viernes, 31 de agosto de 2018

ABDUL SAM-ON


Kurier.at

Eres birmano, tienes 14 años de edad, y hace ocho años que estás viviendo en Tailandia. La budista y muy militarizada Birmania de la que eres oriundo, hambrea, corre y mata a rohingyas y musulmanes como tú, por verlos a ustedes como semillero de terroristas. 

Por eso, a los 6 años, tuviste que emprender el camino del exilio junto con cientos de miles de paisanos tuyos, y fuiste a parar en Tailandia. Por supuesto no traías ningún documento de identidad, razón por la cual se te ha negado aún el estatus de refugiado. Ante la ley, simplemente, no existes. En el mejor de los casos se te tolera como un inmigrante ilegal, del que cada quien puede aprovecharse. Sin embargo, hablas el birmano, el tailandés, el inglés, el mandarín y el wa; tocas la guitarra, vas a la escuela y eres un excelente jugador de fútbol en el equipo de los Jabalíes. 

En una excursión del mes de julio pasado, mientras explorabas con tus amigos Jabalíes una cueva que no parecía tan traicionera, fuertes lluvias del monzón de repente inundaron todo. El agua se precipitó con tanta furia dentro de la cueva que les fue imposible dar marcha atrás. Tuvieron que huir metiéndose más adentro. Mientras buscaban refugio  entre las cavidades rocosas más lejanas de la cueva, el agua seguía creciendo detrás de ustedes. En aquel lugar en el que, finalmente, lograron agazaparse, cada día la constante súbida de agua reducía un poco más el espacio ya muy pequeño que les permitía respirar. 

Experimentaron el horror de la oscuridad total con muy poco aire, sin nada para comer, y con apenas un chorrito de agua para sobrevivir. Ese calvario duró nueve días hasta que finalmente unos benditos buzos británicos alcanzaran localizarlos. Luego vino una demora de ocho días más para que la operación de rescate, complicada y arriesgada en extremo, pudiera despegar. En aquella operación, uno de los buzos tailandeses perdió la vida. Al final, arriesgándolo todo, ustedes alcanzaron salir con éxito de ese abismo. Los testigos hablaron de milagro. 

¿Cómo esta hazaña pudo darse? 

Tú, Abdul Sam-On, fuiste el hombre de la situación. Siendo el único que podía comunicar en inglés, conectaste tus compañeros con los rescatadores británicos. Fuiste el cordón transmisor de vida entre los dos grupos. Sin tu conocimiento del inglés, sin tu agudez mental y tu auto control, en una palabra, sin ti, joven Rohingya indocumentado e inmigrante ilegal, esta cueva, con toda seguridad, habría sido tu tumba y la de tus valientes jabalíes. 

De todo corazón, millones de gracias a ti, querido Abdul Sam-On, por lo que eres y lo que hiciste. Muchas gracias también a los buenos cristianos tailandeses que, ocho años atrás, te acogieron como un hijo suyo en su hogar. Estas personas de gran corazón te han transmitido su fe en un Dios que ama no solo a cristianos, budistas, birmanos y tailandeses, sino también a musulmanes, rohingyas, inmigrantes indocumentados, refugiados, migrantes, extranjeros e ilegales. Y, por supuesto, ama igualmente a los corajudos rescatadores australianos, británicos y tailandeses. 

Después del rescate, tus compañeros jabalíes estaban maravillados cuando comentaban a la prensa que mucho le habías rezado a Dios en las profundidades de la cueva y que Dios te había escuchado. 

Hoy en día sigues siendo un cero ante la ley; nadie pone en dudas, sin embargo, que fuiste el "salvador" de tus doce hermanos. Tu historia es hermosa. Se parece extrañamente a la del joven José de la Biblia. Es parecida aún a la de Jesús, el que tenía doce amigos también. Ese Jesús se dedicó en cuerpo y alma a la tarea de conectarnos entre nosotros, los humanos, para llevarnos a través de desvíos, montañas y barrancos, a la salida de muchas cuevas, incluso la muy extraña cueva de la muerte. 

                                                      Eloy Roy

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