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PANGOLIN -Dicen que el Coronavirus malo ha salido de este bicho tan bonachón
por: Eloy Roy
Cada segundo, nuestra gran industria produce toneladas
de gases de efecto invernadero. El mundo tiene tos seca, fiebre y problemas
respiratorios... Está intoxicado. El cáncer está enlatado en nuestras casas. Los
peces nacen con dos cabezas, los pájaros con dos picos y un montón de gente muere
como moscas. Como borrachos inveterados, nos acostumbramos a esas cosas. No les
damos mucha bolilla. Decimos que no son más que "efectos colaterales"
de una economía pujante. Lo que se necesita no es mermar el crecimiento económico,
sino acrecentarlo más y más. Sólo así se resolverán los problemas y vendrá el
fin de la pobreza. ¡Qué bendición!
Pero el coronavirus maldito ha llegado. Todas las
fronteras están cerradas, el mercado de valores está en picada, el precio del
petróleo está cayendo. El flagelo planetario de un turismo loco se está enterrando
en el féretro de lujo de los grandes cruceros... Las misas se suspenden. El
Vaticano se cierra. Céline Dion se calla, y se hace el amor con guantes ...
Durante este tiempo, las "guerras justas" con
el fin de proteger los intereses de la "mayor" civilización de todos
los tiempos, no se detienen. Detrás de la poca ayuda a las naciones menos
favorecidas, y ciertos esfuerzos de solidaridad o caridad que a menudo aprovechan
más a los donantes que a los beneficiarios, matamos a todo dar, violamos,
torturamos, devoramos poblaciones vulnerables; aplastamos, ignoramos o marginalizamos
un sinnúmero de inocentes, mujeres, niños, pueblos nativos y personas de color
... Y practicamos la corrupción en una escala metafísica.
Este sistema que adoramos con fervor (porque lo identificamos
con la paz...), el que alimentamos con nuestras oraciones, nuestro dinero,
nuestra generosidad y todo el amor de nuestros corazones, causa miles de
millones de crímenes incalificables. Sin embargo, este sistema nos parece
"normal"; no genera movilizaciones planetarias ni manifestaciones mundiales, ni medidas de
emergencia. A todos nos tiene anestesiados.
Pero ahora el bicho malo que no había sido programado,
ese coronavirus pernicioso, se infiltra subrepticiamente en las perillas de las
puertas, en los pañuelos, en los palillos de dientes, en los pedos, en los
besos, en las escuelas, en el metro, en los aviones, en los estadios e innumerables
templos, grandes y pequeños, donde nos apiñamos para halagar, adorar y
"estimular" nuestros mejores delirios; sin preaviso se mete en todas
partes y lo arruina todo.
En artículos generalmente serios, los devotos sugieren
que mientras esperamos la vacuna de salvación contra este desagradable virus,
podríamos volver a nuestras prácticas de antaño como prender velas, rezar
novenas, etc. ( menos lo del agua bendita, no hace falta decirlo...).
Sin embargo, si hemos sido capaces de echar a perder
al mundo, también tenemos el poder de rehacerlo, y para mejor. Este poder no radica en las velas
o los rosarios sino en nuestras neuronas y en las venas de nuestro corazón. Ha
llegado el momento de descender allí ...
De las grandes catástrofes del pasado, hemos aprendido
al menos que para la reconstrucción, Hitler, Stalin o personajes como Trump no
son los mejores guías. Tampoco nuestras viejas religiones.
Hagamos una guerra despiadada contra el malvado
Coronavirus ya que es necesario, pero, por favor, no olvidemos la otra pandemia
que es mucho más grave. La más antigua, más vivaz y más duradera de todas: la
de un mundo extremadamente rico que desde siempre enriquece a los ricos y
condena a la mayoría de la humanidad a una escasa supervivencia y a una muerte
prematura cierta. Este es el verdadero flagelo que hay que combatir; es la ciencia
que tenemos que desarrollar y la religión que debemos practicar.
marzo 2020
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