lunes, 23 de marzo de 2015

CONEXIÓN JPG

                 
                    JUAN PABLO GUILLET
                       el hombre de las conexiones



                           

            “Ya que a ti te gusta hacer conexiones”
        le dijo  el superior con una sonrisa medio burlona..

Por ELOY ROY

En aquel tiempo, 60 años atrás, no había computadoras, ni  Internet, ni Facebook, ni Tweeter, ni iPhone, ni teléfonos portables. Los 400 000 habitantes del Sur de Honduras podían contar con apenas el telégrafo y cuatro o cinco teléfonos que chirriaban mucho. Dios vio la cosa y le preocupó. Pensó que un pueblo tan disperso en las montañas y tan poco “conectado” debía llevar una vida triste y le dio lástima. Pero descubrió que allí existía la RADIO. Entonces le vino una idea. 

Fijándose en Juan-Pablo Guillet, su amigo, lo colmó de un montón de talentos. Lo bendijo con el don particular de hacer “conexiones” con cables eléctricos y le regaló además un gusto marcado por el Evangelio de Jesús, por los micrófonos, las cámaras, los audiovisuales, las películas y la música. Luego  envió a su amigo Juan-Pablo a Choluteca con la misión de “conectar” a todo el pueblo de la zona.

Fue así como, en enero de 1959, el  joven Juan-Pablo,  sacerdote de la Sociedad de Misiones-Extranjeras de Quebec, aterrizó en Tegucigalpa, se subió a una “baronesa”  (camión-bus) cargada a topes de pasajeros, de equipajes e incluso de animales, y fue a parar en los vapores de Choluteca, de por sobrenombre “la Sultana del Sur”, después de demorar nueve largas horas para recorrer los 145 km que lo separaban de la Capital.

Montando una pequeña Vespa, manejando su furgoneta Volkswagen, tocando el acordeón o cantando,  este sacerdote desbordante de energía, llamó enseguida la atención del pequeño mundo de Choluteca que no tardó en percibirlo como un hombre de muy buena onda.

En un principio, como todo buen misionero, Juan Pablo bautizó a miles de niños. Surcó las montañas a lomo de mula para acompañar a los enfermos en sus últimos momentos. Conoció las faenas de las fiestas patronales en las capillas de los pueblos remotos de la montaña.

De pronto, junto con Guillermo Aubuchon y Henri Coursol,  y con otros compañeros de la misma hermandad, acometió la tarea de agrupar en torno a dirigentes en cierne, a grandes porciones de ese pueblo desparramado entre centenares de  pequeñas localidades mal comunicadas. 

Sacando provecho de las riquezas inagotables de la religiosidad popular, estos pioneros de la misión implantaron  entonces movimientos tan tradicionales como el Apostolado de la oración, la Legión de María y los Caballeros Católicos. Como si de nada fuera, estas pequeñas organizaciones iban a poner las primeras piedras de una obra mayor que pronto salvaría las paredes de las capillas y transformaría a millares de humildes laicos en  agentes de un profundo cambio de la sociedad.

La gran aventura de la Radio

La misión propiamente dicha de Juan Pablo comenzó el día en que colgó unas bocinas grandes de los campanarios de la venerable iglesia de Choluteca y las hizo hablar.  Fue la  sensación en la pequeña ciudad. A la gente le encantó escuchar su propia música y oír voces conocidas hablar de cosas cercanas a su realidad. Siguieron después las atractivas proyecciones de audiovisuales sobre las paredes de las capillas de los pequeños pueblos del campo. Por todas partes, gente que ayer aún era muda, se sorprendía de repente a decir cosas, a comentar, a participar…  Con esas primeras experiencias  Juan Pablo descubrió una felicidad única que lo confirmó en su deseo de dar voz a los sin voz, “conectándola” con la voz del más famoso hombre del campo en el mundo: Jesús de Nazaret.

Después de cuatro años en Choluteca, Juan Pablo se trasladó a la Capital  para asumir la responsabilidad de la parroquia de La Guadalupe.  No había llegado allí cuando a Evelio Domínguez, el obispo auxiliar de Tegucigalpa, se le ocurrió pedir a la SME que le prestara un sacerdote para dirigir un proyecto de “Escuelas radiofónicas” en la Voz de Suyapa, la radio católica de Honduras. Guillermo, el superior,  le comentó el asunto a Juan Pablo, y con una sonrisita escéptica y medio burlona, le dijo: “Ya que a ti te gusta hacer conexiones, quizás podrías sacarles de apuro.”…  Armado con tan prestigioso diploma y ardoroso respaldo,  Juan Pablo zambulló de cabeza en el proyecto de las Escuelas radiofónicas de Honduras y, de la noche a la mañana, se improvisó arquitecto e ingeniero de lo que, muy probablemente,  llegara a ser con el tiempo la obra clave de la misión de la SME en Honduras.


