sábado, 25 de agosto de 2012

MI BANDERA, MI PARTIDO, MI RELIGIÓN, MI PATRIA





No puedo ser  humano y permanecer neutral frente a un mundo en el que tantos humanos son rechazados, oprimidos, marginados o ignorados.  Tengo que elegir mi partido.

Mi partido es el de los postergados, en contra de todos aquellos que abusan de  ellos.

Estoy del lado de la grandeza y de la dignidad de cada ser humano y en contra de  la injusticia  de cualquier signo, sea de derecha o de izquierda, que crea la pobreza, la acrecienta, la multiplica.

Mi patria es la justicia, en solidaridad con las mujeres y los hombres enamorados de ella hasta no sacrificar jamás una sola pizca de la misma a ningún partido, a ninguna ideología, a ninguna religión o no religión. 

No estoy con la justicia oficial de una democracia coja que está trapicheada cada día por  aquellos que tienen la manija, sino  con la justicia que otorga  a los que no tienen nada los mismos derechos y el mismo poder que a los que lo tienen todo.

Estoy con esta justicia que reconoce que la Tierra también tiene sus derechos que son solemnes y sagrados,  y que urgirnos a respetarlos de verdad  es una cuestión de vida o muerte para toda la humanidad.

Fuera de la justicia, de una justicia humana, con alma amplia y flexible, compasiva  y holística, no tengo ni bandera, ni partido, ni iglesia ni patria.
                                                                                                        
                                                                                      Eloy Roy



martes, 21 de agosto de 2012

PACHAMAMISMO Y CRISTIANISMO



¿Puede uno ser, al mismo tiempo, cristiano e hijo de Pachamama? Apuesto que sí. Pues no todos los que profesan ser católicos tienen una auténtica vivencia del evangelio de Jesús, y no todos los que practican ciertos rituales en honor a Pachamama tienen necesariamente alma de idólatras.


                                           
                                                                     
