jueves, 13 de marzo de 2025

 

TODAS LAS DEUDAS IMPAGABLES

QUEDAN ¡CANCELADAS!

Cuando Yeshua habla de un «AÑO DE GRACIA»,

intentan matarlo.



Cuando nosotros hablamos del AÑO SANTO 2025,

no pasa nada.

Lucas 4, 16-30

Por: Eloy Roy

 

Querido Yeshua, ( «Yeshua» es el nombre de Jesús en arameo, la lengua de su pueblo).

Nos encontramos reunidos en la sinagoga del pueblo de Nazaret, en donde creciste. Allí están todos los vecinos.

Según lo acostumbrado para con un visitante de paso, el jefe de la sinagoga te invita a dar lectura de un pasaje de las Escrituras sagradas. Hoy toca un trozo del libro del profeta Isaías.

Tomas el rollo y elegís cuidadosamente los versículos 1 y 2 del capítulo 61. Esto es lo que quieres proclamar en ese día. (Basándome  en Levítico 25, 8-11y Deuteronomio 15, 1-2, propongo aquí una traducción interpretativa del texto escogido para mejor destacar su significado y su alcance). Se lee así:

«El Espíritu, o sea el Aliento o el Soplo de Dios, está sobre mí. Respira en mí. Me impulsa a anunciar a los pobres esta Buena Noticia: ¡Serán liberados todos aquellos y aquellas que hayan sido echados a la cárcel por sus opresores! ¡Todos aquellos y aquellas que se encuentren encerrados en la oscuridad de las mazmorras, verán, por fin, la luz del día y saldrán  libres! ¡Quedarán libres todos los habitantes de esta tierra que, al no poder pagar sus deudas, fueron despojados de sus bienes, y aquellos que, para salvar su vida, se tuvieron que entregar como esclavos a sus acreedores! Ya llega para ellos la condonación de sus deudas, o sea su emancipación, su liberación, mejor dicho, su « gracia». Recuperarán su libertad, sus derechos y todos los bienes de los que hayan sido despojados. Este año será EL AÑO DE GRACIA del Señor Dios, ¡un año de jubileo, UN AÑO SANTO!»

Todos te miran con ojos grandes... Ni se oye una mosca.  Enrollas el pergamino y luego, pesando cada una de tus palabras, haces la declaración siguiente:

«Lo que acaban de escuchar

¡HOY mismo se hace efectivo!»

Estalla en el instante un barullo que casi hace volar las tejas del techo. Es una explosión de  alegría de parte de los oprimidos, y de furia de parte de los otros.

Del grupo de los usureros y de los terratenientes sube un aullido de hienas:

-        ¿Te has vuelto loco, Yeshua? Mientras nos metes por las narices un escrito del tiempo del ñaupa, nosotros no hemos dejado de avanzar. No eres más que un chatarrero de retales y ¿vamos a dejar que destruyas los avances que hemos logrado en este país? Haznos un gran milagro aquí mismo en este pueblo y  veremos si de verdad Dios habla por tu boca.  

Las burlas, los abucheos y los escupitajos llueven.

Con esfuerzo extremo para lograr que te oigan, alcanzas decirles que Dios no hace milagros en un pueblo que cierra la puerta a sus profetas, (o sea a aquellas personas que sólo tratan de ser coherentes con la fe que su pueblo se gloría en tener). Se siente mejor acogido y escuchado… ¡en tierras extranjeras y paganas!

 Al oír esto, la furia sube de muchos decibeles, pero sigues hablando.

 -        Fíjense en el profeta Elías. Un día se encontró con una pobre viuda. Ella iba a enterrar a su hijo pequeño que el hambre había matado. Se notaba que  pronto lo mismo le iba a pasar a ella misma. Pero Elías resucitó al niño y salvó a la madre. ¿Acaso el profeta hizo un milagro parecido en su propio pueblo, en Israel, en donde no faltaban niños que morían de hambre? No, lo hizo en Sarepta, ¡un territorio pagano! ¿Por qué? Porque esa mujer,  a la que no le quedaba nada, había acogido al profeta en su humilde choza como a uno de la familia (1Reyes 17, 10-16).