Ya Juan Pablo, unos años antes, casualmente por radio,  había oído hablar de Escuelas radiofónicas que funcionaban en un lugar de Colombia llamado Sutatenza. El comentario era que esas escuelas hacían maravillas entre los campesinos de la región. Juan Pablo recordaba que al escuchar eso él se había entusiasmado y había dicho para sus adentros: ¡“Algo así haría falta en Honduras! ». Le pareció que por lo pronto su deseo estaba por cumplirse, pero a condición de que él mismo lo armara todo desde cero.  Entonces se pegó un viaje rápido a Sutatenza. Quedó fascinado por lo que vio allí y volvió con la mochila llena de ideas para el proyecto de Honduras.

De regreso a Tegucigalpa, “el hombre de las conexiones”  se rodeó de un equipo de profesionales y un grupo de jóvenes muy motivados. Se creó el Comité de apoyo con el nombre de “Acción Cultural Popular Hondureña”. Pronto se compartieron los sueños, se repartieron las tareas y, al cabo de unos meses de trabajo arduo, las Escuelas radiofónicas entraban en ondas.

Comenzaba entonces una aventura que iba a traer literalmente  al mundo cientos de millares de campesinos, en su mayoría analfabetos, quienes  desde siempre se encontraban privados de medios elementales para crecer simplemente como familias, como productores agrícolas, como artesanos, como ciudadanos y cristianos comprometidos, y como personas conscientes, libres y responsables de su destino.  

Las Escuelas Radiofónicas penetraron en todas partes de este laberinto de montañas que es Honduras, en donde las ondas alcanzaban encontrar paso.  Derramaron por doquier luz y ánimo. Popularizaron medios técnicos, concretos y  prácticos para que la gente valiente del campo pudiera desarrollarse en todos los ámbitos más esenciales de su vida.

¿Cómo funcionaban las Escuelas Radiofónicas? Ver nota más abajo.

Las giras

Para abrir camino a las Escuelas radiofónicas, Juan-Paul saltó en su busito Volkswagen al que tenía repleto de equipamiento y de material de toda clase, y se lanzó en una gira por las principales regiones más importantes de Honduras. Iba, desaparecía, se borraba, volvía de nuevo, estaba por todas partes. A veces se lo entreveía de pasada  por Choluteca, más concretamente por las montañas del  Corpus, adonde iba con frecuencia a comprobar en el terreno cómo todo funcionaba.

Una pequeña “universidad” popular: la Colmena

Una cosa llamando otra, en 1965, Juan-Paul fundó en Choluteca, el Centro La Colmena para perfeccionar la formación de los  pequeños dirigentes surgidos de las múltiples organizaciones populares que crecían por todas partes. Los monitores de las Escuelas radiofónicas, los responsables de pequeñas cooperativas y sindicatos nacientes, los promotores de la salud y, más tarde, los animadores de las Celebraciones de la Palabra encontraron en la Colmena la pequeña “universidad popular” que les hacía falta para crecer más y  desplegar sus alas a un nivel que llegó a ser sorprendente.

El contenido de estos programas elaborado por el mismo Juan Pablo, a veces ayudado por unos colaboradores, reflejaba claramente la realidad y las expectativas de la gente sencilla. La pedagogía empleada rompía con los viejos esquemas: era esencialmente participativa y no directiva, siempre arraigada en lo vivido y orientada hacia una práctica comunitaria muy concreta. Ese método se alineaba en la “pedagogía liberadora” que, en esa época, empezaba a tener repercusión en América latina.  Y también  en una teología del mismo estilo, ya que, en la Colmena, no se abordaba el evangelio de Jesús de Nazaret como una doctrina o una moral, sino como un encuentro real entre el Dios de Jesús Resucitado (que libera de la misma muerte) y su pueblo de Honduras enfrentado con dificultades que le superaban para poder simplemente sobrevivir.

