miércoles, 6 de junio de 2012

JUAN EL BAUTIZADOR Y SU CORDERO


Presentación:


                                                   

En la época en que los quebequenses de ascendencia francesa eran todos muy católicos, San Juan el Bautizador, seguido por un cordero, había sido designado como el santo patrono de su nación.  Pero, a raíz de la famosa “revolución tranquila” de los años 60, el Bautizador y su cordero fueron literalmente borrados del mapa. No sin razón.

Porque estos dos grandes símbolos del mundo cristiano, Juan Bautista y el  Cordero,  habían llegado a ser con el tiempo imágenes puramente sentimentales, buenas sólo para el consumo de los devotos y para el espectáculo folclórico,  sin ninguna relación seria con la situación política, económica, social y cultural sufrida por el pueblo desde la conquista de 1759 por los ingleses.

Según el espíritu de Jesús, a los santos, a la Iglesia y a sus signos sagrados, así como al propio Evangelio, cuando se los vacía de su contenido profético, “no sirven para nada, por lo que son tirados afuera y pisoteados por la gente.»
                                                                              
                                                                                          (Mateo 5, 13)  




JUAN EL BAUTIZADOR  Y SU CORDERO


Antiguamente se celebraba con desfiles, fanfarrias y toda pompa la fiesta de San Juan Bautista, glorioso patrono de los canadienses de cepa francesa. Cerraba el desfile una carroza que era una montaña de flores sobre ruedas llevando triunfalmente al muchachito que representaba al santo. Bello como un ángel y tan enrulado como su cordero que masticaba una brizna de heno a su lado, el niño parecía deslizarse como una nube ante los ojos de una  multitud embelesada. Una indescriptible emoción invadía todos los corazones y el buen pueblo agradecía al cielo el haberle asignado un santo tan encantador.

Pasó el tiempo y, un buen día, hace ya más de cuarenta años, en las calles de la impúdica Montreal, Juan Bautista apareció de pronto sin aureola, sin estandarte y sin cordero. A imagen del pueblo, había crecido de golpe y se había convertido en un verdadero Tarzán orgulloso y todopoderoso. Su robustez, sin embargo, no le sirvió de mucho.  Apenas si duró un par de años y, sin más, desapareció; sin entierro, sin nada. Como una vergüenza, como una mancha en la familia de la que es mejor no hablar. Sin embargo, en su vida real este buen santo patrono no había sido un tipo banal,  ni tampoco su cordero.  ¿Quiénes eran exactamente?




EL BAUTIZADOR

 
 
                                                              
Desde muy joven Juan, apellidado el Bautista, o sea el “Bautizador” (es decir “el Sumergidor”),  es iniciado en la vida extremadamente austera de los monjes del desierto. Esos monjes llamados Esenios, son disidentes. Recusan la autoridad y aún la legitimidad de los sumos sacerdotes que, desde el templo de Jerusalén, gobiernan al pueblo - en aquella época, política y religión son carne y uña. Además incuban los sentimientos más negros para con los romanos que a la sazón colonizan el país con el palo, manejando a los sumos sacerdotes como meros títeres entre sus dedos.

Dicho en lenguaje moderno, los amigos disidentes del Bautista son muy religiosos, pero  anticlericales, y nacionalistas a ultranza. Aunque sean bastante huraños, no son partidarios de una revolución armada. Creen más bien que el  cambio se ha de dar desde adentro, planteando una verdadera revolución en la cultura y la misma religión del pueblo.

Lo que los esenios pregonan es que todo individuo se puede purificar de sus pecados  directamente con Dios, sin recurrir ni a los servicios de los sacerdotes del Templo, ni a la mecánica de los sacrificios que son, para los sacerdotes,  el medio de ganarse la vida. Esto  equivale a condenar al clero al hambre y  a sublevar al pueblo en contra del gobierno, lo cual obviamente constituye una revolución de las más perversas.

De sus maestros esenios Juan Bautista adopta el espíritu revolucionario y se adhiere con toda su alma a esa idea nueva de liberarse de la tutela del clero para reconciliarse  con Dios. También aprende de ellos las virtudes terapéuticas del agua tanto para el alma como para el cuerpo porque, aún en pleno desierto, los esenios hacen uso abundante del agua para purificarse en anticipo del día en que el templo quede limpio de los sacerdotes que lo deshonran  y el país, libre de las botas sacrílegas de los idólatras romanos.

