Mientras meditaba sobre la resurrección de Lázaro en el evangelio de
Juan 11:1-44, me vino a la mente que incluso la RELIGIÓN puede ser una máquina
de matar. De hecho, como sistema, la religión es un poco parecida a una caja de
hierro que muchas veces desfigura a Dios y lo achica antes que darlo a conocer
en su misteriosa realidad. Todo lo contrario con el EVANGELIO: la Buena Noticia
de Jesús abre las cajas, despierta, resucita, re-vela, trae a la luz lo que está escondido.
Lázaro era un muchacho muy bueno y un gran amigo de Jesús, pero desde siempre
había vivido hundido en lo religioso. Vida propia no tenía. Estaba "muerto para el mundo". El
mundo, para él, apestaba. Pero el que para el mundo despedía mal olor era el
mismo Lázaro.
Al enterarse de que la situación de Lázaro había alcanzado un punto
crítico, Jesús se conmovió. Se acercó al lugar donde su amigo se había
encerrado como en una tumba, y le gritó: "¡Lázaro, sal de ahí! »
Ni bien oyó la voz de Jesús, Lázaro se paró y salió del sepulcro
llenándose los pulmones de aire fresco. Pero no podía caminar. Unas vendas que
no eran sino viejos reflejos que la religión le había incrustado en la piel, lo
sujetaban aún de la cabeza a los pies.
De todos esos reflejos religiosos, el que más paralizaba a Lázaro, era
el miedo: el miedo de desagradar a Dios, el miedo de no cumplir los mandamientos
y todos los deberes religiosos al pie de la letra; en una palabra, el miedo a
todo cuanto no estaba hondamente arraigado en el suelo de la religión. Le
cortaba el sueño el no reproducir a la perfección los gestos, las palabras o
los pensamientos sagrados dictados por la religión, o el no poder llegar a cumplir
acabadamente con la misión que Dios le tenía asignada desde la eternidad.
Rechazaba todo cuanto no estaba autorizado y santificado por la moralidad
religiosa. El no obedecer al dedito a la autoridad religiosa y el no amoldarse
al orden establecido por la religión hubiera sido la señal patente del triunfo
definitivo del diablo sobre su alma. Le asustaba todo lo que existiera fuera de
los muros de la religión. Le asustaba el "mundo", le espantaba la
aventura humana, la libertad, lo desconocido y el otro. Claramente, en plena
juventud, Lázaro se había convertido en una momia.
Lo que más lo atormentaba a Lázaro era esa conciencia de que no era un
hombre perfecto. No se perdonaba el que de sopetón se le asomara por la mente algún
pensamiento personal o una pequeña duda. Los vistazos furtivos por encima del
muro de lo permitido y otros impulsos por el estilo le daban el sentimiento de ser
una escoria. Le carcomía el remordimiento. Su cara se volvía gris. Las úlceras
le perforaban el estómago. Ser un simple mortal le fastidiaba a muerte. Lázaro era
un muerto con vida, y su vida era un
largo coma.
"¡Lázaro, sal de ahí! "le grita Jesús: "¡Sáquenle las
vendas! "...
¡Aquí muere el miedo y comienza la confianza! Confianza en uno mismo, confianza
en el ser humano, confianza en la vida, confianza en el mundo, confianza en Dios...
En el siglo 21, ese Lázaro que apesta y
está enredado en sus vendas, es simplemente la vieja Iglesia: la Iglesia
de la ley, la Iglesia del miedo, la Iglesia de la muerte. La que, por la gracia de Dios,
recién ahora se está desmoronando.
Y, ese Lázaro que sale vivo del sepulcro, el que se quita las vendas, ese Lázaro
hermoso como un manantial, el que, por sobre todas las demás voces, escucha la
voz de Jesús, ése Lázaro es la Iglesia eternamente nueva del Resucitado, la que
sin ruido está creciendo sobre las ruinas de la vieja.
De hecho, la voz de Jesús salva a Lázaro. Esa voz es el secreto. No es
la voz de los libros, de la tradición, de la diplomacia o de los de arriba. No
es tampoco la voz de la anarquía, del libertinaje y de la espiritualidad a la
carta; ni la voz de los prudentes, ni la de los maestros de la razón justa, ni la
voz del sacrosanto consenso... La voz de Jesús no es una voz cualquiera. Es la
voz que perturba a los muertos y los saca de su tumba.
La voz de Jesús, la única, es la
voz de la Buena Nueva que fue, es y será siempre un "escándalo" para
los devotos bien intencionados, y una pura "locura" para los
racionalistas y sabios de todas las épocas, creyentes o no.
La voz de Jesús es la inquebrantable confianza en la inteligencia, la
sabiduría y la fecundidad de la misma LIBERTAD.
Es también la certeza de que la curiosidad, la exploración de lo
desconocido, la creatividad, la audacia, el amor, la compasión, la justicia y
la paz son "energías" reales que se encuentran enraizadas en las
profundidades de cada ser humano y que tienen
como fin el de construir, ordenar, poner en marcha, transformar, transmitir
y hacer evolucionar la vida.
La voz de Jesús es la voz que despierta esas energías: "¡Sal de tu
tumba, levanta la cabeza, suelta tus vendas, camina! Abre tus ojos y mira cómo la vida es pura apertura a algo
siempre más grande. Ella va de muertes a resurrecciones como una flor que acaba
nunca de florecer plenamente".
"¡Lázaro, sal de la tumba! "... No sólo de la tumba de la
religión anestésica que te tiene preso de lo obsoleto y de tus sueños
infantiles, sino también de la nueva religión del cinismo y de la arrogancia,
la que, conformándose a las modas de la nueva época, hace de la hinchazón del
súper ego la norma absoluta de lo bueno, de lo verdadero y de lo bello.
¿Soltarlo todo?... Sí, Lázaro, sí... Has de liberarte de tu tumba y de
todas tus vendas. Además, si así te gusta, después de liberarte de todo, podrás
incluso recuperar las vestimentas, palabras y gestos de la antigua religión, con
tal que estos signos, no solo no te impidan caminar como corresponde, sino que te
impulsen a desplegar tus alas y realizar en el aire lindas acrobacias que
asombren a las mismas estrellas.
Eloy
Roy
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