viernes, 17 de septiembre de 2021

 

        UN ENCUENTRO DE ALTO RIESGO

 

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Jesús y Juan el Bautista

 

No es de extrañar, Jesús,

que, al final, todo terminó mal para ti,

pues quien juega con fuego

siempre termina quemándose...

Era de conocimiento público

que ese Juan, de apodo "el Bautista",

era un tipo peligroso, un marginal,

un alarmista que no se conformaba con nada.

Hoy en día muchos lo hubieran fichado

como "terrorista" o como "woke" ...

(Por algo se escondía en el desierto...).

Acercarse a él en todo caso

no era para nada "políticamente correcto".

 

A pesar de ello, o más bien por ello,

los resistentes y todos los pobres del país

lo aclamaban como un gran profeta.

Tú, Jesús, simple trabajador manual

de una aldea desconocida de Galilea,

eras uno más de esa plebe despreciada.

Agarraste la mochila y tomaste el riesgo

de marcharte hacia el Jordán

en busca de la tapera de Juan.

Allí lo encontraste con los pies en el agua

y tapado con una piel de camello.

Lo escuchaste desatarse contra la sociedad,

contra los sacerdotes, contra el gobierno

y contra el mundo entero.

Con hacha en la mano vaticinaba que ese pueblo

que se gloriaba de ser descendiente de Abrahán,

el ancestro muy santo, 

no era, en realidad, sino un árbol podrido

que, si no cambiaba de rumbo,

muy pronto iba a ser cortado.

Al igual que el profeta Elías,

Juan llamaba al fuego del cielo

sobre ese pueblo que no daba seña

de querer enderezar sus caminos torcidos.

Para él saltaba a la vista

que las divisiones internas,

las injusticias, la corrupción

y miles de otros abusos

eran lo que pavimentaba el camino

a los ejércitos romanos tan temidos y odiados

que ya estaban ocupando al país.

 

A los "buenos" que aún le tenían algún respeto

al Dios del ancestro Abrahán, 

Juan les reprochaba su beatería

y su fe cómoda de expertos en  chantaje,

pues miraban a Dios como su propiedad privada

y algo como el rehén suyo.

Valiéndose del antiguo pacto de amistad

entre Dios y Abrahán, su antepasado,

exigían de Dios que interviniera

personalmente y sin demora

para revertir la situación a favor de ellos,

de lo contrario quién sabe lo que iban a hacer...

 

Mientras tanto, en el templo y en las sinagogas,

sacerdotes y rabinos,

cuyos cargos dependían de los caprichos de los romanos,

multiplicaban rezos y sacrificios.

para que el pueblo guardara la calma.

 

No así con Juan el Bautista.

Para él ya había llegado la hora de pasar

de una religión de rezos y de sacrificios

a una vida de justicia y de compartir.

A los que andaban llenos de plata mandaba

que se deshicieran de la mitad de sus riquezas

y que se la dieran a los pobres.

A los cobradores de impuestos decía: "¡No roben!",

a los militares: "¡Dejen de abusar de la gente!".

a los policías : "¡Confórmense con su sueldo!"

 

En otras palabras, había que acabar con la injusticia

sacársela de adentro, restregarse, limpiarse de ella

como cuando uno, sacándose los trapos sucios,

se tira al agua y se lava de pies a cabeza.

 

Este discurso, Jesús, te entró en el corazón  

como pura palabra de Dios.

Y, por eso, en un santiamén , 

te sacaste toda la ropa

y zambulliste de cabeza

en el agua y en el movimiento de Juan.

Eso fue tu "bautismo"

(palabra que significa "chapuzón").

 

En ese mero instante

se te dio un estado de ser

imposible de describir.

Se desvanecieron como humo

todas las ideas, todos los deseos,

todas las imágenes y los conceptos,

todos los dogmas, las normas y las palabras ...

y todas las estructuras.

Fue una experiencia muy humana

pero muy poco conocida

que, traspuesta a nuestro lenguaje,

sería como si la "conciencia ordinaria",

(la de todos los días, la del "ego")

se hubiera encontrado de repente

totalmente "sumergida"

en una "conciencia más profunda"

(que todos tenemos pero que la mayoría ignora).

A esa experiencia se la llama

 

                "ILUMINACIÓN".

 

Como un arroyo penetrando en el mar

entraste en la presencia de AQUEL QUE ES.

Tus ojos vieron lo Invisible

tus manos tocaron lo Intocable;

escuchaste lo Inefable,

bebiste su Palabra

y hasta el desbordamiento

te llenaste de su Aliento

Estalló en ti algo como

un inmenso  DESPERTAR,

una ECLOSIÓN,

un verdadero NACER.

Se desplegó en lo más hondo de tu ser

la totalidad de tu realidad humana;

la viste sin ninguna separación

del resto de la humanidad,

o de la creación entera,

o, incluso, de la misma divinidad.

También viste junto a ti a todos los humanos

como hijas e hijos amados de Aquel-Que-Es,

unidos entre sí como los rayos de un mismo sol,

gozando de la libertad más pura

dentro de una diversidad sin fin.

 

Fue allí donde abrazaste tu misión,

no de quemar, sino de iluminar al mundo,

despertando en los humanos

la dimensión más profunda

de lo que ellos son de verdad:

mujeres y hombres parecidos a ti,

brillando de luz como tú,

unidos al mundo entero como tú,

unidos à Dios como tú.

 

Mientras tanto, Juan el Bautista,

a quien muchos veían

como el más grande de todos los hombres,

fue desvaneciéndose suavemente

como la luna de la mañana a la salida del sol.

 

De la luz de la zarza ardiente

el gran Moisés había recibido la misión

de liberar a su pueblo de la esclavitud;

mientras tú, Jesús,

por la luz deslumbrante de tu bautismo

recibiste la misión de abrir para la humanidad

el camino de un comenzar

radicalmente nuevo.

 

A excepción de Juan,

nadie se había dado cuenta de esa experiencia

que te había tocado vivir en las aguas del Jordán.  

De tu rostro no salieron rayos de luz

como aconteció con Moisés.  

Seguiste igual a los demás

con esta única diferencia

de que, a partir de entonces,

nunca has hablado o actuado

como el montón

y siempre has andado de contramano

con respecto a los letrados de la ley

y a los apagadores de luz.

 

Te adentraste luego en el desierto

antes de seguir camino hacia tu Galilea natal

a sabiendas que te estaban esperando

muchos otros riesgos...

 

                                                     Continuará...

 

                                       Eloy Roy

 

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