miércoles, 14 de diciembre de 2016

PAN DULCE EN MEDIO DE LA NOCHE





Caminando hacia Belén van las ovejas. Las hay gordas y flacas, de todo tamaño, de todo género, de todo partido, de Boca y de River, derechistas y zurdas, peleadoras y panchas, peronistas y anti peronistas, pro milicas y anarquistas,  católicas, evangélicas,  agnósticas y ateas. Unas putitas y unos putitos, todas fanáticas de Carnaval, casi todas tirando para la chupa, muchas traviesas, loquitas, avispadas o medio apagadas. Varias tontas. Unas pitucas. Otras malcriadas. Todas hijas e hijos de Pachamama, de Yavé, de Alá, del Sol, de la Tierra, de san Antonio, de san Marcos, de la Virgen Señor San José y de la Virgen de la Candelaria del Abra de Punta Corral. Las hay de cada color bajo el cielo; incluso las hay que son blanquitas.

Van para Belén. Para los que no saben, “Belén”, es un nombre de ciudad que quiere decir “Casa del Pan”. Interesante. Toda esa mescolanza de ovejas abigarradas busca lo mismo: el pan. Pan de trigo, pan de maíz, pan de quínoa, de soja o de cactus, pan dulce. Pan quieren aunque fuera solo “carnada” de politiqueros para pescar votos. Pero antes que nada, quieren el pan de la salud, el pan de un trabajo digno, un pan que les haga llegar al fin de mes con vida, un pan que les permita dar lo mejor a sus hijos e hijas. Todas esas ovejas quieren pan, por sobre todo ese rico pan de ser reconocidas como gente, de ser respetadas y, en lo posible, de ser abrazadas con cariño.

Y bueno, algunos que lo han visto, dicen que en Belén, en una cueva, en un ranchito, en un establo, entre animales nació una guagua morenita de una chica y un chico del pueblo. Esa guagua, dicen, no hace diferencias entre las personas. Para ese niño, buenos y malos, santos y pecadores son todos amigos. Al más malo lo mira igual que al más bueno, y le hace sentir con una sonrisa de niño juguetón  que  también él es hijo de Dios. Dios sabe por qué uno es maluco. Uno es malo porque no ha sido amado cuando era chiquito. O ha sido mal amado. O no suficientemente amado. Y nada más.  Todos los males vienen de allá, de esa herida profunda, que viene de muy lejos. Casi incurable. Que todos la tenemos muy adentro, de una forma u otra y en diversos grados.

Esa guagua de Belén nos ofrece el pan que buscamos. Pues de  chiquilín, llegará a ser no sólo un hombre, sino un “humano”, es decir un hombre completo. A los ciegos y a los que ven, a los sonsos y a los cuerdos, a las ovejas chuecas y a todos los heridos y heridas del mundo él nos va a amar hasta arrancarse las tripas. Más allá de los colores, de nuestras diferencias, de lo bueno o de lo malo que seamos, nos mostrará a cada uno y cada una de nosotros que  somos primera y fundamentalmente súper amados de Dios. Todo lo demás: cambiar de vida, cambiar de mente, cambiar de corazón, cambiar las estructuras, cambiar al mundo de pies a cabeza, etc., todo aquello ha de salir de esa noticia, si es que esa noticia nos puede llegar hasta los tuétanos.

Eso mismo de que todos y todas somos requeté súper amados - Y SIN CONDICIÓN - por Aquel que llamamos Dios, es la gran verdad que ilumina al mundo, es la estrella resplandeciente que ilumina nuestra noche.  Esa gran verdad no es blablablá. Esa verdad  se ha hecho realidad concreta, se ha hecho carne y hueso en la persona, en la vida, en el caminar, en la entrega total de Jesús. Ovejas del mundo, lindas y menos lindas: ¡“Tomad y Comed”, ése es EL PAN!  

Belén, “la Casa del Pan”, está en los tuétanos que se dejan energizar  por la Buena Notica del Niño de Belén. De allí arranca el gran camino de la vida.


                                                               Eloy Roy

A continuación: una versión del artículo que escribí en francés sobre el mismo tema pero con un acento menos "regional" y más abierto a la gran familia humana. Una traducción de Susana Merino. 

CAMINO HACIA EL PAN
 Eloy Roy
En estos días, teleguiados por un simpático compañero de ruta (mitad quebeco, mitad extraterrestre) acampando en Akatsutsumi,* una avalancha de corderos avanza desde Tokio hacia Belén. Los hay de todas clases. De cartón, de papel de arroz, de papel maché, de plástico, de metal y de madera; algunos hasta ¡de lana! Una caravana extremadamente “cool”. Grandes, pequeños, tiernos, cabezones, gruñones, delicados, alocados, espartanos… No hay solo blancos, hay muchos negros, morenos y de todos los tonos del beige. Algunos tienden al  color marfil y tienen los ojos rasgados. La mayor parte ni siquiera sabe por qué están en la ruta, pero todos caminan. Y todas, porque los hay tanto machos como hembras, ovejas si se quiere, con compañeros carneros muy tiernos también. Son los peregrinos de nuestro mundo. Somos nosotros.