Un silencio letal cae sobre la asamblea mientras sigues hablando:

-        Había muchos leprosos en Israel en los días del profeta Eliseo, pero el profeta no curó a ninguno de ellos sino a Naamán. ¿Quién era Naamán? Era el jefe de los ejércitos del rey de Aram, un viejo enemigo con el que Israel estaba constantemente en guerra (2 Reyes 5, 1-19).

Estas palabras no han salido de tu boca que ya las hienas te caen encima. Te arrastran fuera de la sinagoga hasta lo alto de un barranco para arrojarte abajo y matarte.



Pero de repente no estás más allí, pues te escabulliste como una culebra entre las patas de los dinosaurios.

De milagro te salvaste.

Por ahora.

Envíos misioneros modernos

Mi querido Yeshua, en ese bochinche diste inicio a tu «misión de evangelización de los pueblos», y también al primer «Año Santo» de nuestra era.

Ahora bien, como te habrás enterado, las cosas mucho han cambiado. Hemos progresado. En lo  referente a la  religión no somos estrictos como antes. Somos más tolerantes, menos radicales, menos fundamentalistas. En una palabra, hemos evolucionado.

Lamentamos la reacción violenta de tus contemporáneos a tu proclama en la sinagoga, pero no nos extraña, porque admitirás que,  para los acreedores, aquello de la cancelación de todas las deudas es un hueso muy duro de tragar. Sus emprendimientos se desbaratan por completo y se paraliza la economía toda. Por eso, hemos optado por olvidarnos de esa medida anticuada y  la hemos remplazado por el  «perdón de las ofensas», como consta en nuestra versión moderna del Padrenuestro. Así va: en lugar del «dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris» como viene en el texto latino de antaño (traducción: «perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores»), le pedimos al  Padre que nos perdone «nuestras “ofensas”» en vez de “nuestras deudas”... Total, suena menos profano y más pastoral. Nos parece que esta iniciativa un poco atrevida se justifica por amor a la paz...

La paz...

 Según los que saben discernir lo que viene de Dios de lo que no, la PAZ es el sello de la Voz de Dios y de su Espíritu... Tal dato no se discute. Es como un dogma de fe.

Sin embargo, en los dos versículos que preceden al episodio de la sinagoga, Lucas señala  que Yeshua volvió a Galilea precisamente «con el poder del Espíritu» (Lucas 4, 14), dejando  en claro  que es el Espíritu santo quien empujó Yeshua a proclamar ese texto de Isaías que conocemos, provocando el bochinche que vino después junto con el   intento de asesinato. Con lo cual afirmamos que si bien la Voz del Espíritu Santo suena a menudo como un  susurro de paz en el corazón, puede ser que a veces desencadene una revolución o un viento huracanado con saetas de fuego, como en Pentecostés, por ejemplo  (Hechos 2, 1-13).

Volviendo a lo nuestro

Cuando nosotros despedimos a nuestros misioneros, ya no besamos sus pies como antes, lo que, en cierto modo, es un progreso. Pero seguimos cantando a viva voz, y con razón,  la valentía, la abnegación y la generosidad de ellos. Sin embargo, en lo que respecta al «Año de Gracia», ¡ni mu!

Al parecer, la opresión sufrida por la mayoría de los pueblos a los que somos enviados, las enormes deudas que los someten y los reducen a una esclavitud mal camuflada, todo aquello pasa desapercibido.

Como misioneros salimos a anunciar una Buena Noticia a esos países, pero no exacta ni totalmente la de Yeshua en la sinagoga de Nazaret.

Ni que decir tiene, por supuesto, que nuestra misión no consiste en fomentar cruzadas contra todos los canallas del planeta, pero al menos deberíamos, conforme al espíritu de Yeshua, comprometernos a crear en esos lugares adonde vamos como enviados del Evangelio, una conciencia, una mentalidad, una espiritualidad o al menos una sed de “liberación”, no solamente de los perniciosos regímenes soviético, chino o yihadista, sino también de nuestro hipócrita  e insidioso modelo capitalista, materialista, burgués y rapaz cuya cara nos muestra en forma cada vez más límpida el grotesco Presidente número 47 de Estados Unidos.