Durante once años tuve la suerte de compartir la vida de un pueblo que veneraba con fervor tanto a Pachamama como a la Virgen María. Escarbando debajo de las apariencias, no solo no pude encontrar contradicciones fundamentales entre esas dos formas de religiosidad, sino que descubrí que ambas se podían complementar provechosamente. Me pareció que la Madre de Jesús aportaba una inapreciable dimensión de interioridad espiritual y humana a la Madre Tierra, mientras la Madre Tierra añadía a la figura de María (y de la misma Madre Iglesia), una dimensión integradora y concreta de todo lo creado.
Históricamente, “pachamamismo” y cristianismo se llevaron muy mal. En la iglesia, simplemente, no había lugar para Pachamama. “¡Mito, superstición, idolatría, paganismo!” fulminaban desde los púlpitos los sacerdotes de antes. Pero, hoy en día, fuera de unos grupúsculos integristas de ambos bandos, se podría afirmar que la Iglesia y Pachamama han empezado a mirarse con menos recelo.
No hay duda de que el “pachamamismo” es un mito, pero esto no significa que sea del diablo. Antes se tenía un concepto absolutamente negativo de los mitos. Pero con el desarrollo de la antropología y de la historia de las religiones se ha descubierto que el mito no es tal cuco. Es el ropaje en el cual se envuelven las verdades esenciales que dan fundamento, cohesión y sentido a la cultura de un pueblo. Tradicionalmente, ha sido por medio del mito, constituido de historias, imágenes, leyendas, creencias, cuentos, danzas y ritos, como la sabiduría humana se ha desarrollado y transmitido a través de los tiempos.
En sí mismo el cristianismo, por ejemplo, no es un mito ya que se edifica sobre personas de carne y hueso que han vivido realmente en la historia, pero fue en gran parte gracias a un sinnúmero de mitos como su mensaje ha logrado atravesar dos milenarios para transmitirse hasta nosotros. Sin los mitos en torno al Cristo de la fe, a la Virgen, a los mártires y a los santos, tal vez la vivencia del Jesús histórico se hubiera perdido por el camino, y su mensaje también. El mito ha servido de vehículo para transmitirlo hasta nosotros.
El mito de Pachamama
En el imaginario popular, Pachamama es una señora grande y robusta, de sombrero ancho, que anda por el cerro acompañada por un perrito negro y lleva en la mano un canasto en el que recoge hojas de coca y hierbas curativas. Ella es responsable de la fecundidad de la tierra y se enoja con los que le faltan el respeto.
Porque a la Madre Tierra no hay que faltarle el respeto. De ella viene la vida de las plantas, de los animales y de los humanos, la cual tiene sus leyes. No observar las leyes de la vida significa una muerte segura. Por lo tanto, esas leyes son sagradas. La primera ley, para el humano, es trabajar para que la tierra dé su fruto.
Necesitó miles y miles de años para llegar a domesticar la agricultura, lo que comenzó a darse hace apenas unos 10 000 años, o sea algo como una semana atrás en la escala de la evolución humana. Y, sin embargo, no se ha llegado todavía a amaestrarla del todo. La última palabra la sigue teniendo, no el trabajo, ni los extraordinarios adelantos de la ciencia y de la tecnología, sino la misma Naturaleza. Aún en pleno siglo XXI, el agricultor propone, pero es la Tierra la que dispone…
Ella es la Madre y es la Dueña.
La tierra no es tan solo suelo. Es la Madre que en su vientre carga con la vida, desarrollándola en su cuerpo y brindándola al mundo. Es una fuerza misteriosa con poder de vida y muerte, de la cual nadie puede hacerse “dueño”. Desde el momento en que la vida depende enteramente de ella, el humano ama y teme a la Tierra como a una diosa. La mayor preocupación del humano va a consistir en buscar la forma de congraciarse con ella, merecer su bendición y no su maldición, su generosidad y no su castigo. Esta esperanza será el motivo de todos los rituales dedicados a Pachamama.
También esposa
Una mujer, para dar la vida, necesita de un hombre. La Tierra, tan grande, tan poderosa, tan misteriosa, y que es como una diosa, necesita también de un marido para llegar a ser Madre. Y ¿quién puede ser su marido, sino el Sol? El Sol se enamora de la Tierra, la penetra de sus rayos, la fecunda y así se convierte en el Padre de todo lo que vive en nuestro mundo. Por lo tanto, el Sol es dios también. Es el Dios supremo.
¿Es esa linda historia un cuento no más, o hay algo cierto en ella? ¿Es aceptable para un cristiano o cristiana?
Todo lo que cuenta esa historia es cierto. Obviamente la Tierra no es una mujer, ni una Madre, ni una diosa... El Sol tampoco es Dios, ni un marido, pero ¿se puede expresar con mejores imágenes el misterio de la vida y aun el mismo misterio de Dios? Cosa cierta es que la misma Biblia - ¿y por qué no?- recurre a imágenes parecidas para hablar de la relación fundamental que Dios tiene con los hombres y con la tierra…
La Biblia y Madre Tierra
