevar una vida triste y le dio lástima. Pero
descubrió que allí existía la RADIO. Entonces le vino una idea.
Fijándose
en Juan-Pablo Guillet, su amigo, lo colmó de un montón de talentos. Lo bendijo
con el don particular de hacer “conexiones” con cables eléctricos y le regaló además
un gusto marcado por el Evangelio de Jesús, por los micrófonos, las cámaras,
los audiovisuales, las películas y la música. Luego envió a su amigo Juan-Pablo a Choluteca con la
misión de “conectar” a todo el pueblo de la zona.
Fue así
como, en enero de 1959, el joven Juan-Pablo, sacerdote de la Sociedad de Misiones-Extranjeras
de Quebec, aterrizó en Tegucigalpa, se subió a una “baronesa” (camión-bus) cargada a topes de pasajeros, de
equipajes e incluso de animales, y fue a parar en los vapores de Choluteca, de
por sobrenombre “la Sultana del Sur”, después de demorar nueve largas horas para
recorrer los 145 km que lo separaban de la Capital.
Montando
una pequeña Vespa, manejando su furgoneta Volkswagen, tocando el acordeón o
cantando, este sacerdote desbordante de
energía, llamó enseguida la atención del pequeño mundo de Choluteca que no
tardó en percibirlo como un hombre de muy buena onda.
En un principio, como todo
buen misionero, Juan Pablo bautizó a miles de niños. Surcó las montañas a lomo de
mula para acompañar a los enfermos en sus últimos momentos. Conoció las faenas de
las fiestas patronales en las capillas de los pueblos remotos de la montaña.
De
pronto, junto con Guillermo Aubuchon y Henri Coursol, y con otros compañeros de la misma hermandad, acometió
la tarea de agrupar en torno a dirigentes en cierne, a grandes porciones de ese
pueblo desparramado entre centenares de
pequeñas localidades mal comunicadas.
Sacando
provecho de las riquezas inagotables de la religiosidad popular, estos pioneros de la
misión implantaron entonces movimientos
tan tradicionales como el Apostolado de la oración, la Legión de María y los
Caballeros Católicos. Como si de nada fuera, estas pequeñas organizaciones iban
a poner las primeras piedras de una obra mayor que pronto salvaría las paredes
de las capillas y transformaría a millares de humildes laicos en agentes
de un profundo cambio de la sociedad.
La gran
aventura de la Radio
La misión propiamente
dicha de Juan Pablo comenzó el día en que colgó unas bocinas grandes de los
campanarios de la venerable iglesia de Choluteca y las hizo hablar. Fue la sensación en la pequeña ciudad. A
la gente le encantó escuchar su propia música y oír voces conocidas hablar de
cosas cercanas a su realidad. Siguieron después las atractivas proyecciones de
audiovisuales sobre las paredes de las capillas de los pequeños pueblos del
campo. Por todas partes, gente que ayer aún era muda, se sorprendía de repente
a decir cosas, a comentar, a participar… Con esas primeras experiencias Juan Pablo descubrió una felicidad única que
lo confirmó en su deseo de dar voz a los sin voz, “conectándola”
con la voz del más famoso hombre del campo en el mundo: Jesús de Nazaret.
Después
de cuatro años en Choluteca, Juan Pablo se trasladó a la Capital para
asumir la responsabilidad de la parroquia de La Guadalupe. No había
llegado allí cuando a Evelio Domínguez, el obispo auxiliar de Tegucigalpa, se
le ocurrió pedir a la SME que le prestara un sacerdote para dirigir un proyecto
de “Escuelas radiofónicas” en la Voz de Suyapa, la radio católica de Honduras. Guillermo,
el superior, le comentó el asunto a Juan Pablo, y con una sonrisita escéptica
y medio burlona, le dijo: “Ya que a ti te gusta hacer conexiones, quizás
podrías sacarles de apuro.”… Armado con
tan prestigioso diploma y ardoroso respaldo,
Juan Pablo zambulló de cabeza en el proyecto de las Escuelas
radiofónicas de Honduras y, de la noche a la mañana, se improvisó arquitecto e
ingeniero de lo que, muy probablemente, llegara a ser con el tiempo la obra clave de
la misión de la SME en Honduras.