A través de todos los medios sociales más modernos deberíamos unir nuestras voces a las de millones de cristianos y no cristianos de los que toman a pecho el destino de la humanidad, para mantener al más alto nivel de alerta la conciencia humana respecto a la necesidad, deber, obligación y urgencia de cancelar las  injustas e impagables deudas que aplastan a los pueblos más vulnerables del planeta, por sobre todo al tratarse de aquellos pueblos a los que deseamos llevar la Buena Noticia de Yeshua.

Mucho hacemos, pero...

Desde hace mucho ya hemos practicado un evangelio que procura mejorar la suerte de los más pobres.

Un evangelio que se traduce en escuelas, en centros de salud y de educación popular, en pequeñas y grandes comunidades de fe, caridad y solidaridad fraterna.

Un evangelio de medios de comunicación y de asistencia social.

Un evangelio de pequeñas y grandes acciones para el despertar y el crecimiento de la persona humana.

Un evangelio que promueve y defiende los derechos humanos, pero también un evangelio de la Tierra y de todo cuanto tiene aliento de vida.

Un evangelio que cava pozos, abre caminos, construye iglesias, acoge refugiados y recluta relevo para que esa labor no muera.

Estos son los milagros nuestros.  

Pero lo que hacemos poco o nada es atacar con claridad la raíz de la pobreza, como lo hizo Yeshua en la sinagoga de Nazaret al proclamar que «el Año de Gracia» soñado por los profetas comenzaba el mismo día en que él tomó la palabra.

¿Acaso, bajo pretexto de caridad o paz, Yeshua se quedaría mudo ante el hecho brutal de que nuestros países depredadores siguen enriqueciéndose a costa de los pobres?...

Nos guste o no, nosotros, los misioneros canadienses, somos naturales de un país que con sus poderosas compañías mineras, se destaca como un integrante del club de los grandes depredadores del planeta. Este club, por supuesto, no solo saquea sino que también da una mano de vez en cuando a los países más necesitados bajo la gorra de la ayuda internacional. Esta gorra ocasionalmente sirve para disfrazar la venta a esos mismos países (a los que deseamos evangelizar) de armas sofisticadas y de  gadgets de alta tecnología que los intoxica y los hace siempre más dependientes de nosotros.

Claro que  nos damos cuenta de esas contradicciones, pero nos encogemos de hombros en señal de impotencia y todo queda ahí.

Mientras tanto, con nuestro silencio y nuestros suspiros de impotentes, no dejamos de contribuir a llenar los bolsillos de los opresores de estos mismos  pueblos a los que somos enviados para anunciarles la Buena Noticia de Yeshua.

No, no hablamos de estas cosas en nuestros envíos misioneros ni en ninguna de nuestras liturgias…

De ahí que, en nuestras capillas confortables y nuestras publicaciones limpitas, nuestros envíos misioneros no provocan ningún disturbio y que nadie corre el riesgo de ser arrojado de su silla.

 

Año Santo

Cada 25 ó 50 años vuelve sin falta un «Año Santo». El presente año 2025 es precisamente uno de ellos.

De hecho, se trata del «Año de Gracia» de la Biblia, pero cuidadosamente “reciclado” para los tiempos modernos.

Este año jubilar, que debería ser el Año Misionero por excelencia para la condonación de las deudas de los más empobrecidos del planeta, ha sido milagrosamente remodelado en un año emblemático de turismo religioso internacional, en un negocio de indulgencias mal disimulado, en bendiciones papales pagables y en un baratillo infinito de artículos religiosos.

