SAN
HERODES
Cuento político religioso
Harto de pasar
por el
cuco que se come crudos a los niñitos, el
rey Herodes toma la decisión de hacerse devoto de la religión.
Alzándole en un palanquín de oro,
doce peones lo trasladan en persona al Pesebre de Belén para adorar al Niño Dios. La mugre del lugar le sube a
las narices y casi lo sofoca. Desgarrándose las vestiduras pega un grito: "¡Qué
vergüenza, sólo salvajes reciben a
Dios en esa forma!”
En dos patadas echa fuera a pastores, corderos y
piojos. Luego, tomando la sagrada familia bajo sus alas, sale corriendo del
establo, le prende fuego y vuelve a Jerusalén.
El mismo Herodes alza al Niño en sus brazos y lo
hamaca. Se encariña tanto con el crío que lo adopta como hijo y lo proclama
heredero de su corona. José, al igual que el hijo de Jacob, su célebre tocayo, es
apuntado primer ministro del reino, y María, convertida en Primera Dama, se
encarga de repartir al pueblo los puestitos, mercaderías y otros favores del
monarca. Hábilmente moldeada por las artes disuasivas del omnipresente
ministerio del Interior, la conciencia nacional canta día y noche las alabanzas
de tan esclarecido, tan justo y santo rey.
Así pasan los años en el país de Herodes hasta el día
en que a Jesús, ya hecho hombre, se le
ocurre salir a la calle y hacer una gira por todas las regiones. Para su
asombro descubre que, mientras la
dirigencia se la está pasando de maravilla en palacio, los impuestos y las botas
de los milicos del Templo, del Imperio romano y del mismo Herodes le hacen la
vida insoportable al pueblo. Esa mala
sorpresa le cae como un rayo. Ni bien vuelve a casa, salta adonde
Herodes y le tira en cara con una cólera como nunca se le había visto:
- Yo siempre
creí que eras bueno, pero eres un
monstruo. Un hombre mentiroso, injusto,
cruel
y malvado.
-
¿Malvado yo? le contesta
el rey con una lágrima
en el ojo, te
olvidas de que este malvado te rescató de un establo. El ingrato, eres tú. Mira, en mi reino los derechos
de la gente se respetan de acuerdo a la
voluntad de Dios. Pues ¿quién creó las diferencias sino Dios? Dios dio
talentos a unos y a otros, no. De ahí que hayan ricos y pobres; de ahí que haya gente sabida y gente ignorante. A unos les toca
pensar y mandar, a otros, trabajar y
obedecer. Los delincuentes y los rebeldes han de ser castigados como
corresponde. Ése es el orden que, en su insondable
sabiduría, Dios ha establecido en la tierra
para todos los hombres.
- ¡Un colmo!, protesta Jesús con grandísima bronca…
Escucha
a Juan el Bautista, lee a Moisés y a los
Profetas. Ellos claman en qué consiste la voluntad de Dios.
Sale clarísimo, desde las primeras líneas de la Biblia, que Dios no regaló la
tierra a unos cuantos nomás, sino a todos. Así que todos tenemos el mismo
derecho de poseer lo necesario
para vivir como gente. Si unos son más grandes, más fuertes y más inteligentes
que otros, ésos han de ponerse al
servicio de los últimos para que
lleguen a ser tan grandes como ellos.
Aquellos que más reciben más han de dar, pues Dios nos hizo a todos y a todas IGUALES y DE LA MISMA FAMILIA. Esto ni se vende ni se compra; ningún rey puede cambiarlo. Es sagrado. Es voluntad de Dios por siempre jamás!
Ni el Excelentísimo Caifás con su rollo de siempre (al
que Jesús, de todas maneras, tapándose
los oídos y bostezando, se niega a escuchar), logra calmar a Jesús:
-¡Ay!, hijo mío, cuídate
de esas ideas descabelladas que corren por las calles en estos días. El
Bautista será un santo varón, pero no deja
de ser un alarmista y un exaltado. Aquello que ese hombre predica sin autorización de nuestra parte lo
tienes que tomar con pinzas. El tiempo de
los profetas pertenece al pasado. El mundo ha evolucionado. Hoy tenemos a los romanos encima. Estamos que las papas queman. Una
sola chispa y se prende una deflagración que acabará con todos nosotros.
Prudencia, querido, prudencia. No te metas con la propiedad privada, ni con las
clases sociales ni con las Fuerzas armadas. ¿Acaso somos salvajes para que todo sea de todos, sin ninguna estructura, sin orden, sin
jerarquía, sin fuerzas de seguridad? La civilización y el progreso tienen sus
exigencias. No es matando de hambre a los ricos como vamos a dar de comer a los pobres. Está escrito: “Pobres siempre habrá”. Créeme,
lo mejor es ayudar a los pobres a aceptar su situación confortándoles con la esperanza de que, un día, en el cielo, Dios los premiará.
Caifás se siente inspirado como nunca,
mientras Jesús le escucha sin escucharle, y se muerde la lengua.
- Cuidado, hijo mío, con el espíritu de rebeldía, que es el de Satanás, el que
se negó a obedecer a Dios.
- Rehúye de la violencia, pues la violencia
no engendra sino más violencia.
- Es cierto que el pueblo tiene
hambre de pan, pero lo que más necesita es
conocer a Dios, su Ley
y su Paz. ¡No lo vayas a defraudar!
- A los pobres tienes que incitarles
a trabajar,
pues hay una escasez de mano de obra en las fincas. Nada peor que la ociosidad;
es madre de todos los vicios…
- No te dejes engañar por las
quejas de los pobres. Les gusta lloriquear, pero son más ricos de lo que
piensas. Yo mismo a veces los envidio. Son más libres que uno y, digámoslo, más felices también.
- Respecto a la santa Biblia y a
los profetas, ¡ojo! La Biblia contiene muchas cosas útiles, pero no todas son provechosas. Solamente la
autoridad religiosa suprema tiene las luces
del Espíritu para interpretar correctamente el mensaje. El criterio a seguir no es únicamente la verdad - pues a menudo la verdad mata - sino el orden y la
paz. « Unidad », ésta es la palabra suprema de la
Biblia. A un pueblo rebelde y peleador como el nuestro sólo una autoridad muy fuerte
puede mantenerlo unido. Por lo tanto, para entender bien el propósito de la
Biblia y cumplir con la voluntad de Dios, lo único que hay que hacer es
obedecer a la autoridad. Obedece, hijo mío, y no critiques. Sé humilde y manso.
- Además, lo que más importa no es
cambiar las estructuras sino los corazones.
- Y bla bla bla..."
Jesús calla. Podría recalcarle al viejo Caifás
que sus consejos salpicados de santidad no son sino emanaciones de un corazón
cobarde que ha elegido defender los intereses del rey y los suyos propios antes
que los del pueblo. Pero ¿para qué discutir? Caifás y Herodes tienen bien
entornillado en el cráneo que el pensar de ellos es el propio pensar de Dios…
Terminado este último intento de lavaje de cerebro, Jesús se retira en silencio.
A los cinco minutos, vuelve completamente en cueros llevando en sus manos las
insignias de oro y de plata con las que lo habían condecorado. Las entrega al rey y al pontífice diciendo:
“Esas cadenas, se las devuelvo. Todo cuanto me han dado lo dejo atrás. Ya no
les debo nada. Ni un segundo más me quedo en este palacio de mentiras, de
podredumbre y de muerte hipócritamente pintado de religión y de santidad.
¡Prefiero volver a mi establo!” En eso, sin mochila ni nada, Jesús se manda a
mudar.
El resto de la historia es
conocido. Jesús se mete hasta el pescuezo en los sufrimientos y los sueños de
los últimos de la tierra ; entre ellos obra maravillas que hasta hoy en día tienen
al mundo asombrado. Su popularidad alcanza una cima vertiginosa que los
“dueños” del país y los santurrones sabotean
sin descansar. No pudiendo recuperarle para sus banderas, los fundamentalistas
y los radicales armados libran contra él una guerra sin cuartel. Tanto es así que, al cabo de dos o tres años, cuando Herodes y Caifás lo vuelven a
ver, Jesús está muerto, colgando de una cruz.
- ¡Qué pena,
suspira Herodes, ya se lo había dicho!
-¡Y sí..., suspira Caifás, lástima; un joven que prometía tanto!
- Y que yo he
sacado de la nada…, agrega
Herodes secándose una lágrima. Pero era rebelde. Hoy en día la juventud es así…
No respeta nada…
- Consolaos,
hermano de mi corazón, susurra el
Pontífice bendiciendo a su rey. Seamos magnánimos. Perdonemos a ese pobre Jesús
que, en vez de unir al pueblo, lo ha dejado más dividido. Solo el tiempo podrá borrar la memoria de semejante desastre. Reconozcamos, sin embargo, que en sus momentos de lucidez Jesús dijo
cosas lindas sobre el amor; cosas que yo rescato, pues es lo que yo siempre predico: el amor y la paz…
Aquel día, al pie de la cruz,
el buen rey Herodes y
el Beato Caifás juran amarse cada vez más como hermanos…
Fin
Aquí concluye ese pequeño cuento. Algunos dicen que el 95% de la Iglesia es más
Iglesia de San Herodes y del Beato
Caifás que de Jesús de Nazareth. ¿Tú, qué dices?
Eloy Roy
Sale clarísimo, desde las primeras líneas de la Biblia, que Dios no regaló la tierra a unos cuantos nomás, sino a todos. Así que todos tenemos el mismo derecho de poseer lo necesario para vivir como gente. Si unos son más grandes, más fuertes y más inteligentes que otros, ésos han de ponerse al servicio de los últimos para que lleguen a ser tan grandes como ellos. Aquellos que más reciben más han de dar, pues Dios nos hizo a todos y a todas IGUALES y DE LA MISMA FAMILIA. Esto ni se vende ni se compra; ningún rey puede cambiarlo. Es sagrado. Es voluntad de Dios por siempre jamás!
Diciembre 1990
No hay comentarios.:
Publicar un comentario