Para Juan Pablo, la experiencia de la Colmena fue como alcanzar la punta del Everest. Le aportó la inmensa alegría de ver a cientos de personas, que se creían nada o muy poca cosa, florecer como esos grandes árboles echando tranquilamente sus magníficas flores un par de semanas antes de que caigan las primeras gotas de lluvia al cabo de seis largos meses de sequía.  La Colmena le causó a Juan Pablo la mayor satisfacción de su vida.

El choque

No todo, sin embargo, fue color de rosa. Desde los doctores de la tradición clerical  de la vieja iglesia, nada se hizo para facilitarle las cosas a Juan Pablo. Y muchísimo menos aún desde los terratenientes. Estos hombres de gatillo fácil,  todos incondicionales de los gobiernos militares, veían en los campesinos nada más que una mano de obra barata. Esa visión, Juan Pablo, la desbarataba sin misericordia desde La Colmena,  pero sin violencia, por supuesto.  Ahora bien, cuando, un día,  los campesinos empezaron por sí solos a manifestar en una forma bastante contundente que ya habían dejado de ser los peones serviles de los terratenientes, éstos pusieron enseguida a precio la cabeza de Juan Pablo. Monto fijado: $250 US… ¡Una ganga! 




Radio Paz

Para conservar su cabeza, Juan Pablo se alejó  tácticamente de la Colmena y mantuvo un perfil bajo esperando días mejores. Entretanto, a pedido de Marcelo Gerín,  primer obispo de Choluteca, el hombre se dedicó a nada menos que la instalación y programación de una emisora de radio diocesana bautizada con el nombre de “Radio Paz”. Y mientras soñaba con proyectos que lo llevarían en espíritu hasta la lejana África,  organizó intercambios de solidaridad entre las diócesis de Choluteca y Gatineau, en Canadá. Y,  como si fuera poco, se hizo camionero…

Efectuó al menos cuatro viajes en camión, desde Montreal, Canadá, hasta Choluteca, y otros tres o cuatro desde San Francisco, California, transportando cada vez cargas de  material de segunda mano para ser utilizado en sus instalaciones de Honduras. Este material, recogido por amigos  de Quebec, (de Radio-Canadá, en particular)  o de California, contribuyó efectivamente al equipamiento y a la instalación de antenas para  emisoras de radio en distintas regiones de Honduras como Olancho, EL Progreso, Santa Bárbara, Santa Rosa de Copán, Comayagua y, por supuesto,  Choluteca. La mayoría de estos viajes a través del Canadá, los Estados Unidos, México y la mitad de Centroamérica, Juan-Paul los hizo casi siempre solo y cada vez con un nuevo camión usado que, por lo visto, funcionaba…

Crisis de Olancho

Los campesinos ya no aguantaban más. Desde hacía  varios años, sus organizaciones habían intentado recuperar por  medios legales a su alcance, aquellas tierras públicas que la mayoría de los terratenientes del país habían usurpado en el transcurso del tiempo. A nivel gubernamental, un Instituto de Reforma agraria tenía el cometido de asegurar que esas recuperaciones de tierras se conformaran a la ley, pero, por razones fáciles de adivinar, el pobre Instituto no hacía milagros… Los campesinos perdieron paciencia y decidieron lanzarse en acciones en gran escala, por cierto, legítimas, pero que resultaron, en algunos casos, menos legales de lo que se suponía. Los terratenientes y ganaderos encontraron allí la  ocasión soñada para asestarles un golpe mortal.

En el Olancho del 1974, zona en la cual la vida no valía nada, un terrateniente y un General de Ejército capturaron  y mataron a diez campesinos y a dos sacerdotes.  Los asesinos echaron los cadáveres a un pozo muy hondo y,  con la esperanza de borrar todo rastro de su crimen, usaron dinamita para tapar el pozo. El obispo del lugar fue amenazado de muerte y expulsado de por vida de su diócesis. En Choluteca, el Gobierno militar cerró Radio Paz. También cerraron Radio Progreso. Los sacerdotes de Choluteca reclamaron una investigación independiente sobre la masacre de Olancho; el Gobierno militar se la otorgó. Con  Enrique Coursol al frente, algunos de ellos desempeñaron un papel clave para descubrir la verdad sobre lo ocurrido. Hecha la luz, los asesinos fueron identificados,  juzgados  y castigados por la justicia.  