Suponiendo que todo aquello sirviera de verdad a quitar los pecados del mundo, nos preguntamos por qué no quita también la deuda de los países en vía de “(sub)desarrollo” cuyo peso, a escala de los pobres, supera los picos más altos del Himalaya…

Pobre Yeshua, después de lo ocurrido en la sinagoga, lograste estirar de dos años más el elástico de tu vida sólo para ir a parar pronto en la cruz del Calvario (lugar de la Calavera) un basural para malditos, caranchos y perros vagabundos. Parece ser que ése fuera el barranco que te aguardaba junto con tu programa de evangelización según Lucas 4, 16-30.

En realidad, no todo termina ahí

Después de la noche más larga del mundo, de repente se alza detrás de las montañas la luz deslumbrante de un nuevo día. «No más muerte, no más llanto, no más gritos, no más dolor porque el mundo antiguo ha pasado» (Apocalipsis 21, 4).

Pero estos rayos de un sol nuevo despuntando en el horizonte, nuestros ojos de carne no los pueden captar. Otros son los ojos que los podrían ver, pero los desconocemos y, por eso, quedamos de  vuelta en la oscuridad como niños enfurruñados por la frustración.

Nos conformamos con seguir siendo  « dinosaurios buenos» que concebimos la vida como algo que hay que poner en conservas.

Renunciamos al sueño, a la pasión, a la hermosa locura a la que, en lo  hondo del ser, el Infinito nos sigue convidando.

Solo falta que se prenda una chispa de aquella claridad para que un fuego comience a arder en nuestro interior como se dio con los discípulos de Emmaus, o con el mismo Moisés y tantas otras lumbreras del mundo fabuloso de la fe (Lucas 24, 32-33, e Éxodo 3, 1-10; 13, 21; 14, 24.30-31).

……………………..

P.D.: Hoy, 7 de febrero del 2025, el Papa Francisco (oriundo de la Argentina, país que carga con una deuda externa sumamente pesada contraída por los ladrones de la última y muy  sangrienta dictadura militar del 1976 al1982), acaba de publicar “Spes non confundit” (La esperanza no defrauda).

 En este documento, Francisco hace una “invitación apremiante” en vista del Año jubilar. Esta invitación “va dirigida a las naciones más ricas, para que reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y determinen condonar las deudas de los países que nunca podrán saldarlas” (n. 16).

 Y como si fuera poco, esta tarde, en casa de las SME, se está dando un taller sobre el tema. ¿Serán éstos unos primeros “destellos de claridad”?...

¡Duc in altum! ¡Llevemos la barca mar adentro! (Lucas 5, 4).

 

 

 





miércoles, 24 de noviembre de 2021

 

Al reunirse con Juan el Bautista, a quien los apparatchiks religiosos miraban como hereje y rebelde, se dio en la conciencia de Jesús una experiencia tal que, a partir de entonces, jamás  dudó en correr riesgos para anunciar la buena noticia que llevaba dentro. Ni bien salió de la región del Jordán, en lugar de tomar directamente el camino de regreso a Galilea, se internó solo en el desierto y pasó allí unos cuarenta días sin comer ni beber.

 

Otro encuentro muy arriesgado

 
    Bein Harim Tours


Tu bautismo, querido Jesús,

no enfrió tu amor por los riesgos,

sino al contrario. 

Después de despedirte de Juan el Bautista

para volver a tu Galilea natal

quisiste dar una vuelta por el desierto.

Para uno que anda solo

no es de aconsejar.

Pero no pudiste evitarlo.

El desierto te atraía como un imán.

 

Porque, más de mil años atrás, tus antepasados,

recién liberados de la esclavitud de Egipto,

erraron durante cuarenta años por el desierto.

Andaban divididos entre volver a Egipto

y enfrentar allá una exterminación asegurada

o más bien seguir más adentro

y terminar chocando con un mundo extraño,

aparentemente muy desarrollado,

bien armado, belicoso

y casi imposible de penetrar.

Al final, para no caer de nuevo  

entre los colmillos del cocodrilo egipcio,

no les quedó más remedio

que asumir el reto de enfrentarse a lo desconocido,

con todos los riesgos

que tal opción acarreaba.

 

Entre triunfos y derrotas

siguieron largos siglos

en los cuales la sociedad más justa y humana

que habían soñado

no logró enraizarse con hondura en las conciencias

ni materializarse con solidez en la realidad concreta.

