martes, 26 de septiembre de 2017



SAN HERODES   


Cuento político religioso

Harto  de pasar por  el  cuco  que se  come crudos a los niñitos,   el  rey Herodes toma la decisión de hacerse devoto de la religión.
Alzándole en un palanquín de oro, doce peones lo trasladan en persona al Pesebre de Belén para adorar al Niño Dios. La mugre del lugar le sube a las narices y casi lo sofoca. Desgarrándose las vestiduras pega un grito: "¡Qué vergüenza, sólo salvajes reciben a Dios en esa forma!”
En dos patadas echa fuera a pastores, corderos y piojos. Luego, tomando la sagrada familia bajo sus alas, sale corriendo del establo, le prende  fuego y vuelve a Jerusalén.

El mismo Herodes alza al Niño en sus brazos y lo hamaca. Se encariña tanto con el crío que lo adopta como hijo y lo proclama heredero de su corona.  José, al igual  que el hijo de Jacob, su célebre tocayo, es apuntado primer ministro del reino, y María, convertida en Primera Dama, se encarga de repartir al pueblo los puestitos, mercaderías y otros favores del monarca. Hábilmente moldeada por las artes disuasivas del omnipresente ministerio del Interior, la conciencia nacional canta día y noche las alabanzas de tan esclarecido, tan justo y santo rey. 

Así pasan los años en el país de Herodes hasta el día en que a Jesús, ya hecho hombre, se le ocurre salir a la calle y hacer una gira por todas las regiones. Para su asombro descubre que,  mientras la dirigencia se la está pasando de maravilla en palacio, los impuestos y las botas de los milicos del Templo, del Imperio romano y del mismo Herodes le hacen la vida insoportable al pueblo. Esa mala sorpresa le cae como un rayo. Ni bien vuelve a casa, salta adonde Herodes y le tira en cara con una cólera como nunca se le había visto:

-  Yo siempre creí que eras bueno, pero eres un monstruo. Un hombre mentiroso, injusto, cruel  y malvado.

-  ¿Malvado yo? le contesta el rey con una lágrima  en  el ojo, te olvidas de que este malvado te rescató de un establo. El ingrato, eres tú. Mira, en mi reino los derechos de la gente se respetan de acuerdo a la voluntad de Dios. Pues ¿quién creó las diferencias sino Dios? Dios dio talentos a unos y a otros, no. De ahí que hayan ricos y pobres; de ahí que haya gente sabida y gente ignorante. A unos les toca pensar y mandar, a otros, trabajar y obedecer. Los delincuentes y los rebeldes han de ser castigados como corresponde. Ése es el orden que, en su insondable sabiduría, Dios ha establecido en la tierra para todos los hombres.


- ¡Un colmo!, protesta Jesús con grandísima bronca…
Escucha a Juan el Bautista, lee a Moisés y a los Profetas. Ellos claman en qué consiste la voluntad de Dios.
Sale clarísimo, desde las primeras líneas de la Biblia, que Dios no regaló la tierra a unos cuantos nomás, sino a todos. Así que todos tenemos el mismo derecho de poseer
lo necesario para vivir como gente. Si unos son más grandes, más fuertes y más inteligentes que otros, ésos han  de ponerse al servicio de los últimos para que lleguen a ser tan grandes como ellos.  Aquellos que más reciben más han de dar, pues Dios nos hizo a todos y a todas IGUALES y DE LA MISMA FAMILIA. Esto ni se vende ni se compra; ningún rey puede cambiarlo. Es  sagrado. Es voluntad de Dios por siempre jamás!

Ni el Excelentísimo Caifás con su rollo de siempre (al que Jesús, de todas maneras,  tapándose los oídos y bostezando, se niega a escuchar), logra calmar a Jesús:

-¡Ay!, hijo mío, cuídate de esas ideas descabelladas que corren por las calles en estos días. El Bautista será un santo varón, pero no deja de ser un alarmista y un exaltado. Aquello que ese hombre predica sin autorización de nuestra parte lo tienes que tomar con pinzas. El tiempo de los profetas pertenece al pasado. El mundo ha evolucionado.  Hoy tenemos a los romanos encima. Estamos que las papas queman. Una sola chispa y se prende una deflagración que acabará con todos nosotros. Prudencia, querido, prudencia. No te metas con la propiedad privada, ni con las clases sociales ni con las Fuerzas armadas. ¿Acaso  somos salvajes pa­ra que todo sea de todos, sin ninguna estructura, sin orden, sin jerarquía, sin fuerzas de seguridad? La civilización y el progreso tienen sus exigencias. No es matando de hambre a los ricos como vamos a dar de comer a los pobres.  Está escrito: “Pobres siempre habrá”. Créeme, lo mejor es ayudar a los pobres a aceptar su situación confortándoles con la esperanza de que, un día, en el cielo, Dios los premiará.