El cristianismo me enseña, desde las primeras páginas de la Biblia, que “Dios formó al hombre con el polvo de la tierra” (Génesis 2, 7), y que, por tanto, el ser humano, además de ser hijo de Dios, es igualmente hijo de la tierra a la que tiene que “cultivar y cuidar” sin, por ello, convertirse en esclavo de la misma, ya que Dios le da también el mandato de “someterla” (Génesis 2, 15; 1, 28).
El cristianismo es una religión de salvación. Se da la misión de revelar al mundo lo que se estima ser el camino para que la gran aventura humana tenga éxito y desemboque, al final de un lento y extenso proceso de evolución, en una asombrosa transfiguración divina.  El cristianismo presenta a Jesús como la encarnación de dicho camino.
Pero sucede que, a través de los siglos, la Iglesia se ha esmerado tanto en tratar de convencer al mundo que Jesús era Dios que su aspecto de hombre de barro tal vez se haya quedado grabado como un accidente no más en la memoria profunda de los cristianos. Por eso, hoy resulta difícil para la mayoría de los cristianos concebir que el camino de salvación encarnado por Jesús esté íntimamente ligado a la tierra.
Sin embargo, no hay salvación sin la tierra. El libro del Éxodo del Antiguo Testamento muestra cómo, por voluntad de Dios, los hebreos son sacados de la esclavitud y del exterminio en Egipto y son encaminados hacia la libertad y hacia la vida gracias a la promesa de una tierra propia.
Salvación sin tierra es salvación nula. Un Jesús que no tiene nada que ver con la tierra es un fantasma. Salvación y tierra van de la mano. Nosotros lo hemos separado todo.
Con razón el Eclesiástico saluda a la Tierra como “madre universal” (Eclesiástico 40, 1). A la Creación entera el apóstol Pablo la compara con una mujer que sufre y seguirá sufriendo los dolores de parto hasta que todos los humanos logren alcanzar la libertad de los hijos de Dios, es decir hasta que todos logren entrar en posesión de la propia tierra que brinda vida y libertad a todos (Rom 8, 21-22). No sólo sufren los hombres por falta de tierra sino que la misma tierra sufre dolores por los hijos e hijas, sus numerosísimos hijos e hijas, que siguen excluidos de ella.
Es mensaje central de la Biblia que la Humanidad es comparable a una mujer de la cual Dios se ha enamorado. Ella aparece como la novia de Dios y como su esposa. Dios se casa con ella, hace alianza con ella. Se une carnalmente con ella - lo que la teología llama “encarnación”.
Aunque la familia humana no sea siempre una esposa fiel, y a veces se comporte como una verdadera prostituta, nunca deja de ser la esposa de Dios, quien, para corregirla, no vacila en “desterrarla” a Babilonia, para luego perdonarla y traerla de vuelta a su tierra:
“No te llamarán más ‘Abandonada’, ni a tu tierra ‘Desolada’, sino que te llamarán ‘Mi preferida’ y a tu tierra ‘Desposada’. Porque Dios se complacerá en ti y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se casa con una muchacha virgen. Así el que te rescató se casará contigo, y como el esposo goza con su esposa, así harás las delicias de tu Dios (Isaías 62, 4-5)
Habría que leer también todo el libro del profeta Oseas, que es una gran alegoría de los amores tumultuosos de Dios con su pueblo, y ¿por qué no el Cantar de los Cantares, que es otra alegoría inmensamente bella sobre el mismo tema?
Es muy sugestiva la alegoría que Isaías usa para describir la relación de Dios con la Tierra y el pueblo que la habita:
“Yo soy Yavé, y no hay otro más…
Que los cielos manden de lo alto, como lluvia,
y las nubes descarguen la Justicia.
Que se abra la tierra y produzca su fruto,
que es la salvación,
y al mismo tiempo florezca la justicia,
porque soy yo, Yavé , quien lo envió”
(Isaías 45, 7-8).
Dios con su lluvia fecunda la tierra, la cual se abre para recibir el germen de vida. Ese germen es la justicia.
“Pachamamismo” puro
Para el cristianismo, la revelación culmina en un Dios tan enamorado de la humanidad que, perdonando sus rebeldías, “se hizo carne y puso su tienda entre nosotros” (Juan 1, 1.14). Al tomar un cuerpo hecho de tierra como el nuestro, Dios asume nuestra realidad de tierra, de manera que, al vernos, puede exclamar junto con el hombre de las primeras horas de la humanidad cuando por primera vez contempla a la mujer: “¡Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne! (Génesis 2, 23). Y esto hasta el extremo de amarla hasta la cruz.
Toda la enseñanza de Jesús, del que decimos que es “Dios-con-nosotros”, parte de la naturaleza. Los grandes símbolos que él usa para compartir con nosotros su experiencia de Dios, él (como no podía ser de otra manera) los saca de la naturaleza: la semilla, el pan, el vino, el agua, el viento del Espíritu, el fuego, la luz... La mayoría de sus parábolas del Reino se refieren a cosas de la tierra. Porque a través de los signos de la tierra, Dios se da a conocer, Dios habla, Dios actúa.  
Por supuesto, la Biblia no compara a Dios con el Sol. Se cuida mucho de ello. Y eso se debe a que el pueblo de la Biblia sufrió horrores como esclavo en Egipto donde el Sol era dios. Al liberarse de Egipto, el pueblo de la Biblia empezó a adorar a un Dios más fuerte que ese Dios-Sol de los egipcios. Ese “nuevo” Dios era único y liberador, y ninguna imagen podía representarlo. Por eso, el pueblo de Israel extirpó de su culto todas las imágenes del sol.
