Para nuestra
sensibilidad moderna, Julián Vézina*, gran misionero ante el Señor, no es un
modelo para imitar. En todo caso, es inimitable.
En las montañas del
sur de Honduras cuyo clima es muy caliente y la vida muy sacrificada, Julián es
el hombre más libre del mundo. Se olvida de comer, casi no duerme, no para.
Tiene la pasión de andar con los
humildes, de agradarles y servirles. Juega al gato y al ratón con los
niños, saca los dientes a cuantos lo necesitan, y, si no hay partera para
atender a una parturienta, él hace de partero. Desempleo, no sabe lo que es.
Cuando uno es Julián
Vézina, aún los niñitos de pecho integran la Cruzada Eucarística y reciben la
santa comunión junto con los adultos, sin
confesión, vale decir… Para dirigir las bandas de música en las fiestas
patrias, no hay quien compita con él. No hay tampoco un instrumento roto que no
sepa arreglar ni uno que no sepa tocar. Escribe a máquina a velocidad de
relámpago. A los campesinos desesperados que no tienen papelitos para comprobar
que han nacido, Julián les crea sin pestañear documentos de identidad. Eso
sucede allí donde los registros civiles han sido robados y los de la parroquia,
quemados. ¿No tienes partida de bautizo?
Julián te soluciona esto en un santiamén. Él recoge los datos que la misma
gente tiene en memoria. Si ésta vacila, la imaginación del padrecito suple. Así
Julián va fabricando alegremente miles de documentos con sello, firma y todo. Al
entregar el papel precioso a cada nuevo ciudadano, o ciudadana, dice nomás: ¡“Siguiente!”.
Por cierto, no cobra nada. Frente a la casa parroquial, cada día las colas se
hacen más largas….
Su catequesis utiliza
una tecnología de última generación. Bajo las estrellas de la noche, las paredes
encaladas de las capillas sirven de pantallas a la proyección de las películas fabricadas
por Julián. No las hay parecidas en el mundo. El material es transportado a
través de las montañas por una caravana de siete u ocho mulas, de las que se
destaca Anselma, su mula preferida. Él
mismo Julián realiza el montaje de sus películas con secuencias “prestadas”
(para usar un eufemismo) de otras
películas de su colección privada. Las empalma unas con otras siguiendo una trama surrealista
cuyo secreto solo él conoce. Escenas de animación sobre Jesús y María se
entremezclan con aventuras de Mickey Mouse y de Tom and Jerry, seguidas por
otros temas tan cruciales para la salvación como los goles más espectaculares
del CH de Montreal en la serie final de la Copa Stanley, o el santo rosario en
familia con el Cardenal Léger, sin olvidar a Cantinflas, ni a los hermanos Max y tampoco las apariciones de Fátima…
La fuerza física de Julián
es herculina. Un día, estando en Cuba - antes de su desembarco en Honduras fue
misionero en Filipinas y en Cuba - Julián sale a la calle vestido de sotana blanca. De camino se topa con dos pesos
pesados malcriados que lo tratan de maricón por salir así vestido de mujer. Sin
decir ni mu, Julián los agarra a ambos por el pescuezo y, alzándoles al aire,
los golpea cara contra cara como en los éxitos más geniales de los Tres chiflados.
La fuerza de nuestro
Tarzán impone respeto. Los militares más pitbulls y los presos más canallas lo saludan con
prudencia. Cuando habla, no se escucha volar ni una mosca, y por muy increíbles
que sean las historias que él cuenta, todos
lo creen. Por ejemplo, para exhortar a los padres a criar a sus hijos
como corresponde, les recuerda que, cuando estaba él en Cuba, Fidel Castro era chico;
era incluso su monaguillo. Les dice: “Cuántas veces tuve que machacarle a la
mamá que tenía que mandar a su Fidelito
al catecismo, pero esa mujer jamás me hizo caso. ¿Qué pasó? ¡El Fidelito se
convirtió en ese tirano barbudo que está
asustando a medio mundo!”
Julián no impresiona
sólo por sus músculos y sus historias, sino también por su candor y su ternura.
Bajo su caparazón de boxeador, tiene un corazón de niño. Su arma preferida para
abrir los corazones son los caramelos. Siempre tiene al alcance de la mano una
bolsa llena de esas armas de conversión masiva para distribuirlas a los que el
destino pone en su camino: a los chicos que lo toman por su papá, a las abuelitas
que lo admiran como si fuera Diosito, a los policías armados hasta los dientes y
que se creen dueños del mundo, y a los criminales más duros que odian a muerte
al mundo entero. Con caramelos se hace amigo de toda esa gente linda. Jesús dijo: “Felices los
mansos, porque recibirán la tierra en herencia”, pues bien, nuestro buen Julián
cumple con esa bienaventuranza sembrando caramelos.