Esos acontecimientos ponían de manifiesto que el gran despertar del mundo campesino que la Iglesia había propiciado se estaba  volviendo en contra de ella. En el Sur, varios colaboradores entre los  más cercanos de Juan Pablo habían formado sin ruido un nuevo partido político y habían incentivado a escondidas las invasiones ilegales de tierras. Además, y siempre en forma solapada, merodeaban por el campo para “robarle” a la Iglesia sus mejores dirigentes de comunidad, provocando así mucho descontento. Para  los terratenientes y los militares, había que admitir las cosas como eran: todo aquello era una maniobra de los “curas extranjeros” para trepar en las esferas políticas y asentar mejor su poder.  Había que parar eso de una buena vez y encerrar a la Iglesia de vuelta en sus sacristías. Juan Pablo y la diócesis de Choluteca estaban en aprietos.

Superada por los acontecimientos, la Iglesia del país dio un paso al costado. Cortó los puentes con los amigos que se habían convertido de repente en militantes de un partido  político. Internamente, tiró una línea de separación clara entre los compromisos de un dirigente dentro de la comunidad eclesial y dentro de la política.

Ante esa situación, todos los sacerdotes de Choluteca estuvieron de  acuerdo en que era necesario, en adelante, ser menos ingenuos y, más que nunca, hacer uso de discernimiento.  Pero la mitad del clero insistía para que la pastoral de la diócesis tomara un giro más específicamente religioso, mientras la otra mitad, con el obispo y Juan Pablo al frente,  abogaba, al contrario, por no  aflojar en lo social, menos aún en ese  momento en que el mundo campesino corría un serio  riesgo de volver a caer en lo de antes. No hubo acuerdo posible entre ambos bandos. Desde entonces las aguas de la pastoral de Choluteca quedaron partidas en dos por largo tiempo.

Un mes había pasado desde el cierre de Radio Paz, cuando Juan Pablo, gracias a sus “conexiones”,  la hacía funcionar de nuevo, pero con otro nombre. Ahora  convertida en “Radio Valle”, la radio de la diócesis de Choluteca reanudó con sus emisiones como si de nada. Y las Escuelas radiofónicas volvieron a las ondas para mayor felicidad de los campesinos. Ciertas emisiones como, por ejemplo,  las que se difundieron con motivo de las Semanas santas de esos años,  batieron el récord de audiencias.  

Revolución

De hecho, sin buscarlo directamente, Juan Pablo puso en marcha una revolución, o algo muy parecido.  Por su persona, por sus  talentos y sus “conexiones”, y, prescindiendo del traspié  político mencionado,  gracias también a los valiosos equipos que lo acompañaron, él cambió la vida de mucha gente y dio o devolvió a todo un pueblo: vida, dignidad, conciencia crítica y esperanza. Todo lo que las Escuelas radiofónicas aportaron al país fue simplemente asombroso.

En el Sur, se abrieron caminos en medio de las montañas, se cavaron pozos de agua potable, se construyeron escuelas y centros de salud; técnicas de agricultura y ganadería se pusieron al día, pequeñas cooperativas y sindicatos de campesinos dieron sus primeros pasos,  mujeres-sirvientas se convirtieron en líderes en las comunidades, numerosos grupos de jóvenes se formaron para aportar dinamismo a aquel gran movimiento de vida nueva.   Luego llegó el día en que, por todas partes, se celebró la Palabra de Dios. No esa Palabra de Dios de los calendarios litúrgicos (tan poco conectada con la realidad de los pueblos oprimidos), sino aquella Palabra que no cambia, la que está enfocada en la conciencia de continuar en el presente el gran combate del pueblo de la Biblia para la liberación de toda forma de esclavitud en Cristo Resucitado. Ésa fue la orientación central de las Celebraciones de la Palabra,  por lo menos en los primeros años de su existencia. 


Se fraguó en el pueblo una conciencia de ir constituyéndose en algo como un gran cuerpo capaz de avanzar democráticamente en una misma dirección, de hablar libremente de una sola voz, y de desempeñar históricamente un papel irreemplazable en la vida de la nación. Ya no se esperaba más nada  de los políticos tradicionales, que, para explotar mejor al pueblo sencillo, lo habían dividido y dejado estancándose en el estado lamentable del que se quería liberar de una buena vez.  Cientos de millares de personas “fuera del mapa” encontraron así su lugar bajo el sol y en su propia tierra.