Esto, sin embargo, no quiere decir que el sol no haya sido y no siga siendo un hermoso símbolo de Dios. Tanto es así que a la Biblia a veces todavía se le escapa la comparación y por allí habla todavía de Dios como de un fuego parecido al sol. Jesús será saludado como el Sol naciente (Lucas 1, 78) y se transfigurará ante tres discípulos extasiados permitiendo que vean con sus ojos su cara resplandeciendo “como el sol” y su ropa volviéndose “blanca como la luz” (Mateo 17, 2). Será llamado “Luz del mundo” (Juan 8, 12). En la mañana de Pascua, a la hora que sale el sol, las mujeres acudidas al sepulcro donde el cuerpo de Jesús había sido depositado, hacen la experiencia de una presencia de luz fulgurante que anuncia la resurrección del Señor (Mateo 28, 2-7). Son imágenes.
El libro del Apocalipsis, por su parte, sintetiza todo el mensaje de la Biblia en la figura de una mujer embarazada envuelta de sol, con la luna bajo sus pies y la cabeza coronada con estrellas (Apocalipsis 12, 1-29). Esa mujer representa la Humanidad. Está “revestida de Sol”, es decir abrazada por Dios y completamente llena de Él. Tiene a la luna bajo sus pies, lo que significa que trasciende el Tiempo, cuyos días y meses son marcados precisamente por la luna. Está embarazada para simbolizar que de la unión de Dios con la Humanidad liberada por Cristo se encuentra el futuro de la misma Humanidad, que es la inmortalidad en Dios. Lleva sobre su cabeza una corona de doce estrellas, símbolo de todo el cosmos, para significar que el Cielo y la Tierra han alcanzado la harmonía perfecta. Finalmente la Mujer aquella es la misma Creación de la que Pablo dice que sufre dolores de parto…
Históricamente la virgen María, la madre de Jesús, era humilde y pobre; sin embargo, a la fe le gusta pintarla con los rasgos de esa Mujer que el Apocalipsis celebra como la esposa envuelta en el sol de Dios. A la fe le gusta también usar los mismos rasgos para representar a la Iglesia de los discípulos de Jesús que, en el siglo I, era tratada como la basura del mundo, pero que, en su cuerpo martirizado, no sólo llevaba las marcas de la cruz de Cristo, sino también los gérmenes de la resurrección y todo el porvenir de la humanidad.
El amor y el respeto a Pachamama, la Madre Tierra, que es madre de un pueblo que quiere vivir envuelto junto a ella en el sol de Dios, trabajando, buscando sus secretos, utilizándolos para el servicio de la vida, no tiene nada de pagano. Es sabiduría y espiritualidad, que tiene mucho en común con el misterio de la alianza de Dios con los hombres en la Biblia.
Santa es la Tierra porque ella es el gran sacramento por el cual nosotros alcanzamos conocer y experimentar algo de Dios. Es más, es a través de un hombre hecho de tierra igual que nosotros que, según la fe cristiana, el mismo Dios nos viene al encuentro. Y es por medio de la misma tierra (que nos enraíza en el cosmos y nos da un hogar en el universo) como nosotros vamos hacia Dios hermanados con todos los humanos y con todos los otros seres que constituyen el mundo. Esa conciencia de formar parte de un todo de dimensiones ilimitadas nos saca de nuestra extremada pequeñez para abrirnos al propio misterio de un Dios que todo lo contiene y todo lo transciende.
Por eso celebramos la Tierra y la agradecemos en todo tiempo. Celebrarla como Madre nos compromete a vivir en armonía entre todos, a fortalecer los lazos que nos unen y a reconciliarnos cuando éstos se distienden. La Madre Tierra, además, nos mantiene vinculados a los hermanos y hermanas cuyos cuerpos, al morir, volvieron a su seno; desde ese lugar y, a través de ella, ellos siguen misteriosamente fecundando nuestras vidas.
Que haya cosas paganas en ello, no se puede negar, como las hay también en la misma Iglesia, donde mucha gente todavía toma el bautismo como un talismán contra la enfermedad y la mala suerte, y donde la misa sigue siendo para muchos un rito de tipo mágico para despachar a los muertos al otro mundo.
Por lo tanto, rescato de la espiritualidad indígena que la Tierra no es una cosa; no es una mercancía, no es algo para comprar, cercar, explotar, vender. No es algo descartable. Es antes que nada un ser viviente del que dependen todos los seres vivientes. Es fuente de vida para plantas, animales y humanos. Es sagrada como es sagrada la vida. Es realmente madre de toda la humanidad y, por ende, fuente de la gran fraternidad universal, razón más que suficiente para llamarla “Santa”. Se desprende de ello que la tierra y sus riquezas han de ser repartidas de manera que todos los humanos puedan crecer y prosperar. De esa justicia fundamental dependen la armonía, la paz y el futuro del planeta.

                                                                        Eloy Roy



  Al reunirse con Juan el Bautista, a quien los apparatchiks religiosos miraban como hereje y rebelde, se dio en la conciencia de Jesús una ...