jueves, 14 de diciembre de 2017

UNA RARA VISITA EN JERUSALÉN

Foto Tracy Johnson


Tuve un sueño.

El Gran Rabí, el Gran Muftí, Benjamín Netanyahu y Mahmoud Abbas han tomado asientos alrededor de la mesa de negociaciones. Solo falta  Trump. Pero, en vez de Trump, el mismísimo Dios se presenta en persona (hacía una eternidad que no se le había visto por allí…).

La discusión no ha comenzado que ya los cuchillos vuelan:

-  ¡Jerusalén es la capital de los Judíos!
-   ¡No, es la de los Palestinos!
-   ¡Hemos llegado aquí hace 3000 años!
-   Se ausentaron durante 2000 años y nosotros venimos a         ocupar el lugar.  
    Desde aquí Mahoma ha subido al cielo.

Dios suspira, el Monte del Templo tiembla. Todos callan. Dios habla:

Seré breve. Según ustedes, queridos judíos, Jerusalén es su capital eterna. Pero hay un pequeño problema: ese templo que los romanos destruyeron, ustedes sueñan con reconstruirlo en el mero lugar donde se edificaba ya hace 20 siglos. Pero sucede que dos mezquitas,  entre las más sagradas del Islam, están ocupando dicho lugar.

Para ustedes, palestinos queridos, las dos mezquitas son intocables. Son la prueba eterna de que Dios ha descartado Israel y ha elegido al Islam para hacer irradiar su gloria a través del mundo. Por eso, cae de maduro que Jerusalén sea la capital de los palestinos.  

Antes de ir más lejos, les aclaro quién soy: soy Yavé y soy Allá también. En realidad, soy el Dios único, el de sus dos pueblos y del mundo entero.

En primer lugar quiero agradecerles por la fe que impulsa a la comunidad judía a querer construirme un espléndido templo, y por la misma fe con la que la comunidad musulmana está siempre dispuesta a sacrificarlo todo para  proteger sus hermosas mezquitas. Pero, dado que, debido a ese problema, no dejan de matarse unos a otros desde hace casi 70 años, tomen nota de lo siguiente: SIN QUERER OFENDER, NO QUIERO MÁS, PERO NUNCA MÁS, TEMPLOS NI MEZQUITAS PARA GLORIFICARME,  ¿ESTÁ CLARO?

En la Biblia, los profetas clamaron en todos los tonos que yo estaba harto de  los sacrificios y de todo cuanto los humanos inventan para honrarme. Lo mismo se repite en el Corán. Si no, queridos musulmanes, tengan a bien inscribirlo de una vez en estos mismos términos: “El ÚNICO TEMPLO Y LA ÚNICA RELIGIÓN QUE YO QUIERO, ES UN CORAZÓN LIMPIO”.

Con “corazón limpio” quiero decir: nada de mentiras entre ustedes, nada de engaños, nada de venganzas, nada de odios; que nadie ambicione apoderarse de todo y  aplastar lo que no consigue dominar. Quiero un corazón distinto del de unos animales salvajes vueltos locos. Quiero simplemente un corazón que sea HUMANO, un corazón bastante inteligente y FUERTE como para compadecerse y perdonar. Esto es lo único que yo quiero; todo lo demás me sobra.

Pues sí, yo soy Allá y soy Yavé. Se me da una multitud de otros nombres, pero, en realidad, no tengo nombre. Soy simplemente “EL-QUE-ES” para los judíos, para los musulmanes y para el mundo entero. Odiarse por cuestiones de capital, de raza o de religión, es odiar lo mejor que tienen dentro de ustedes mismos. Maldecirse unos a otros es maldecirme a mí y es maldecir el universo. Entiendo a los ateos. Al ver cómo se llevan entre ustedes, a mí también se me vienen ganas de dejar de creer en mí. 

Por favor, hagan mentir la profecía aquella que dice que de Jerusalén “no quedará piedra sobre piedra”. Hagan florecer esa ciudad tres veces santa inventando entre ustedes una clase de “ser nuevo” en el que judíos y árabes, de no haber sido por un accidente de la historia, se encuentren de nuevo como los hermanos que fueron desde un principio.

No vayan a acelerar el final del mundo como lo desean tan ardientemente los fundamentalistas, los iluminados,  los cínicos y los incondicionales del actual “hombre más poderoso del planeta”…  No jueguen ese juego.

Ya no me verán más, pero estaré con ustedes hasta el final de su futuro. He dicho.

Al pronunciar estas últimas palabras, Dios desaparece. Al mismo momento aparece un pájaro espléndido que hace oír un canto de otro mundo y luego desaparece desplegando sus alas en dirección de los cuatro vientos.

En eso, me despierto.

                                                                 Eloy Roy
  

(Nota: Para conocer los sentimientos que tal vez atravesaron el corazón de Dios mientras hablaba, por favor, leer: Lucas 19, 41-44).






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