Juan es por lo tanto un muchacho muy limpio bajo su túnica tejida con pelo de camello. Pero bien pronto se siente incómodo en ese ambiente de monjes  que cada vez tiene más olor a secta. Deja entonces la comunidad para ir a refugiarse como solitario en una cueva del desierto. Se alimenta con miel salvaje y con langostas - excelentes para la salud. Busca su propio camino.

Lo que quiere, ni más ni menos, es ver a Dios y descubrir lo que Dios espera de él. Y, como suele suceder con  los que hacen la experiencia de la nada, hace la  experiencia del todo. Combate contra el invisible como Moisés y como Jacob, hasta llegar a ser fuerte y libre. Luego, abandona el desierto para volverse hacia su pueblo.

Desde las orillas del río Jordán, Juan se echa a hablar. Su voz suena como un trueno. Grita: “¿Ustedes ven esas montañas que ocultan el horizonte? Pues bien, ¡serán niveladas! ¿Ven esas quebradas que las separan? ¡Serán colmadas! ¿Ven esos caminos torcidos? ¡Se volverán rectos!” (Lucas 3, 5).


                                                      

Traducción: Ven  ese puñado de pretenciosos que se creen dueños del mundo y que se yerguen sobre la cabeza de los más pequeños, pues bien, sus días están contados; se van a venir abajo. Ven esa multitud de pobres que están en el fondo pozo, pues van a subir para arriba. No habrá más gente arriba ni gente abajo. En cuanto a los que tuercen las leyes ¡será mejor que empiecen a aprender a marchar  derecho!  En tres palabras: ¡igualdad, justicia, libertad!  

¡No hay un segundo que perder, clama el Bautista, tomen la delantera! ¡Si no comienzan a ponerse en camino inmediatamente para realizar ese gran cambio, todo va a explotar!  Ustedes confían que, por ser “pueblo de Dios”, o “pueblo elegido” o hijos de Abraham, no les va a pasar nada. Están muy equivocados. Lo que cuenta es la justicia. Ser hijos de Abraham no salva a nadie, lo que salva es ser justos como Abraham fue.

Sepan que de estas piedras como las que están viendo en este río, Dios puede sacar montones de descendientes de Abraham, pero no es lo que le interesa. Lo que a Dios le importa es que tú que tienes, compartas con el que no tiene. Quiere que tú, el funcionario, seas honesto, y que tú, el encargado de la seguridad, dejes de abusar de la gente (Lucas 3,7-14).

Para la gente de poder, ese lenguaje es simplemente  insoportable, pero no así con la gente ordinaria que reconoce en el Bautista la voz de sus profetas, la propia voz de Dios.

Muchos entonces se embarcan con entusiasmo en el gran movimiento de Juan el Bautizador. Como prueba de que han decidido rectificar el camino que han seguido hasta ahora, se dejan sumergir en el agua. En otras palabras, “se mojan”. Mojarse significa comprometerse, invertirse  personalmente en un cambio radical de vida para acabar con la enorme desigualdad entre los de arriba y los de abajo (aplanando “cerros” y rellenando “quebradas”…), y para acabar también con todas esas artimañas que tuercen el derecho y trampean al pueblo indefenso.   

A todos aquellos que lo siguen de todas partes y acuden a sumergirse en el río junto a él, el Bautista no los refiere a los sacerdotes, ni les pide que vayan a ofrecer  sacrificios para que Dios les perdone. Les exige que pongan en práctica la justicia.

El Bautista es el primero en “mojarse” por la justicia. Más de una vez denuncia los crímenes de Herodes, el rey de su tierra. Que tenga a la cuñada de concubina  no es la mayor fechoría de ese triste señor, pero igual el Bautista lo denuncia, lo que exaspera a la concubina que consigue del amante que le corte la cabeza. Así termina la carrera de Juan Bautista, con la cabeza cayendo bajo la espada de Herodes por haber amado la verdad y clamado por la justicia.

En síntesis Juan, llamado el  Bautista, fue un gran tipo que no merece ser el santo patrono de un pueblo cobarde que tendría miedo de mojarse.




Y EL CORDERO



                                              


Juan el Bautizador, el que exhorta a la gente a “mojarse” por la igualdad, la justicia y la libertad señala con el dedo a un hombre de Nazaret llamado Jesús, declarando: “¡Es él! Yo soy chispa nomás, él es fuego.   No le llego a los tobillos. Ni me atrevería a atar los cordones de sus sandalias.  Nosotros esperamos desde hace mucho que un “cordero” venga a cargar sobre sus espaldas nuestras penas y nuestra vergüenza nacional para liberarnos de ellas, pues bien, ¡ese cordero es él!”