Caifás se siente inspirado como nunca, mientras Jesús le escucha sin escucharle, y se muerde la lengua.

- Cuidado, hijo mío, con el espíritu de rebeldía, que es el de Satanás, el que se negó a obedecer a Dios.
- Rehúye de la violencia, pues la violencia no  engendra sino más violencia.
- Es cierto que el  pueblo tiene hambre de pan,  pero lo que más necesita es conocer a Dios, su Ley y su Paz.  ¡No lo  vayas a defraudar!  
- A los pobres tienes que incitarles a trabajar, pues hay una escasez de mano de obra en las fincas. Nada peor que la ociosidad; es madre de todos los vicios…
- No te dejes engañar por las quejas de los pobres. Les gusta lloriquear, pero son más ricos de lo que piensas. Yo mismo a veces los envidio. Son más libres que uno y, digámoslo, más felices también.
- Respecto a la santa Biblia y a los profetas, ¡ojo! La Biblia contiene muchas cosas útiles, pero no todas son provechosas. Solamente la autoridad religiosa suprema tiene las luces del Espíritu para interpretar correctamente el mensaje. El criterio a seguir no es únicamente la verdad - pues  a menudo la verdad mata - sino el orden y la paz. « Unidad », ésta es la palabra suprema de la Biblia. A un pueblo rebelde y peleador como el nuestro sólo una autoridad muy fuerte puede mantenerlo unido. Por lo tanto, para entender bien el propósito de la Biblia y cumplir con la voluntad de Dios, lo único que hay que hacer es obedecer a la autoridad. Obedece, hijo mío, y no critiques. Sé humilde y manso.
- Además, lo que más importa no es cambiar las estructuras sino los corazones.
- Y bla bla bla..."                              

Jesús calla. Podría recalcarle al viejo Caifás que sus consejos salpicados de santidad no son sino emanaciones de un corazón cobarde que ha elegido defender los intereses del rey y los suyos propios antes que los del pueblo. Pero ¿para qué discutir? Caifás y Herodes tienen bien entornillado en el cráneo que el pensar de ellos es el propio pensar de Dios…


Terminado este último intento de  lavaje de cerebro, Jesús se retira en silencio. A los cinco minutos, vuelve completamente en cueros llevando en sus manos las insignias de oro y de plata con las que lo habían condecorado. Las entrega al rey y al pontífice diciendo: “Esas cadenas, se las devuelvo. Todo cuanto me han dado lo dejo atrás. Ya no les debo nada. Ni un segundo más me quedo en este palacio de mentiras, de podredumbre y de muerte hipócritamente pintado de religión y de santidad. ¡Prefiero volver a mi establo!” En eso, sin mochila ni nada, Jesús se manda a mudar.

El resto de la historia es conocido. Jesús se mete hasta el pescuezo en los sufrimientos y los sueños de los últimos de la tierra ; entre ellos obra maravillas que hasta hoy en día tienen al mundo asombrado. Su popularidad alcanza una cima vertiginosa que los “dueños” del país y  los santurrones sabotean sin descansar. No pudiendo recuperarle para sus banderas, los fundamentalistas y los radicales armados libran contra él una guerra sin cuartel.  Tanto es así que, al cabo  de dos o tres   años, cuando Herodes y Caifás lo vuelven a ver, Jesús está muerto, colgando de una cruz.

¡Qué pena, suspira Herodes, ya se lo había dicho! 

-¡Y sí..., suspira Caifás, lástima; un joven que prometía tanto!

- Y que yo  he  sacado  de la nada…,  agrega Herodes  secándose una lágrima. Pero era rebelde. Hoy en día la juventud es así… No respeta nada…

-  Consolaos, hermano de mi corazón, susurra el Pontífice bendiciendo a su rey. Seamos magnánimos. Perdonemos a ese pobre Jesús que, en vez de unir al pueblo, lo ha dejado más dividido. Solo el tiempo  podrá borrar la memoria de semejante desastre. Reconozcamos, sin embargo,  que en sus momentos de lucidez Jesús dijo cosas lindas sobre el amor; cosas que yo rescato, pues es lo que yo siempre predico: el amor y la paz…  

Aquel día, al pie de la cruz, el  buen rey  Herodes y  el Beato  Caifás juran amarse cada vez más como hermanos…

                                                           Fin

Aquí concluye ese pequeño cuento.  Algunos dicen que el 95% de la Iglesia es más Iglesia de San Herodes y del Beato Caifás que de Jesús de Nazareth. ¿Tú, qué dices?
                                 
                                        
                                                                                    



Eloy Roy

Diciembre 1990

 

                                                   
           




  Al reunirse con Juan el Bautista, a quien los apparatchiks religiosos miraban como hereje y rebelde, se dio en la conciencia de Jesús una ...