 

En eso, después de más de mil años,

viniste tú y quisiste

enfrentarte al desierto.

¿Para qué ?......

 

 Durante cuarenta días,

en total soledad, 

sin beber una gota,

sin comer un bocado,

pasaste de la euforia a la pesadilla.

Euforia, porque en el desierto encontraste

la calma y la libertad de los grandes espacios,

el misterio de las quebradas y cuevas

excavadas en el vientre de montañas asoladas,

el vértigo de las alturas,

el aire puro, el horizonte sin límite.

El desierto traía el silencio y el vacío

que necesitabas para seguir saboreando

en la paz de tu Abba

la maravillosa experiencia

que acababas de vivir en el Jordán.

Y también iba a ser una gran oportunidad

para soñar el camino a seguir.

 

Al principio fue el éxtasis.

Duró varios días.

Pero,  quizás debido al hambre,  

pronto vinieron las pesadillas.

Ideas, imágenes, visiones

empezaron a girar por tu cabeza

como en los torneos de videojuegos

de los tiempos modernos.

Mundos desconocidos desfilaban ante ti

y tanto te cautivaban

que no sentías más el suelo debajo de tus pies.

 

Dentro de ti, de repente, se escuchó

UNA PRIMERA VOZ.

Una voz bastante desconocida

que, entre mil cosas, te decía:

«Si quieres cambiar el mundo

para la gloria de tu Dios

si quieres que broten fuentes

en los desiertos

y que crezcan flores

en los corazones secos,

sólo hay un camino:

¡atrae a las multitudes!

En las ferias los hay

que vienen de lejos

e incluso se privan de alimento  

para ver cosas insólitas

como un conejo saliendo de un sombrero

o una mujer serruchada en dos.

¡Tú, lo único que tienes que hacer

es darle comida a tu pueblo hambriento!

¡Véndele sueños, llénale la panza,

realiza milagros y magia,

tira fuegos artificiales,

cambia las piedras en pan!

Porque, al fin y al cabo, Dios está contigo ¿o no?

Mira las piedras grises de este desierto,

en el nombre de tu Dios,

cámbialas en panes dorados,

y verás cómo gentíos del mundo entero

vendrán a escuchar tu palabra.

Verán en ti la reencarnación de Moisés,

el más grande de todos los profetas,

el que en su momento salvó a su pueblo del hambre

haciendo llover sobre el desierto

el pan del maná y la carne de las codornices.

También te aclamarán como nuevo Eliseo,

otro gran profeta, el que multiplicó los panes

para alimentar a una multitud hambrienta.

(2 Reyes 4:42-44) ...

Cambia  las piedras en pan

y todos creerán en ti.

Te proclamarán Mesías,

Enviado de Dios,

Hijo amado del Altísimo

y Salvador del mundo.

Por medio de ti, Dios hará maravillas

y todas las generaciones te dirán feliz.

En nombre de tu Dios,

convierte, pues, las piedras en pan,

y tu misión, en todas partes del mundo,

conocerá un éxito monumental».

 

Te gustaba aquella voz suave,

insinuante y muy amigable.

que no solo te aportaba placer

sino también estímulo y entusiasmo.

Te ponía además ante planteos

que te daban mucho que pensar.

Atenazado por el ayuno,

tu propio cuerpo entendía muy bien

que sin el pan de cada día

no había vida para la humanidad,

ni futuro, ni salvación.

 

Pero, por tus adentros, 

OTRA VOZ intervino:

 

«A los hambrientos

dales todo el pan que te guste,

jamás les alcanzará. 

Siempre sentirán,  

sin poder definirlo con claridad,

que algo más sustancial les falta.

Por eso, los antiguos sabios,

no vacilan en afirmar de una sola voz:

"No sólo de pan vive el hombre,

sino de lo que sale de la boca de Dios"...

 (Deuteronomio 8, 4)

Fíjate en la lámpara de aceite:

solo alumbra si sobre el aceite

una llama se prende.