Sesenta años atrás, los
sacerdotes tienen estrictamente prohibido celebrar más de una misa por día, pero a veces Julián celebra hasta cinco misas en un solo
día. A él lo que le importa no es la ley
sino la gente. En su inmensa parroquia la gente vive dispersa en distintas aldeas,
de las cuales muchas se encuentran muy lejos de la iglesia principal. Para
Julián esto no es un problema: si la gente no puede ir a la iglesia, la iglesia va
a la gente. En su primera misa de la
mañana él consagra previamente las hostias y el vino que va a utilizar en sus “misas” no autorizadas. El ritual de éstas se
desarrolla siempre en forma impecable y con piedad
perfecta. Como todo se hace en latín y a voz baja, Julián no pronuncia las palabras de la consagración y nadie se da
cuenta…Ni dios se da cuenta de la trampita… Desde la señal de la cruz del principio de la
celebración hasta la bendición final, la misa dura apenas diez minutos, cantos
y homilía incluidos. Nadie se queja.
Si vives bajo el
mismo techo que Julián, no te sorprenderás que de tus sábanas, toallas,
calzoncillos, camisas, pantalones, calcetines,
manteles de altar, sotanas y roquetes cosas
vayan desapareciendo como por encanto. Es la “mano
invisible” de Julián la que ha pasado por allí. Ella te va desnudando sin
violencia de tus prendas superfluas y con éstas viste a los desnudos.
Ese inefable
camarada que saca a los que tienen para dar a los que no tienen, usa métodos más
eficientes que el agua bendita para abrir los caminos de salvación. Con el Evangelio
en una mano y palos de dinamita en la otra,
Julián hace volar todo lo que en la geografía atormentada del país bloquea el
paso de la santa jeep del misionero.
Es así como la Buena
Nueva termina llegando hasta los más lejanos.
Dice Jesús que Dios
habla por la boca de los humildes, pues bien, por boca de una abuelita campesina y su nietita
muy avispada me vengo a enterar que solo los ignorantes pretenden que es el santo
Papa quien escribió la Biblia: “No es el
Papa, pué, ¡es el Padre Julián!”…. ¡Qué se den por enterados los sabidos!
En la cárcel de Choluteca,
el Padre Julián es capellán. Él es la alegría y el consuelo de los presos.
Sucede que, en estos días, la cárcel prepara con febrilidad la visita oficial
de la Primera Dama del país. Esperando que se muestre generosa para con esta institución que se hunde en la miseria, Julián
se encarga de organizar la recepción. Entre mil cosas enseña cuidadosamente a
sus amigos presos – muchos de ellos asesinos notorios - cómo deben aclamar a la
augusta visitadora. Cuando llega por fin el gran día y que todo está listo, la
Primera Dama, Doña Alejandrina Bermúdez de Villeda Morales se persona en la
cárcel. Mientras una banda desafinada toca una música de fiesta, la Señora aparece
al brazo del Padre Julián. Al instante un clamor sube al cielo. Pero lo que se
oye no es: “¡Qué viva la Primera Dama!”, sino: “¡Qué viva el Padre Julián!” El
pobre Julián está que se lo traga la tierra. Gracias a Dios, Doña Alejandrina, que es muy
católica y misericordiosa, toma la cosa de
buena cara y se ríe de corazón. Más adelante la Dirección de la prisión recibe
de ella una generosa subvención. Sólo Dios sabe adónde habrá ido esa plata … Que
si hubiera caído en manos de nuestro buen Robin Hood de Julián, los presos ya
tendrían más cigarrillos para fumar, más tortillas para comer, acaso un
pizarrón nuevo para estudiar y más de una visita al año de parte del médico.
Finalmente, después
de años, ya envejecido y enfermo, el buen Padre Julián vuelve a su tierra natal de Québec
en Canadá. Se instala en San Cuthbert. Junto con su hermana, por lo menos un par de veces a la semana carga su auto viejo con mercaderías y ropa usada y sale a distribuirlas a
los pobres. Hasta sus últimos días así sera la vida de él.
Por cierto, Julián no
fue ni un cura de Ars, ni un nuevo Moisés, ni un Che Guevara, ni una Madre
Teresa, ni mucho menos un misionero reciclado modelo año 2000 y pico… Fue el
“Padre Julián” nomás. Lo que es bastante.
Pese a que él y yo fuéramos tan parecidos como el día y
la noche, a Julián siempre le tuve mucho
cariño. Su partida me conmovió. Ese hombre había sido de verdad una maravilla
de Dios.
Su cuerpo fue
confiado a la Madre Tierra en el pequeño cementerio de las Misiones Extranjeras
de la Isla Jesús, en la línea que separa el Valle del San Lorenzo de aquel
territorio desconocido que los antepasados llamaban “las Indias Occidentales”.
Allí se encuentra la tumba de Julián, al que unos pobres de este mundo estimaban ser “el autor de la Biblia”…
Allí se encuentra la tumba de Julián, al que unos pobres de este mundo estimaban ser “el autor de la Biblia”…
Eloy Roy
JULIEN VÉZINA, p.m.é.
1913-1983
Misionero
En Filipinas :
1941-1945
En Cuba : 1945-1956.
En
Honduras : 1956-1965
Falleció en LavaL,
Québec, Canada, el 14 de febrero del 1983
No hay comentarios.:
Publicar un comentario