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En la naturaleza domina la ley de la
cooperación y no
la de la competencia. P.A. Cotnoir.
¿Se han
fijado ustedes en los antiguos y bellos cacharros que se pavonean como reyes
por las calles de Cuba? Hace algunos años estas maravillas eran dadas como pura
chatarra.
Por falta de guita
y por culpa del bloqueo comercial impuesto por los EEUU. era imposible
conseguir repuestos para reparar esos autos que entregaban el alma uno tras
otro y que eran de origen estadounidense
en un 99%. No había repuestos ni herramientas adecuadas, y menos aún expertos
en mecánica. Hasta el combustible escaseaba. Para sobrevivir, la gente había
tenido que aprender a desplazarse a pie y a usar bueyes
como antes; por eso, conservar los
viejos autos con vida se había vuelto vital. Fue entonces cuando se produjo el
milagro.
Todo comenzó
con un hombre joven que la revolución había dejado desnudo como un gusano (como,
por otra parte, a todos). De su abuelo había heredado un carro viejo que había
sido descartado hacía años; de esa ruina nadie quería, ni siquiera el Estado...
El hombre se arremangó, se frotó las manos, convocó a su imaginación, a las
ideas, a la ayuda de los amigos y compañeros
de infortunio. Estrechando filas, enfrentaron el desafío clandestinamente, desde luego, ya que, por no
haber salido del bocho de los mandamás, esa actividad podía ser tildada de... contrarrevolucionaria.
Desde la nada
armaron un sistema harto astuto. A diestra y siniestra rescataron repuestos
rusos, alemanes, canadienses, azerbaiyaneses, jamaiquinos, haitianos, vaticanos…
Los piratearon, los remodelaron, los copiaron, los multiplicaron, los pulieron.
Fabricaron nuevas piezas a golpe de martillo y de otras herramientas creadas a
partir de restos metálicos sacados de centrales
azucareras en desuso o de trenes abandonados. Les guiaba, no el competir, sino el compartir. Ésa era la
clave del milagro.
Una vez
restauradas, esas viejas máquinas capitalistas siguieron siendo tan contaminantes como antes, lo cual no impidió
que se bautizaran con el envidiable título de “bellas americanas”. Y así van ahora
surcando alegremente la Perla de las Antillas esos míticos autos súper cromados
con entrañas "multiculturales". Deslumbran al mundo con sus pelajes verde manzana, rojo fuego,
azul cielo, amarillo como el sol, blanco como la nieve, negro, malva… Son un hechizo
con sus nuevas mudas, brillantes como espejos, titilantes como estrellas.
Para quien
tiene ojos para ver, los bellos cacharros (llamados “tacots” en Cuba) son la
prueba más fehaciente de que los milagros existen. El automóvil, símbolo por
excelencia del capitalismo triunfante, ha sido transformado en su opuesto, o sea
en un símbolo, no del poder de la Plata
que todo lo compra y roba, ni del poder del Estado que también todo lo roba y todo
lo programa y lo impone desde arriba
hasta la asfixia del pueblo, sino en el lindo símbolo del esfuerzo social de individuos de la base que
eligen con toda libertad compartir lo que saben, lo que tienen y lo que son
para bien de todos y de cada uno(a).
Estos cacharros
vueltos a la vida nos confirman por lo
menos tres cosas que nos cuesta creer:
- que hay
vida después de la vida...
- que el famoso
milagro de la multiplicación de los panes, del que habla el evangelio, tiene
bases en la realidad.
- que lo de
“la resurrección de la carne” podría ser
una idea menos descabellada de lo que se piensa.
Solidaridad
social, cooperación, puesta en común, compartir... son la pasta de todo milagro
digno de ese nombre. Con toda seguridad son el camino del porvenir, no solo de
unos cuantos desahuciados, sino de la humanidad toda.
¡Viva Cuba! Eloy Roy
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