Algo parecido pasa con el ser humano:

bien puede vivir gracias al pan de cada día,

pero si la luz de la palabra

que sale de la boca Dios

no se enciende en su corazón

jamás vivirá conforme a la verdad profunda de su ser».

 

Al oír esas palabras, la voz dulce,

la que te había instado a cambiar las piedras en pan,

enmudeció como boca de pescado.

Se apagaron enseguida los fuegos de la feria

y la paz volvió a tu mente.

 

Pero al cabo de varios días,

el pescado mudo abrió de nuevo la boca

para que la voz que destillaba miel

te volviera a hablar:

«Que los humanos no viven solo de pan,

no te lo discuto, dijo la voz,

pero ¡no seas tonto!

La vida es dura y, a menudo, cruel.

Pan, agua fresca y amor

no bastan para vivir.   

También se necesita ilusión,

sueños y placer.

Si quieres ganar el mundo para tu causa ,

edifica arenas, construye teatros,

crea festivales, lanza concursos,

¡arma espectáculos!».

 

Esas palabras tuvieron un efecto mágico sobre ti.

Al instante, tu imaginación te llevó sobre sus alas

ora a la azotea de un rascacielos,

ora a la punta de un campanario elevadísimo,

ora a la cima del  cerro más alto del mundo.

De allí, sin paracaídas, te tirabas al vacío

y aterrizabas por el suelo sin hacerte un rasguño.

Entonces, enderezándote como una torre, exclamabas:

«El que tenga ojos para ver, que vea!»  

Dios está conmigo.

Ninguna desgracia me puede alcanzar.

porque Él mismo "da la orden a sus ángeles

de llevarme sobre sus alas"  (Salmo 91)....

 

El resultado fue espectacular.

Tus mismos ojos veían

cómo todos los habitantes de la Tierra,

ni bien enterados del fenómeno,

acudían para verte, para tocarte, para escucharte.

Era divino...

Pero demasiado bueno para ser verdad.

 

La voz insistió: «¿Estarás dudando?

¿Dios no es acaso tu gran amigo?

¿No será cierto que él cuida cada uno de tus pasos?

Si, de verdad, te has encontrado con él en el Jordán,

no seas tímido, ¡muéstralo!

Tu fama subirá hasta las nubes ».

 

Entonces la otra voz, la del Verbo y del Aliento,

intervino de nuevo:

«Dios no subyuga a las multitudes,

no hipnotiza al mundo,

no deslumbra a nadie.

Odia la ceguera

y ama sólo lo que a la gente la hace libre.

Está escrito:

"No pondrás a prueba al Señor tu Dios" (Dt 6,16).

No lo convertirás en un Deus ex machina

al que se pueda manipular con control remoto.

Dios no hace cine»...

 

La voz volvió a callar...

 

Pero la primera voz,

la de las piedras y de los panes,

no había dicho su última palabra.

Volvió a la carga declarando:

«Reconozco que las dos primeras sugerencias mías

eran un tanto frívolas, 

pero tengo una tercera.

Olvidémonos de magia y espectáculos.

Seamos razonables y prácticos,

ciñámonos a lo factible y a lo concreto.

La fórmula infalible a 1000% es la siguiente:

¡ASOCIATE CON LOS RICOS Y CON LOS PODEROSOS!

Y aunque estés frunciendo el cejo 

porque crees que la gente de plata y de poder es mala,

te cuento que, entre ellos, los hay que son buenos.

Por cierto, lo que buscan todos, buenos o malos,

es ganar más plata.

Pero ésta es la realidad: no se puede hacer el bien sin plata.

Ellos, los ricos y poderosos, tienen todo,

tienen el dinero, las armas, la ciencia y el prestigio.

Sobre todo, tienen las conexiones;

los medios de comunicación están en sus manos.

Úsales a ellos antes que ellos te usen a ti.

Confíales tu carrera.

Nunca tu vida, tu misión, tu futuro

estarán en manos más seguras...»

 

La voz calló.

Esas palabras te trajeron de vuelta a la tierra. 

Te parecieron de una lógica implacable,

llenas de sentido común.