Para nosotros, en nuestra cultura moderna, un cordero es un perdedor. Pero para la cultura del pueblo de Juan Bautista no es así. Ese pueblo es antes que nada  un pueblo de pastores y el cordero es su alimento, su ropa, su vida. Es uno de sus recursos más vitales. Al cordero se lo venera. Se lo ama porque da la vida para que el pueblo viva, prospere, sea libre y feliz. El cordero, en una palabra, es el símbolo sagrado de aquel que se da a sí mismo para la vida y la libertad de todos.

Porque de lo que se trata es de libertad. He aquí por qué.

Según los antiguos relatos, el pueblo de Juan  Bautista había sido esclavo en Egipto, un país ajeno en el que un faraón había decidido exterminarlo.

El faraón, en realidad, tenía miedo de este pequeño pueblo que, a su parecer, crecía y se desarrollaba demasiado rápidamente y podía, algún día, aliarse con un  enemigo para derribarlo o volverse independiente. De modo que el faraón tomó medidas drásticas para obligar a este pueblo pequeño y diferente a vivir como los egipcios o a morir. 

Cuando ese pequeño pueblo no pudo aguantar más los maltratos del faraón, decidió correr el riesgo de liberarse. Todo se organizó desde luego en el más grande secreto. Con la policía vigilando 24 horas sobre 24 y espías por todas partes, era desde luego necesario no despertar sospechas. Fue entonces cuando apareció el cordero.

¿Qué puede ser más inofensivo que un cordero? Nadie podría sospechar que un cordero va a hacer una revolución… Y bueno, ¡vean ustedes! Precisamente por su apariencia inocente el cordero fue elegido como signo de concertación de un pueblo de esclavos y de detonante de su liberación. Un pequeño cordero, es decir un corderito. Un cordero asado a las brasas, que todos los esclavos debían comer en sus casas a la misma hora, con el abrigo y el sombrero puestos, de pié y con el bastón en la mano, listos para iniciar la partida. Todo aquello fue una epopeya increíble que terminó bien gracias a Dios.


Para el pueblo no hay duda alguna de que es Dios mismo él que les ha otorgado esa victoria sobre el faraón. Entonces el cordero se convierte enseguida en un gran símbolo del Dios Liberador que da la vida para reunir al pueblo disperso y gratificarlo con el don sagrado de la libertad.

De modo que cuando, un buen día, Juan Bautista señala a Jesús con el dedo y declara públicamente: “El es el Cordero”, lo que está diciendo es que Jesús es el hombre que Dios envía a su pueblo disperso “como ovejas sin pastor”,  para que lo congregue y lo lleve a recuperar su  libertad.

Y así fue la vida de Jesús: un combate permanente por la libertad de su pueblo y de todos los seres humanos.

Por un momento se creyó que los enemigos de la libertad que lo crucificaron habían triunfado, pero la historia demostró lo contrario. Envalentonada con su ejemplo, mucha gente se comprometió a seguir su mismo camino.

No se enfrentaron al Imperio pero lo socavaron rechazando adorar los fundamentos sobre los que estaba edificado.

Esa resistencia costó la vida de centenares de miles de personas pero finalmente el Imperio cayó y triunfaron los oprimidos de ayer.

No obstante las múltiples traiciones que le seguirán, sucede  que los grandes valores de que se jactan nuestras modernas sociedades hubieran tardado mucho más en ver la luz del día si esos primeros hombres y esas primeras mujeres no hubieran tenido el valor de seguir los pasos de ese famoso “cordero” llamado Jesús.

A Juan le cortan la cabeza por su audacia y por las mismas razones, Jesús, el “cordero” es vilmente asesinado.

Los dos dan su vida para que todos los pueblos de la tierra despierten, incluido el nuestro,

El cordero es, por lo tanto, forma parte de los códigos secretos del “underground”. Es un potente símbolo de resistencia activa destinado a estimular a los oprimidos que pueden difícilmente enfrentar al sistema opresor. Es un símbolo sagrado de asociación  por la independencia y un signo desencadenante de la liberación.

En el libro del Apocalipsis el cordero es representado a la vez degollado y en pié en el corazón del pueblo (Apocalipsis 5, 6). Es la representación alegórica del triunfo del inocente sobre el lobo, del pequeño sobre la misma muerte y de la victoria segura de la no violencia, resistiendo a toda tiranía hasta el sacrificio de uno mismo para que todos los pueblos  se hagan cargo de su destino y se lancen a la gran aventura de su total liberación.

                                                                           Eloy Roy









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