Ya Juan
Pablo, unos años antes, casualmente por radio,
había oído hablar de Escuelas radiofónicas que funcionaban en un lugar
de Colombia llamado Sutatenza. El comentario era que esas escuelas hacían
maravillas entre los campesinos de la región. Juan Pablo recordaba que al
escuchar eso él se había entusiasmado y había dicho para sus adentros: ¡“Algo
así haría falta en Honduras! ». Le pareció que por lo pronto su deseo estaba
por cumplirse, pero a condición de que él mismo lo armara todo desde cero. Entonces se pegó un viaje rápido a Sutatenza.
Quedó fascinado por lo que vio allí y volvió con la mochila llena de ideas para
el proyecto de Honduras.
De
regreso a Tegucigalpa, “el hombre de las conexiones” se rodeó de un
equipo de profesionales y un grupo de jóvenes muy motivados. Se creó el Comité
de apoyo con el nombre de “Acción Cultural Popular Hondureña”. Pronto se
compartieron los sueños, se repartieron las tareas y, al cabo de unos meses de
trabajo arduo, las Escuelas radiofónicas entraban en ondas.
Comenzaba entonces una
aventura que iba a traer literalmente al mundo cientos de millares de
campesinos, en su mayoría analfabetos, quienes desde siempre se
encontraban privados de medios elementales para crecer simplemente como
familias, como productores agrícolas, como artesanos, como ciudadanos y cristianos
comprometidos, y como personas conscientes, libres y responsables de su
destino.
Las Escuelas Radiofónicas
penetraron en todas partes de este laberinto de montañas que es Honduras, en donde
las ondas alcanzaban encontrar paso.
Derramaron por doquier luz y ánimo. Popularizaron medios técnicos,
concretos y prácticos para que la gente valiente del campo pudiera desarrollarse
en todos los ámbitos más esenciales de su vida.
¿Cómo
funcionaban las Escuelas Radiofónicas? Ver nota más abajo.
Las giras
Para abrir camino a las
Escuelas radiofónicas, Juan-Paul saltó en su busito Volkswagen al que tenía repleto
de equipamiento y de material de toda clase, y se lanzó en una gira por las
principales regiones más importantes de Honduras. Iba, desaparecía, se borraba,
volvía de nuevo, estaba por todas partes. A veces se lo entreveía de
pasada por Choluteca, más concretamente por las montañas del
Corpus, adonde iba con frecuencia a comprobar en el terreno cómo todo
funcionaba.
Una pequeña “universidad”
popular: la Colmena
Una cosa llamando otra, en
1965, Juan-Paul fundó en Choluteca, el Centro La Colmena para perfeccionar la
formación de los pequeños
dirigentes surgidos de las múltiples organizaciones populares que crecían por
todas partes. Los monitores de las Escuelas radiofónicas, los responsables de
pequeñas cooperativas y sindicatos nacientes, los promotores de la salud y, más
tarde, los animadores de las Celebraciones de la Palabra encontraron en la
Colmena la pequeña “universidad popular” que les hacía falta para crecer más y desplegar sus alas a un nivel que llegó a ser
sorprendente.
El contenido de estos
programas elaborado por el mismo Juan Pablo, a veces ayudado por unos
colaboradores, reflejaba claramente la realidad y las expectativas de la gente
sencilla. La pedagogía empleada rompía con los viejos esquemas: era
esencialmente participativa y no directiva, siempre arraigada en lo vivido y
orientada hacia una práctica comunitaria muy concreta. Ese método se alineaba
en la “pedagogía liberadora” que, en esa época, empezaba a tener repercusión en
América latina. Y también en una
teología del mismo estilo, ya que, en la Colmena, no se abordaba el evangelio
de Jesús de Nazaret como una doctrina o una moral, sino como un encuentro real
entre el Dios de Jesús Resucitado (que libera de la misma muerte) y su pueblo
de Honduras enfrentado con dificultades que le superaban para poder simplemente
sobrevivir.
Para Juan Pablo, la
experiencia de la Colmena fue como alcanzar la punta del Everest. Le aportó la
inmensa alegría de ver a cientos de personas, que se creían nada o muy poca
cosa, florecer como esos grandes árboles echando tranquilamente sus magníficas
flores un par de semanas antes de que caigan las primeras gotas de lluvia al
cabo de seis largos meses de sequía. La
Colmena le causó a Juan Pablo la mayor satisfacción de su vida.
