¡55 años de aventura misionera!
MARIO DE CELLES es sacerdote de la Sociedad de Misiones Extranjeras del Quebec
(SME). Del 1958 al 2013m ha sido misionero en Honduras. Pronto
va a cumplir 86 años de juventud.
por : Eloy Roy
Mario llega a la parroquia de Goascorán en 1958 y queda
noqueado de entrada. Estupor, rabia,
vergüenza, desesperación se agolpan en su corazón. Y ganas de reírse también,
porque al chirriante desastre que encuentra allí no le faltan ribetes cómicos. No
obstante, Mario hace de tripas corazón y comienza a reparar los platos rotos. La
casa, la parroquia, las relaciones con la gente del pueblo y del campo, todo
está hecho pedazos. Con mucho tino e infinita paciencia tiene que empezar a reconstruirlo
todo, ladrillo por ladrillo. Así se inaugura su misión de « restaurador»:
« restaurador » del Evangelio de Jesús, « restaurador » de
la dignidad y de la credibilidad del sacerdote, « restaurador » de la reputación de la
Iglesia y « restaurador » de iglesias.
De a poco «restaura» las iglesias antiguas de los
municipios. Ya que los chicos, a sus ojos, son como «los ladrillos del futuro»,
les junta en una “multinacional” de monaguillos, les reparte becas y funda un Colegio
para que cursen la secundaria en su localidad.
Al cabo de diez años, estando bien encaminada la obra de
restauración en Goascorán, Mario se traslada
a Tegucigalpa, la capital, donde sigue acompañando a aquellos de sus becados
que ingresan a la Universidad. El grupo se enriquece cada año con nuevos
chicos de los barrios de la ciudad en los que en adelante él se está insertando,
especialmente como párroco de San Cayetano. Apoya a los jóvenes con toda el alma y con su bolsillo. Son su
prioridad. Sin ellos no hay porvenir ni para el país ni para la Iglesia. Invertir
todo cuanto se puede en la juventud no es un lujo, sino una necesidad absoluta.
Primero atiende la iglesia de La Merced, y la «restaura». Luego
se hace cargo del templo de San Cayetano y le cambia el «look» convirtiendo el
campo frente a la iglesia en un magnífico parque, y un terreno de al lado, en
una súper cancha de fútbol para los chicos. Pero hace tiempo que la
catedral de la ciudad necesita ayuda; las
paredes de la antigua iglesia y la
administración de la misma piden auxilio. El arzobispo confía la causa a Mario.
Es así como nuestro misionero de campo y de barrios populares pasa a ser párroco
de la Catedral metropolitana por los diez últimos de sus cincuenta y tres años de
servicio en tierra «catracha».
No ha asumido el cargo de la catedral que ya se da a la
tarea extremadamente delicada de la « restauración » de la
vieja nave. Por supuesto, el trabajo es llevado por grandes especialistas, pero
Mario no los deja ni a sol ni a sombra, dándoles aliento y, a veces, consejos… Al
final, el éxito es total. Asimismo, a la par de las obras de la catedral, Mario
« restaura » la antigua iglesia San Francisco que estaba
cerrada desde hacía lustres. Y, como si le sobrara energía, funda y construye en las faldas de Támara un centro de animación
espiritual para jóvenes, chicos y chicas, el cual funciona a full hasta el día de hoy.
Mario no se conforma con «restaurar» iglesias
destartaladas. Ese hombre profundamente
«espiritual» y muy enamorado de su sacerdocio, crea ambientes sencillos, pero
hermosos, para proclamar el Evangelio de Jesús como el sol de la vida. Con
mucho celo él anima sus comunidades para que superen el aspecto folclórico del
cristianismo tradicional y lo enfoquen hacia un Jesús que vive y está con ellas
comprometido en una lucha de cada instante para pasar de la esclavitud a la
libertad, de la rivalidad a la solidaridad, de la muerte a la vida.
Con mucha prudencia Mario maneja buenas cantidades de plata
que le vienen de bienhechores personales o de organismos de ayuda de la
Iglesia de Alemania o de Canadá, pero
que provienen también, por una parte importante, del aporte generoso de los
mismos hondureños. A éstos les gusta contribuir a las obras del Padre Mario porque su administración es
transparente ya que, a través de sus manos, se ve claramente adónde va a parar el
dinero.