De nuevo se disparó el carro de tu imaginación

y pronto apareció ante tus ojos

todo cuanto podrías hacer para la gloria de Dios

al poner en práctica la nueva receta

de tu asociación con los ricos y los poderosos.

En un santiamén  te viste  

en el pellejo de los grandes personajes

que la historia honra como héroes 

y como modelos para la humanidad.

Te veías como el hombre más famoso

y el más aplaudido del mundo

deleitándote de la cosa en grado supremo.

En ese mundo que estaba yaciendo a tus pies,

ibas a cumplir maravillas,

las que, a su vez, te iban a convertir  

en héroe mayor, en estrella inigualable , 

y, ¿por qué no?...  ¡en un verdadero dios!

 

De momento, la voz del Verbo y Aliento

te susurró al oído:

«Está escrito: 'Adorarás al Señor tu Dios, sólo a él servirás'» (Deuteronomio 6, 13).

 

Esa palabra fue como una catarata de agua helada.

Echó por el suelo todos tus fantasmas  

y te dejó K.O. por completo.

 

Hicieron falta la mordedura del desierto,

que de día te quema y de noche te congela,

y los calambres del hambre y de la sed

para que descubrieras hasta el dolor

que ese triple camino

de la magia, de la popularidad y del dinero

no era el camino de la Vida, 

sino trampas del Adversario

también llamado "Diablo".

Ese camino que a menudo se esconde

detrás de las cortinas de la piedad,

conduce fatalmente

a la esterilidad y a la guerra,

al desierto y a la nada... 

 

El diablo

 

El diablo no es alguien

sino más bien algo

que vive en nosotros

y sale de nosotros mismos.

Es una "mentalidad", una psicología, una filosofía, una ideología,

una visión de las cosas, 

una forma de pensar y actuar que forma parte de lo que somos.

Es nuestro lado oscuro,

el que proviene probablemente

del terror antiguo que nos acompañó

desde los primeros instantes

de nuestra existencia como humanos,

cuando no sabíamos quiénes éramos

y que andábamos errando en un mundo extraño

al que nos aferrábamos para vivir

mientras nos sentíamos en él

menos que una mota de polvo

arrastrada por los vientos.  

Esa angustia podía volvernos locos,

desesperados y duros

hasta devorar

para no ser devorados.

El diablo es aquella parte de nuestro ser

que, detrás de las apariencias,

tapa lo prohibido y lo peligroso

escondido en la oscuridad.

Es nuestro viejo instinto de cazadores,

esa parte de nosotros mismos

que se amaña en poner trampas

y fácilmente se deja fascinar por las teorías más extrañas,

por la magia, por los juegos de azar,

por los milagros del maquillaje,

por el producto eternamente renovado, mejorado, y aumentado

supuestamente portador infalible de felicidad.

Es el coche del siglo y la casa de los sueños,

es el espíritu dominado por lo religioso

que pretende iniciarte a todos los misterios de la vida

y al manejo de los poderes ocultos, incluyendo a Dios.

Es el espíritu de la ciencia que se cree dueña de la verdad. 

Es el espíritu de "pan y juegos" de la Roma decadente,

el espíritu de las grandes empresas al mando del mundo,

el espíritu de los últimos juguetes nucleares

que a la humanidad entera

la hacen estremecerse de admiración y de terror.

Es el espíritu de los recursos mundiales

concentrados en manos de un puñado de individuos

que bailan sobre montañas de oro

y son honrados como genios y héroes

cuando ellos mismos (y los políticos que les sirven)

son los que están matando de hambre a la humanidad,

no sólo por lo que hacen, sino por todo lo que dejan de hacer.

Espíritu de tribu, espíritu de mentira

espíritu de venganza, espíritu de dominación,

espíritu de machos alfa, espíritu de hembras dominantes;

espíritu de lujuria desenfrenada

que hace volar las puertas secretas de los paraísos del placer.

Espíritu de careta y falsedad:

pestañas falsas, pechos falsos, dientes falsos,

labios falsos, uñas falsas...

billetes falsos, dinero falso,

diamantes falsos, dioses falsos... 