El choque
No todo, sin embargo, fue color de rosa. Desde los doctores
de la tradición clerical de la vieja
iglesia, nada se hizo para facilitarle las cosas a Juan Pablo. Y muchísimo menos
aún desde los terratenientes. Estos hombres de gatillo fácil, todos incondicionales de los gobiernos
militares, veían en los campesinos nada más que una mano de obra barata. Esa
visión, Juan Pablo, la desbarataba sin misericordia desde La Colmena, pero sin violencia, por supuesto. Ahora bien, cuando, un día, los campesinos empezaron por sí solos a manifestar
en una forma bastante contundente que ya habían dejado de ser los peones serviles
de los terratenientes, éstos pusieron enseguida a precio la cabeza de Juan
Pablo. Monto fijado: $250 US… ¡Una ganga!
Radio Paz
Para conservar su cabeza,
Juan Pablo se alejó tácticamente de la
Colmena y mantuvo un perfil bajo esperando días mejores. Entretanto, a pedido
de Marcelo Gerín, primer obispo de Choluteca, el hombre se dedicó a nada
menos que la instalación y programación de una emisora de radio diocesana
bautizada con el nombre de “Radio Paz”. Y mientras soñaba con proyectos que lo
llevarían en espíritu hasta la lejana África, organizó intercambios de
solidaridad entre las diócesis de Choluteca y Gatineau, en Canadá. Y, como si fuera poco, se hizo camionero…
Efectuó al menos cuatro
viajes en camión, desde Montreal, Canadá, hasta Choluteca, y otros tres o
cuatro desde San Francisco, California, transportando cada vez cargas de material de segunda mano para ser utilizado en
sus instalaciones de Honduras. Este material, recogido por amigos de
Quebec, (de Radio-Canadá, en particular) o de California, contribuyó efectivamente
al equipamiento y a la instalación de antenas para emisoras de radio en distintas regiones de
Honduras como Olancho, EL Progreso, Santa Bárbara, Santa Rosa de Copán,
Comayagua y, por supuesto, Choluteca. La
mayoría de estos viajes a través del Canadá, los Estados Unidos, México y la
mitad de Centroamérica, Juan-Paul los hizo casi siempre solo y cada vez con un
nuevo camión usado que, por lo visto, funcionaba…
Crisis de Olancho
Los campesinos ya no
aguantaban más. Desde hacía varios años,
sus organizaciones habían intentado recuperar por medios legales a su alcance, aquellas tierras
públicas que la mayoría de los terratenientes del país habían usurpado en el
transcurso del tiempo. A nivel gubernamental, un Instituto de Reforma agraria
tenía el cometido de asegurar que esas recuperaciones de tierras se conformaran
a la ley, pero, por razones fáciles de adivinar, el pobre Instituto no hacía
milagros… Los campesinos perdieron paciencia y decidieron lanzarse en acciones en
gran escala, por cierto, legítimas, pero que resultaron, en algunos casos,
menos legales de lo que se suponía. Los terratenientes y ganaderos encontraron
allí la ocasión soñada para asestarles
un golpe mortal.
En el Olancho del 1974,
zona en la cual la vida no valía nada, un terrateniente y un General de
Ejército capturaron y mataron a diez
campesinos y a dos sacerdotes. Los
asesinos echaron los cadáveres a un pozo muy hondo y, con la esperanza de borrar todo rastro de su
crimen, usaron dinamita para tapar el pozo. El obispo del lugar fue amenazado
de muerte y expulsado de por vida de su diócesis. En Choluteca, el Gobierno
militar cerró Radio Paz. También cerraron Radio Progreso. Los sacerdotes de
Choluteca reclamaron una investigación independiente sobre la masacre de
Olancho; el Gobierno militar se la otorgó. Con Enrique Coursol al frente, algunos de ellos
desempeñaron un papel clave para descubrir la verdad sobre lo ocurrido. Hecha
la luz, los asesinos fueron identificados, juzgados y castigados por la justicia.