Como nosotros: serios, locos, soñadores, malos y buenos. Tortugas, liebres, conejos prolíficos, amantes de los deportes extremos, duros... De todas las razas, de todos los colores, con miles de mezclas y de matices. De todas las lenguas. De todas las religiones también. Hay corderos budistas, corderos protestantes, ortodoxos, católicos, corderos musulmanes,  sunitas y chiitas por supuesto. También hay judíos evidentemente También hay hindúes y adeptos a religiones cósmicas. Hay progresistas y tradicionalistas, creyentes que son verdaderos ateos,  e incrédulos que son más creyentes de lo que imaginan. Los corderos no se conocen bien, desconfían unos de otros, se atraen, se rechazan, oscilan, cantan, lloran, se divierten, se odian y se aman. No saben demasiado bien hacia donde van pero van.

Los corderos de Akatsutsumi oyeron la palabra “Belén”  y van hacia allí. ¿Por qué Belén? No saben demasiado de qué se trata pero perciben  que algo está pasando allí. Algo importante. No saben que Belén significa “la Casa del Pan”. Ah ah!. ¿Será por eso que van hacia allí?... “Casa del Pan” es un nombre que huele bien. Unas palabras que atraen a todo el mundo, hasta a los corderos que ni siquiera comen pan…Porque lo que atrae es el olor, el olor del buen pan caliente, que sale del horno bien dorado… ¿Existe algún otro olor más dulce sobre la Tierra?

Esos corderos que caminan son la humanidad que se dirige hacia el Pan. Poco importa  se venga,  de donde se venga, o se sea quien sea, todos y todas caminamos hacia el Pan. No importa qué clase de pan. Pan de harina de trigo, de harina de maíz, de arroz, de mijo, de sorgo, pan hecho con toda clase de cereales, con todas las plantas, con todas las esencias, con todas las hambres. Hambre del estómago, del corazón, del espíritu, del alma. Hambre de justicia, de verdad y de dignidad. Hambre de amor, de consuelo y de ternura. Hambre de belleza. De unidad, de perdón, hambre de paz. También hambre de Dios. ¡Y sí!
A lo largo del camino algunos van de prisa, otros se cornean, algunos se odian y se pelean, otros incluso se aman y se ayudan mutuamente.

Somos una banda disparatada, alegre y desdichada, generosa y malvada, sana y sufriente, pero lo que nos une es el hambre. Es el hambre el que, más allá de nuestras locuras, nos une en el camino del pan.

Las flores del Corán, las flores de la Biblia, las flores de la gran sabiduría de los humanos han producido espigas que han sido trituradas y hechas pan. Un pan bueno para el corazón y para nuestras vidas. En Belén está el pan vivo. Es uno de nosotros. Ha llegado hasta nosotros en una cuna, ha sido triturado en la cruz, como el trigo. “Tomen y coman. Mi vida es un pan. Un buen pan. Para la vida del mundo”.

Tú, mi querida Alepo, tú, mi amiga musulmana, con velo o sin velo, tú, hombre orgulloso y tú, mujer que estás de pié al frente de todas las familias de la tierra, tú el pequeño, tú el despreciado, tú el enfermo, tú el prisionero, tú el minusválido, tú el enfermo, tú el viejo abandonado, tú el pobre (sacramento, signo sagrado, represen tantee ante Dios  de por  lo menos la mitad de la humanidad), yo no puedo abrazarte… Uno se lastima cuando se acerca demasiado al otro. Hay muros entre nosotros, aún entre las personas que más se quieren. Es imposible juntarse de verdad. Uno sigue lejos aun cuando está cerca. Quisiera darte todo, pero nada tengo. Quisiera hacer todo por ti pero no hago nada. Soy pobre.

Todos somos pobres. Que por lo menos este olor del buen pan, que se ha ido dorando despacio al calor de mi corazón, que este dulce olor llegue hasta tu propio corazón. Quiero que seas feliz. Aunque no nos veamos, y aunque no lleguemos a vernos nunca, solo tu felicidad me hará verdaderamente feliz.

Todos los animales de la Tierra, los pájaros, los peces y todas las bestezuelas del mundo os abrazo. Árboles todos, todas las plantas, todas las rocas y todos los astros del cielo, os amo. A través de vosotros y a través de todos los seres humanos toco lo inalcanzable, veo lo invisible.

Todo comienza por el corazón, creo que es el único camino que conduce a la Casa del Pan.
                                ¡Feliz Navidad, Felices Fiestas!

*Un barrio de Tokio



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