En la gran comunidad de los hijos de Dios, llamada «Iglesia», no se debe hacer comparaciones entre
pueblos, culturas y personas. Ninguno es más grande, mejor o más
santo que el otro. Unos sí han recibido más y otros menos, y los que han recibido más deben compartir
con los que han recibido menos. Es así como la plata de la SME no pertenece a
la SME, sino a los mismos pueblos a los
que ella es enviada para anunciar el Evangelio. Son gente solidaria los que, para esa finalidad, han
contribuido con su dinero a la SME. Por su parte, la SME tiene el deber «sagrado»
de administrar esas donaciones teniendo siempre en cuenta de dónde provienen y
a quiénes están destinadas.
El recuerdo más grato que Mario guarda de Honduras, es el
respeto y el cariño que el buen pueblo del país siempre supo brindarle. Los
hondureños que, desde un principio, él conoció
de cerca no tardaron en adoptarle como uno de los suyos y, naturalmente, también
él a ellos. «Nos hicimos familia», dice Mario,
comprendiendo muy bien y perdonando de corazón los duros inicios en Goascorán…
Piensa que son muchas las cosas buenas que la SME realizó en
sus 60 años de presencia en Honduras, pero lo mejor, en su opinión, fue la promoción de pequeñas comunidades
cristianas por los Departamentos de Choluteca y Del Valle. Esas pequeñas
comunidades se han multiplicado en forma extraordinaria y su influencia ha
desbordado ampliamente el Sur de Honduras. Han resistido al desgaste del tiempo
y alcanzado una gran madurez. Es
maravilloso verlas avanzar ahora desde lo propio sin tener más necesidad de
tutores de afuera.
Pero suspira y confiesa que, a pesar de esos logros
formidables, Honduras está lejos de haber acabado con sus demonios. Los CNV: Corrupción,
Narco, Violencia, siguen haciendo estragos increíbles por todo el país. Piensa que esa diablura se debe a que muchos
hondureños tienen enemigos y que les
gusta demasiado aprovecharse de los demás
y vengarse unos de otros. La
venganza, en particular, sigue siendo una cuestión de honor y casi de religión
para ellos. Es el flagelo nacional número uno. Según Mario, si los hondureños
no aprenden a perdonarse unos a otros, nunca habrá « restauración» social en el país. Un
perdón general, a nivel nacional, no es algo imposible. Conoce muchas pequeñas comunidades cristianas que ya
dieron ese paso y que perseveran por ese camino: ¡es una maravilla! La
esperanza de una nueva Honduras pasa por el aprendizaje de una cultura del perdón.
Por cierto, Honduras no es el único país en el mundo que se
las tiene que ver con los «demonios» CNV. La mayoría de esos CNV han salido del
vientre del sistema económico internacional que no tiene corazón y se burla del mundo entero. Su poder de
acaparamiento no tiene límites. Ese sistema es el que ha generado la monstruosa concentración de 50% de las
riquezas del planeta en manos de apenas
1% de los humanos. Si hay un infierno, ahí está. De él salen fundamentalmente
todos los CNV de todas las Honduras del planeta. Y, sin embargo, la mayoría
de los cristianos y dirigentes de nuestras Iglesias creen que este sistema
es querido y bendecido por Dios, que solo le faltan unos cuantos remiendos. Lo
veneran nada menos que como la santa Providencia del cielo. Pues bien, es ese
sistema maldito el que crea y engorda todos los demonios CNV del planeta.
En 1969, mientras Mario actúa de párroco en Goascorán,
pueblo en la frontera de Honduras con El Salvador, estalla la guerra entre ambos
países. De golpe Mario se encuentra acorralado por las balas. Mucha sangre corre
a su alrededor. Pero hasta hoy, se siente realmente feliz de haber puesto su
vida en juego junto a sus hermanos hondureños. A través de esa experiencia de espanto
pero también de confianza total en Jesús,
se han forjado entre ellos y él unos lazos que ni las largas distancias ni el
paso de los años podrán romper jamás.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario