Desde Honduras rumbo a los Estados Unidos
Huyendo de las pirañas para echarse a los
cocodrilos
Caravana de miles de migrantes hondureños caminando
hacia Estados Unidos.
Hace como 70 años que nosotros, los misioneros de la SME,
vamos caminando junto al pueblo de Honduras. Con sombrero de paja en la cabeza y machete en la mano, lo hemos acompañado a
lomo de mula, a pie, a moto, en jeep... Aguantando a menudo calores abrumadores,
paludismo, amebas y otros detalles, hemos cruzado montañas con ese pueblo amado; con él hemos abierto caminos,
construido escuelas, cavado pozos. Por la radio y otros medios hemos difundido conocimientos
básicos y, sobre todo, una visión de la vida que sacudieron el miedo y la
inercia, la resignación y el sentimiento de impotencia de muchos. Hemos tomado muy
en serio la profunda fe religiosa de ese pueblo, que era una fe sincera pero a
veces paralizadora, y la hemos convertido en una clase de
"despertador" y en un motor de esperanza y de dinamismo para iniciar un
nuevo caminar hacia un mundo mejor. Hemos trabajado incansablemente y con
entusiasmo para capacitar a miles de entre ellos en pequeños agentes de
transformación social y eclesial. Algunos de los nuestros han liderado incluso
el traslado heroico de grupos de familias acorraladas en la pobreza hacia unas tierras opíparas de la selva, las
que, hoy en día, les brindan una vida de
dignidad y de futuro. Hemos visto a cientos de miles de personas valientes hacerse
así dueñas de su propia vida y de su destino. La violencia que había sido omnipresente
ya casi había desaparecido del paisaje. Pero de repente apareció algo que no
habíamos previsto: el flagelo de las drogas.
La cocaína,
reina de las drogas, ha subido desde el sur, principalmente de Colombia (pero también
de Perú y Bolivia), y se ha dirigido hacia el norte para afincarse en Estados
Unidos, que es donde más se vende y se compra, y en donde se consume a más no poder como maná
caído del cielo. Para las fuerzas tradicionales de opresión en Centroamérica y para
las que se rebelaron contra ellas en El Salvador, y en Guatemala, la droga fue un
arma de financiación espantosamente útil
en esas guerras que cortaron la vida a más de 300,000 personas. Por la fuerza,
miles de
familias tuvieron que huir, Se exiliaron a los Estados Unidos, en donde
inflaron con creces la
oferta de mano de obra barata de aquel país. Amontonados en barrios calamitosos
de California y de la región, varios refugiados, mayormente jóvenes, se familiarizaron con los
últimos refinamientos del tráfico de drogas y con la formación de pandillas
capaces de imponer su ley. Habiendo huido del infierno de su propio país,
cayeron en el infierno del crimen en Estados Unidos, de modo que después de
unos años, las autoridades estadounidenses comenzaron a deportarlos a su país
de origen. De vuelta a casa, las pandillas (maras), rivalizando unas con otras para el control del
territorio, desencadenaron una violencia que dura hasta hoy. Solo en Honduras, se
sigue contando cada día un promedio de 20
asesinatos relacionados con la droga, mientras México se ha transformado en un
verdadero matadero humano.
Locura de las drogas ... irónicamente impulsada por el "sueño norteamericano".
Los estadounidenses que se las dan de protectores del mundo, en muchas partes
libran guerras para "beneficio" de la humanidad, pero son incapaces de
combatir el flagelo de las drogas en su propio territorio. ¿Por qué? Porque no
quieren. Y no quieren porque la droga les trae miles y miles de millones de
dólares... Un regalo del cielo...
Mientras tanto, nosotros, los misioneros de Honduras, miramos impotentes ese
incendio, el que bien podría reducir a la nada nuestros sueños más hermosos respecto
a ese país. No dejamos de admirar, sin embargo, a través del humo de ese
nuevo tipo de "quema", el coraje casi kamikaze de las caravanas que están
caminando en este momento rumbo a Estados Unidos, aunque no nos hacemos
ninguna ilusión sobre la resultante de tan desesperada empresa.
¿Y Dios en todo esto?... ¡Quién sabe! De acuerdo con los datos computarizados
en mi memoria y en mi poca fe, no sería del todo imposible que él esté
caminando hacia el Muro como un refugiado más, sufriendo o muriendo con sus
diez mil compañeros y compañeras, los ojos puestos en una Tierra sin fronteras
en la que, hoy o mañana, todos los humanos podríamos ser acogidos como hijos e
hijas amadas de una única y hermosa familia...
Eloy Roy
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