Esos acontecimientos
ponían de manifiesto que el gran despertar del mundo campesino que la Iglesia
había propiciado se estaba volviendo en
contra de ella. En el Sur, varios colaboradores entre los más cercanos de Juan Pablo habían formado sin
ruido un nuevo partido político y habían incentivado a escondidas las
invasiones ilegales de tierras. Además, y siempre en forma solapada, merodeaban
por el campo para “robarle” a la Iglesia sus mejores dirigentes de comunidad,
provocando así mucho descontento. Para los terratenientes y los
militares, había que admitir las cosas como eran: todo aquello era una maniobra
de los “curas extranjeros” para trepar en las esferas políticas y asentar mejor
su poder. Había que parar eso de una buena vez y encerrar a la Iglesia de
vuelta en sus sacristías. Juan Pablo y la diócesis de Choluteca estaban en
aprietos.
Superada por los
acontecimientos, la Iglesia del país dio un paso al costado. Cortó los puentes
con los amigos que se habían convertido de repente en militantes de un partido político. Internamente, tiró una línea de
separación clara entre los compromisos de un dirigente dentro de la comunidad eclesial
y dentro de la política.
Ante esa situación, todos
los sacerdotes de Choluteca estuvieron de acuerdo en que era necesario, en adelante, ser
menos ingenuos y, más que nunca, hacer uso de discernimiento. Pero la
mitad del clero insistía para que la pastoral de la diócesis tomara un giro más
específicamente religioso, mientras la otra mitad, con el obispo y Juan Pablo al
frente, abogaba, al contrario, por no aflojar
en lo social, menos aún en ese momento
en que el mundo campesino corría un serio riesgo de volver a caer en lo de antes. No
hubo acuerdo posible entre ambos bandos. Desde entonces las aguas de la
pastoral de Choluteca quedaron partidas en dos por largo tiempo.
Un mes había pasado desde
el cierre de Radio Paz, cuando Juan Pablo, gracias a sus “conexiones”, la hacía funcionar de nuevo, pero con otro
nombre. Ahora convertida en “Radio
Valle”, la radio de la diócesis de Choluteca reanudó con sus emisiones como si
de nada. Y las Escuelas radiofónicas volvieron a las ondas para mayor felicidad
de los campesinos. Ciertas emisiones como, por ejemplo, las que se difundieron con motivo de las
Semanas santas de esos años, batieron el
récord de audiencias.
Revolución
De hecho, sin buscarlo
directamente, Juan Pablo puso en marcha una revolución, o algo muy
parecido. Por su persona, por sus
talentos y sus “conexiones”, y, prescindiendo del traspié político mencionado, gracias también a los valiosos equipos que lo
acompañaron, él cambió la vida de mucha gente y dio o devolvió a todo un
pueblo: vida, dignidad, conciencia crítica y esperanza. Todo lo que las Escuelas radiofónicas aportaron al país fue
simplemente asombroso.
En el Sur, se abrieron caminos en medio de las montañas, se
cavaron pozos de agua potable, se construyeron escuelas y centros de salud;
técnicas de agricultura y ganadería se pusieron al día, pequeñas cooperativas y
sindicatos de campesinos dieron sus primeros pasos, mujeres-sirvientas se convirtieron en líderes
en las comunidades, numerosos grupos de jóvenes se formaron para aportar
dinamismo a aquel gran movimiento de vida nueva. Luego llegó el día en que, por todas partes,
se celebró la Palabra de Dios. No esa Palabra de Dios de los calendarios
litúrgicos (tan poco conectada con la realidad de los pueblos oprimidos), sino
aquella Palabra que no cambia, la que está enfocada en la conciencia de
continuar en el presente el gran combate del pueblo de la Biblia para la
liberación de toda forma de esclavitud en Cristo Resucitado. Ésa fue la
orientación central de las Celebraciones de la Palabra, por lo menos en los primeros años de su
existencia.
Se fraguó en el pueblo una
conciencia de ir constituyéndose en algo como un gran cuerpo capaz de avanzar
democráticamente en una misma dirección, de hablar libremente de una sola voz,
y de desempeñar históricamente un papel irreemplazable en la vida de la nación.
Ya no se esperaba más nada de los políticos tradicionales, que, para
explotar mejor al pueblo sencillo, lo habían dividido y dejado estancándose en
el estado lamentable del que se quería liberar de una buena vez. Cientos de millares de personas “fuera del
mapa” encontraron así su lugar bajo el sol y en su propia tierra.
