Sale la “fumata” blanca de
la chimenea de la Sixtina y tocan a vuelo las campanas de San Pedro. El Cardenal Protodiácono irrumpe
majestuosamente al bacón de la Basílica y anuncia al mundo que la iglesia católica tiene
un nuevo papa. Pero el nombre del elegido no se oye bien.
Aparece a su vez la cruz
procesional y, detrás de ella, la silueta de alguien cuya cara, por algún problema
de luz, no sale clara. Parecería que no
lleva los acostumbrados atuendos
pontificios, ni cuello romano, ni sombrerito. Se lo ve saludando con amplios ademanes
la muchedumbre que llena la plaza, y
ésta le responde con vítores atronadores pero con grandes interrogantes en los
ojos. ¿Quién es ese?
Ese hombre de apariencia
imprecisa lleva una Biblia en la mano. La abre y, acercándose a los micrófonos,
lee con voz vibrante:
- - El Espíritu del
Señor está sobre mí…
Sigue un breve silencio.
- - Me consagró y me envió para traer buenas
noticias a los pobres…
Hace una pausa, toma una larga respiración y repite destacando
cada sílaba:
- - Me en-vió pa-ra
tra-er bue-nas no-ti-cias a los po-bres…
Sube el volumen al
pronunciar la palabra “pobres”.
Después de una nueva pausa,
prosigue leyendo:
- - para anunciar la libertad a los
cautivos…
Insiste con fuerza sobre la palabra “libertad”.
Insiste con fuerza sobre la palabra “libertad”.
Nueva pausa.
- - para abrir los ojos a los que no
ven…
Otra pausa.
- - para despedir libres a los oprimidos…
Estas últimas palabras
salen de su boca como un toque de clarín. Y también las que siguen:
- - y para proclamar ¡un Año de
Gracia del Señor!
Un silencio sepulcral se extiende sobre la Plaza San
Pedro. El nuevo papa cierra la Biblia y dice:
- - La lectura que acaban de escuchar nos pone ante los ojos, en los oídos
y en el corazón lo que fue y sigue siendo el programa de acción de Jesús de
Nazaret según el evangelio de san Lucas, capítulo 4, versículos 18 a 21.
Luego agrega:
- - Pues bien, lo que acaban de
escuchar, HOY MISMO lo vamos a poner en práctica.
Ese “HOY MISMO” golpea como un Big Bang la columnata
de Bernini. La cúpula de San Pedro se
estremece. Los pobres y los amigos de los pobres aplauden frenéticamente. Los
demás se enojan a muerte.
- - ¡Viva el Papa! gritan unos.
- - ¡Es un impostor! vociferan otros.
En eso, los cardenales atónitos dejan su balcón y
corren hacia el del nuevo papa para pedirle que corrija la mala impresión creada
por él. Le suplican diciendo:
- - Santidad, usted habla de pobres y
de oprimidos, de libertad y de liberación, pero, como ve, esto divide en vez de
unir. Por favor, agregue unas buenas palabras
de amor y de paz para que se calmen las mentes y se conforten los corazones…
La dicha Santidad no hace caso a los cardenales. Les
alarga la Biblia con una inmensa sonrisa
y les dice:
- - Jesús nos ha dado a conocer su
programa de acción en el Espíritu de Dios, el cual, como ustedes saben, es “puro
amor y pura paz"… Dicho programa es el de la iglesia, es el suyo y es el mío. No
agregaré una sola palabra que convierta en caramelo la energía creadora de las
palabras de Jesús. Si a los hermanos cardenales les gusta más la leche descremada que el
alimento sólido, ¡qué tomen esta Biblia y la quemen!
En ese instante se arma un bochinche como nunca se había visto en lugar tan santo. Unos bonetes
rojos vuelan, los guardas suizos tocan retreta y por poco el papa cae cabizbajo
fuera de su balcón.
Dicen algunos testigos que solo un milagro explica
cómo el nuevo papa logró zafarse de esa
desventura con todos sus huesos.
Desde la Plaza y ante las pantallas de centenares de millones
de televisores en el mundo, todos se
preguntan si esto es una alucinación o una manifestación de Dios. Se entrechocan las opiniones como pequeños volcanes en erupción en las cuatro esquinas de la catolicidad.
- - ¡Es un loco! dicen unos.
- - ¡No, es un santo! dicen otros.
- - ¡Por fin, tenemos un verdadero Papa!
- - ¿Qué Papa? ¡Un tercermundista!
- - ¡Un profeta!
- - ¡No, un demonio!
- - Peor aún: ¡un laico!
- - ¡O una mujer disfrazada de varón!…
- - ¡Un ángel!
- - ¡Un turco!
- - ¡Un marxista!
- - ¡Increíble!
- - ¡Es el fin del mundo!
De
repente, desde un altoparlante venido de ninguna parte, una voz
melodiosa llena cielo y tierra:
- - ¡Alégrense, pueblos queridos,
salten de gozo: el Reino de Dios ha llegado hasta ustedes!
Último toque de clarín…
ELOY ROY
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