Una defensa
apasionada,
libre y radical de la
justicia,
para que un mundo
menos cruel sea posible.
Este libro nos interpela
sin paliativos y nos exige una respuesta personal ante la gran injusticia que
sustenta nuestra ‘civilización’.
Libro número 13
de la colección feadulta.com
Ediciones FE ADULTA, agosto
2012,
Madrid – España
ISBN
978-84-7631-038-0
220 páginas, 21 x 15 cm, rústica
PVP 10,00 €
Presentación del libro
Este libro no es una tesis, ni un poema, ni siquiera un curso de mala
teología. A pesar de su orden aparente, es un revoltijo de textos que llevan de
un lado para otro, del apocalipsis al jardín del Edén, de los faraones al
Vaticano, de la religión alienante a un Evangelio cuestionador, de la imagen de
un mundo podrido a una utopía de justicia que se empecina en declararse ya en
marcha... Fogonazos que no buscan convencer, sino acaso prender alguna chispa
en nuestras soserías religiosas...
O estimular una fe que ya intuye, o sabe, que el mundo de la justicia,
de la libertad, de la paz, de la fraternidad universal, un mundo menos cruel no
solo es posible sino que comienza cada día. Y que la religión que no se
apasiona por la justicia y la libertad no es más que una higuera estéril.
Significado del título
Porque al higo se le atribuye propiedades afrodisíacas, muchas culturas
antiguas rendían, a la sombra de las higueras, cultos tórridos a las divinidades
especializadas en la fertilidad, la vida en abundancia y el placer erótico. La
Biblia integró ese simbolismo, lo purificó y lo aplicó al Templo, morada del
Dios viviente, fuente de vida y de toda felicidad. El Templo era la Gran Higuera
del Pueblo de Dios.
Pero, en el trascurso del tiempo, una casta de potentados religiosos
logró hacer del Templo una prisión para Dios y un centro de dominación y
de explotación del pueblo. Jesús libró un combate de todos los instantes contra
esa tremenda perversión. Cuando su protesta pacífica estaba por estallar en un enfrentamiento violento con los “vendedores del templo”, Jesús maldijo una higuera que se secó hasta la raíz (Marcos 11, 12-20).
Esa higuera reseca quedó como la señal profética de la ruina que iba a acaecer sobre el templo y el
mismo pueblo que se resignaba a que la religión del Dios de la Vida se trasformara en un
instrumento de esclavitud. De hecho, treinta años después de la muerte de Jesús,
los ejércitos romanos arrasaron el templo y la ciudad de Jerusalén. La “Gran
Higuera” se desecó hasta la raíz.
Esa señal de la higuera reseca no ha perdido validez y bien pudiera apuntar a las Iglesias y a los
gobiernos de nuestro tiempo.
El autor
Eloy Roy es un
sacerdote canadiense, misionero treinta años entre Honduras, Argentina y China,
amigo de la teología de la liberación, enamorado incondicional de la justicia y
de la Biblia profética. Colaborador habitual de www.feadulta.com.
Autorretrato
Nací en 1936 en la Beauce, una región linda e
industriosa del futuro país del Québec que hasta hoy forma parte del Canadá. En
1962 fui ordenado sacerdote en la Sociedad de Misiones Extranjeras de Québec y
posteriormente hice estudios de pastoral en Colombia y Bélgica. En mis 30 años
de andanzas misioneras por Honduras, Argentina y China, he descubierto que Dios
hablaba por boca de los nadie. Su idioma era el de los Derechos humanos, las
culturas autóctonas que rescatar, las tierras ancestrales que recuperar, el
amor a la Madre Tierra, la liberación de la mujer, el horrendo escándalo de la
pobreza y el crimen de lesa humanidad de las desapariciones de personas, etc.
Esa lengua era la lengua del evangelio, era la de un Dios-hecho-pueblo.
Pero desde hacía mucho existía otro dios que pretendía
ser el único y verdadero Dios. De hecho, él no era sino una falacia inventada
por los que buscaban adueñarse del mundo. Tenía temibles cabos de vara y no hablaba
el lenguaje de los pobres como Jesús. Nos hizo la guerra y la ganó. El
Dios-hecho-pueblo no tuvo mucha suerte, nos aplastó el Dios-de-los-Ejércitos.
De regreso a mi Canadá natal, con una salud no tan
mala como para morirme y no tan buena como para hacerme algo útil, vivo
bamboleando entre la indignación permanente y la esperanza serena de que el
viejo dios, enemigo de la justicia y de la libertad, reviente antes del fin del
mundo, y que uno no tenga que salir de la Iglesia por tratar de ser un tanto coherente
con el evangelio.