No se usaron machetes, ni
kalachnikov, ni bombas, pero revolución hubo. O, al menos, se dio una anticipación
de otra revolución, más grande y más profundamente humana que no solo Honduras necesita
aún, sino también la propia Iglesia, y todo el planeta.
¿Era evangelización?
La chispa que dio origen a
semejante “resurrección”, fue, desde un principio, el simple deseo de
hacer oír la voz de los campesinos y “de conectarla” con la Palabra de
Jesús de Nazaret. Juan Pablo Guillet (junto con sus equipos de trabajo, por
cierto) fue sin lugar a dudas el arquitecto e ingeniero de esa maravilla, pero, en realidad, el gran
inspirador y motor de todo fue Jesús. Pues todo cuanto se cumplió allí lo fue a
causa de él. De modo que bien se puede afirmar que, en esos años, en la zona Sur de Honduras, Jesús mismo escribió
de su puño y letra aquella hermosa página de Evangelio.
Dudas
Un día, en los años 90,
mientras que el autor de estas líneas estaba en la China, una carta le
llegó de Roma. Llevaba la firma de Juan Pablo. En esa carta, Juan Pablo
escribía que no estaba muy tranquilo con su trayectoria misionera. Su
conciencia le reprochaba a veces el que se hubiera dedicado demasiado a las “conexiones” y no suficientemente a tareas
realmente “sacerdotales”… “Qué va!”, le contesté enseguida. “Mira a Jesús y, con
la mano en el corazón, dime a qué tareas sacerdotales él se dedicó en su vida.
Tú, yo, nosotros los sacerdotes de la Iglesia, nos olvidamos demasiado
fácilmente que son precisamente los
sacerdotes del Templo enteramente dedicados a sus tareas sacerdotales, los que
condenaron Jesús a la cruz.”
Efectivamente, a los
funcionarios sacerdotales del Templo de Jerusalén siempre les había caído gordo
ese Jesús que no era sacerdote y no se dejaba guiar por los sacerdotes. Era
“laico”, para usar el lenguaje de hoy, y
hacía las cosas a su manera. Venía del pueblo y caminaba junto al pueblo al que
servía generosamente a partir de los espléndidos talentos que Dios le había regalado.
Se dejaba guiar en todo por el Espíritu de Dios al que escuchaba atentamente en
sus adentros, para pensar, hablar,
trabajar y orar como Dios quería…
Para Jesús,
lo que más le gustaba a Dios no era el culto que los sacerdotes le ofrecían en
el templo, sino las acciones realizadas por cualquier persona, religiosa o
no, para acompañar, ayudar, levantar de
su postración a los empobrecidos, a los rechazados, a los olvidados. Jamás se
trataba de salvar las almas independientemente de los cuerpos. El mismo Jesús
se ponía al servicio del ser humano en su totalidad, sin desgarrarlo entre lo espiritual por un
lado, y lo material, lo físico, lo
síquico o lo social por otro lado. No tuvo reparo en tocar a la gente en su
carne y con sus manos y, para que se acordaran de ello, mandó a sus discípulos que se lavaran los
pies unos a otros.
La idea de que un buen
sacerdote tenga que considerar el culto como primordial y el compromiso
social como secundario, se articula muy mal con el testimonio de ese Jesús quien, además, no
ha ejercido nunca funciones de culto a la manera de los sacerdotes. El culto
para Jesús consistía simplemente en dar la propia vida para ayudar al pueblo a
salir de la muerte. Ése fue su sacerdocio.
Aquello está claramente consignado
en la genial parábola del Buen Samaritano, en la cual el sacerdote y el levita
quedan muy mal parados, mientras el Samaritano, tan despreciado por
ellos, sale “canonizado”.
El
Samaritano
No les importaba a los
sacerdotes de Jerusalén o a sus allegados tratar a Jesús de comilón, de
borracho, de loco, de hereje, de impuro, incluso de demonio y… ¡de samaritano!
(Mc 3,21-22; Jn 8,48; Mt 11,19.
26,64). A eso Jesús retruca con la
parábola del Buen Samaritano donde queda planteado que no son ellos, tan puros
y tan santos, los que tienen el secreto de la vida eterna, sino, precisamente,
el impuro, el medio pagano, el samaritano… quien se hace a sí mismo “próximo” del hombre caído, se “conecta” con él y lo levanta, no solo en su alma, sino en su
cuerpo con sus heridas, su historia y todo… Pasar rápido sobre esa
parábola, es como pasar al lado de todo
el Evangelio para seguir pretendiendo que lo “sacerdotal”, lo “espiritual” y lo
“religioso” es más puro y valioso que cualquier otra tarea a favor del ser
humano. (Lucas 10, 25-38).