Espíritu de proyectos faraónicos,

espíritu de nueva Babel.

y de nueva Babilonia

compitiendo entre sí

para erigir el monumento más alto de la Tierra

a la gloria del falo triunfante.

Espíritu que sueña con colonizar las estrellas

mientras asesina la única Tierra que tenemos.

Espíritu de todas las drogas y opios.

Espíritu de loterías, de casinos y de suicidio.

Espíritu de dominación que te vuelve loco:

Espíritu de Hitler, Stalin y Napoleón,

de Tojo, Franco, Mao, Castro (¡pues sí!)

de Idi Amin Dada, de Pinochet, Videla, Pol Pot y otros, 

espíritu de todos los tiranos, grandes y pequeños,

y de todos los narcisistas 

de ayer, hoy y mañana,

espíritu de todos los salvadores del mundo

que torturan en nombre de la democracia,

que violan en nombre de la libertad,

que roban en nombre de la justicia

que mienten en nombre de la verdad

y amenazan con aniquilar a la humanidad en nombre de la paz.

Espíritu de fanatismo religioso

que paraliza con sus dogmas la libertad del espíritu;

y,  pretendiendo poseer la verdad pura,

anhela con ella prender fuego a los cuatro rincones del planeta.

Espíritu de soberbia, espíritu de odio, espíritu de guerra,

espíritu que convierte a los seres humanos en monstruos,

en máquinas o meros objetos

para comprar, vender y desechar.

 

Es el espíritu del YO, y sólo del yo.  

El propio espíritu del EGO, cuando el ego,

que es la sustancia de la personalidad,

invade la conciencia hasta el punto de bloquear

todo acceso al ser profundo

o al verdadero yo...

 

Ese fue, Jesús, el espíritu tenebroso

al que te enfrentaste  de cara a cara.

Fue como un enorme globo

que se había inflado con todos tus sueños,

y te llevó tan alto y tan lejos

que finalmente reventó 

y te dejó caer

en un vacío sin fondo

con todas tus ansias insatisfechas

y tus ganas no saciadas.

 

Lloraste y gritaste como un animal herido,

revolcándote en las arenas del desierto.

A gritos le rogabas a tu Abba

que tuviera piedad.

 

Perdiste el conocimiento

por largo rato...

 

Cuando volviste a ti,

la tormenta había desaparecido.

No muy lejos divisaste un manantial  

con una caravana que se acercaba a beber de ella.

Eran beduinos, de rostros oscuros,

turbantes, túnicas blancas,

extraños, infieles...

que se movían alrededor tuyo,  

inclinándose sobre ti,

dándote de beber

y compartiendo contigo  

su escasa comida.

Estabas en la gratitud completa.

A tus ojos, estos beduinos eran ángeles

enviados por tu Abba  

para socorrerte.

 

Fue entonces cuando comenzó a germinar en tu corazón

ese himno que sintetiza tu evangelio:

 

" Yo era extranjero

pasando hambre, pasando sed;                          

yo estaba desnudo,

enfermo y prisionero

y viniste a mi encuentro.

Te has fijado en mi desamparo

me has lavado, curado, alimentado.

Yo no podía ver, y me has prestado tus ojos.

Yo estaba muerto

y me has resucitado.

Entonces  tu corazón conoció

el propio corazón de ABBA

y la alegría de su Reino".

 

Así, de nuevo en pie,

espoleado por la dialéctica y la dinámica

del Reino que crece en medio del caos,

te marchaste del desierto feliz y contento

rumbo a tu Galilea natal.

 

De tu ser brotaba una paz grande

que envolvía a los que cruzabas por el camino,

La salud corría de tus manos.

Los más pequeños y pobres,

y todos los postergados

alzaban la cabeza.

Las mismas flores del campo

y los pájaros del cielo,

los árboles y los animales   

se contagiaban con tu felicidad.

 

 

Pero, en cada vuelta de camino,  

te estaban esperando nuevos riesgos...

 

continuará...

 

                                  Eloy Roy