¿Y quién es ese samaritano
sino el mismo Jesús que no asiste mucho al templo y pasa la vida ensuciándose
las manos para levantar a los caídos a las orillas de los caminos, a todos
aquellos que son ignorados en el mundo, a todos los que se encuentran fuera del
mapa y al margen de la sociedad, de la Iglesia y de todo? …
Todo es sagrado - Para un culto nuevo un sacerdocio nuevo
Si ha de haber un sacerdocio “cristiano”, la Iglesia
debe dejar de imitar a los sacerdotes de Jerusalén y acabar con esa separación
artificial, falsa y nefasta entre lo sagrado y lo profano, entre lo puro y lo
impuro, entre lo superior y lo inferior, etc. Porque a esta separación tal vez
se deba gran parte de nuestras
desigualdades no solo religiosas, sino
también raciales y sociales, así como muchas violencias, guerras, competiciones
a muerte, muchas de nuestras luchas fratricidas, de nuestras discriminaciones,
de nuestros miedos, complejos y tal vez
de muchos otros sufrimientos.
¡A conectarse, pues!
Pues bien, en contra de todas las voces teológicas de una
iglesia desencarnada que se ha empeñado demasiado en considerar como más santo,
puro y digno de Dios todo cuanto se aparta de la libertad, del sexo y del mundo
ordinario del trabajo, de la ciencia, de la tecnología, de la economía, de la
política, de la ecología y del cosmos,
debemos ponernos firmes y tener muy
presente que la salvación del mundo es más un asunto de “conexión” que de sotanas o de culto y que no se encuentra allí donde se exacerban las diferencias
entre lo celestial y lo humano. Que haya diferencias, nadie lo niega, pero la
salvación, según el cristianismo de Jesús de Nazaret, no está en oponer la
materia y el espíritu sino en unirlos porque “Dios se hizo carne” (Juan 1, 14)… y lo que
Dios ha unido, el hombre no lo debe separar
nunca (Mateo 19, 6).
De allí se desprende que la
única forma de ejercer un sacerdocio realmente “cristiano” - y no a la
manera del Antiguo Testamento- es imitando a un cierto “samaritano”
llamado Jesús… “¡Anda, y haz tú lo mismo!” (Lucas 10, 25-38).
Dios es
Conexión
Podríamos resumir todo acordándonos de que Jesús no nos
dejó una palomita blanca como herencia, ni un libro de moral, ni un compendio
de normas eclesiásticas, ni un calendario litúrgico. Lo que él nos entregó es
un “espíritu” que no sacraliza castas ni sectas, sino que las rompe, las
abre para congregar, unir, articular
todo lo que está disperso en un gran cuerpo de variedad infinita y de
unidad que crece como la vida. Ese Espíritu es pura “CONEXIÓN”: conexión con uno mismo,
conexión con la Realidad, conexión con la humanidad entera, especialmente con los
más “desconectados” del mundo, conexión
con el cosmos, conexión con el Reino, conexión del cielo con la tierra, conexión con EL QUE ES “El MUY CONECTADO”, ya que es a la vez TRES-y-UNO. El mismo Dios
es Conexión.
Despedida
Volvamos
a Juan Pablo. En 1982, después de varios años con gobiernos militares, Honduras
dio señas de querer volver a la democracia. Se creó una Asamblea constituyente
para redactar una nueva Constitución. Buscando promover la participación ciudadana,
Juan Pablo organizó dentro de un período de cuatro años, dieciséis grandes debates públicos sobre
temas quemantes relacionados con ese proyecto de democratización del país.
Participaron de estos debates, con visiones distintas y mucha chispa, estudiantes y gente de toda clase, incluso
candidatos a la Presidencia. Esos encuentros, imposibles de imaginar en otra
época, eran difundidos en directo por la radio desde la Casa de la Cultura (otra obra de Juan Pablo); comenzaban a las
ocho horas de la noche para terminar a veces a las dos de la mañana. La participación
del público fue entusiasta, activa e intensa. Con este broche de oro se
cerraron los 24 años de servicio misionero de Juan Pablo Guillet en Honduras.
Regreso a Canadá
En
ese mismo año, Juan Pablo regresó a Canadá para dedicarse durante cinco años a
la promoción de los medios de comunicación social. Trabajó conjuntamente con
una red de institutos misioneros involucrados
en proyectos para la “Iglesia en crecimiento”. Apoyado por algunos
profesionales de Radio Canadá, alimentó
cuarenta emisiones de televisión comunitaria con una serie de
documentales que él mismo realizó sobre las experiencias innovadoras de las
Iglesias de ocho países de África, América del Sur y Extremo Oriente.
Roma
En
1987, Juan Pablo fue llamado a Roma para ocupar el cargo de Director del
Servicio Misionero de la Organización Católica del Cine y del Audiovisual, OCIC
(el que, en 2001, llegó a ser la Asociación Católica mundial para la
Comunicación “SIGNIS”).
Se
desenvolvió durante diecisiete años a nivel internacional, contribuyendo, entre
mil otras actividades, a la implantación de estaciones radiofónicas y antenas
de radio en nada menos que 70 diócesis de unos veinte países de África.
Surf
Sobre esa majestuosa ola producida por el “Espíritu de Conexión”
estuvo surfeando durante toda su vida Juan Pablo Guillet, dando siempre
prioridad a los “menos “conectados”, es decir a todos los empobrecidos y
humildes que por centenares de miles encontró “a la orilla” de su camino
misionero. Al verlos, él nunca “tomó el otro lado” del camino, sino que a
través de sus múltiples “conexiones” “se
conectó” a ellos y los levantó restaurando su dignidad y “conectándoles” en
comunidad.
Los inició en la democracia. Les dio a conocer sus deberes
ciudadanos, y por sobre todo sus derechos, simplemente humanos, que por demás
eran ignorados y pisoteados. Les comunicó amor a sí mismos y amor a la
justicia. Despertó en ellos la consciencia crítica, la cual es el secreto de la
libertad y de la grandeza de los hijos de Dios. Les inyectó grandes dosis de
alegría de vivir, de esperanza en el futuro y de sabor anticipado de “vida
eterna”.
Última palabra
Y Dios miró todas esas hermosas “CONEXIONES” realizadas por
su amigo Juan Pablo. Vio cómo ese pueblo
querido del Sur de Honduras, curado en gran parte de su dispersión, se había puesto de pie y echado a andar. Le
encantó y exclamó: “¡Caramba! ¡Esto está SÚPER BUENO, pues!”
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NOTA
¿Cómo funcionaban las
Escuelas Radiofónicas?
Cada
pequeña localidad tenía un pequeño radio receptor a disposición de la
comunidad. Una persona que sabía leer y escribir, hacía de “monitor”. Su papel
consistía en servir de enlace entre los animadores de la emisora central y el
pequeño grupo de campesinos reunidos en torno a él.
La
estación central transmitía su enseñanza a todos los grupos reunidos alrededor
del monitor. Se daban algunas instrucciones precisas al monitor mientras que
éste, armado de una tiza, de un cuadro negro y de algunos “cartillas”,
transmitía a su vez la teoría y la práctica a su audiencia. Se proporcionaban
algunos espacios para que la gente tome el tiempo de resumir la enseñanza y
sobre todo para que tengan la oportunidad de obrar recíprocamente.
Eso
suponía que antes, ya se había efectuado un trabajo mínimo en todas las
regiones del país “para vender” el proyecto a las comunidades y para elegir los
monitores. En consecuencia, era necesario acompañar periódicamente estos
monitores, profundizar en su formación, garantizar el seguimiento de todo el
asunto, y permitir que lo que se hacía a la base o sea devuelta al centro para
que los programas evolucionen constantemente en función de las comunidades y
que las propias comunidades tengan su parte que hacer en el desarrollo de esta
formación a distancia.
Este
trabajo básico, esencial va sin decir, se efectuaba por los responsables de las
parroquias de las que las comunidades rurales señalaban. En el Sur de Honduras,
esta tarea en primer lugar estuvo garantizada en distintos grados por los
colegas misioneros, antes de pasar a ser para la mayoría de ellos una
parte-principal de su acción misionera.
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