No se usaron machetes, ni kalachnikov, ni bombas, pero revolución hubo. O, al menos, se dio una anticipación de otra revolución, más grande y más profundamente humana que no solo Honduras necesita aún, sino también la propia Iglesia, y todo el planeta.

¿Era evangelización?

La chispa que dio origen a semejante “resurrección”, fue, desde un principio, el simple deseo de  hacer oír la voz de los campesinos  y “de conectarla” con la Palabra de Jesús de Nazaret. Juan Pablo Guillet (junto con sus equipos de trabajo, por cierto) fue sin lugar a dudas el arquitecto e ingeniero  de esa maravilla, pero, en realidad, el gran inspirador y motor de todo fue Jesús. Pues todo cuanto se cumplió allí lo fue a causa de él. De modo que bien se puede afirmar que, en esos años,  en la zona Sur de Honduras, Jesús mismo  escribió  de su puño y letra aquella hermosa página de Evangelio.

Dudas

Un día, en los años 90, mientras que el autor de estas líneas estaba en la China,  una carta le llegó de  Roma. Llevaba la firma de Juan Pablo. En esa carta, Juan Pablo escribía que no estaba muy tranquilo con su trayectoria misionera. Su conciencia le reprochaba a veces el que se hubiera dedicado demasiado  a las “conexiones” y no suficientemente a tareas realmente “sacerdotales”… “Qué va!”, le contesté enseguida. “Mira a Jesús y, con la mano en el corazón, dime a qué tareas sacerdotales él se dedicó en su vida. Tú, yo, nosotros los sacerdotes de la Iglesia, nos olvidamos demasiado fácilmente  que son precisamente los sacerdotes del Templo enteramente dedicados a sus tareas sacerdotales, los que condenaron  Jesús a la cruz.”

Efectivamente, a los funcionarios sacerdotales del Templo de Jerusalén siempre les había caído gordo ese Jesús que no era sacerdote y no se dejaba guiar por los sacerdotes. Era “laico”,  para usar el lenguaje de hoy, y hacía las cosas a su manera. Venía del pueblo y caminaba junto al pueblo al que servía generosamente a partir de los espléndidos talentos que Dios le había regalado. Se dejaba guiar en todo por el Espíritu de Dios al que escuchaba atentamente en sus adentros, para   pensar, hablar, trabajar y orar como Dios quería…

Para Jesús, lo que más le gustaba a Dios no era el culto que los sacerdotes le ofrecían en el templo, sino las acciones realizadas por cualquier persona, religiosa o no,  para acompañar, ayudar, levantar de su postración a los empobrecidos, a los rechazados, a los olvidados. Jamás se trataba de salvar las almas independientemente de los cuerpos. El mismo Jesús se ponía al servicio del ser humano en su totalidad, sin  desgarrarlo entre lo espiritual por un lado,  y lo material, lo físico, lo síquico o lo social por otro lado. No tuvo reparo en tocar a la gente en su carne y con sus manos y, para que se acordaran de ello,  mandó a sus discípulos que se lavaran los pies unos a otros.
La idea de que un buen sacerdote tenga que considerar el culto como primordial  y el compromiso social como secundario, se articula muy mal  con el testimonio de ese Jesús quien, además, no ha ejercido nunca funciones de culto a la manera de los sacerdotes. El culto para Jesús consistía simplemente en dar la propia vida para ayudar al pueblo a salir de la muerte.  Ése fue su sacerdocio.

Aquello está claramente consignado en la genial parábola del Buen Samaritano, en la cual el sacerdote y el levita quedan muy mal parados,  mientras el Samaritano, tan despreciado por ellos, sale “canonizado”.

El Samaritano

No les importaba a los sacerdotes de Jerusalén o a sus allegados tratar a Jesús de comilón, de borracho, de loco, de hereje,  de impuro, incluso de demonio y… ¡de samaritano!  (Mc 3,21-22; Jn 8,48; Mt 11,19. 26,64).  A eso Jesús retruca con la parábola del Buen Samaritano donde queda planteado que no son ellos, tan puros y tan santos, los que tienen el secreto de la vida eterna, sino, precisamente, el impuro, el medio pagano, el samaritano… quien se hace a sí mismo “próximo” del hombre caído, se “conecta” con él y  lo levanta, no solo en su alma, sino en su cuerpo con sus heridas, su historia y todo… Pasar rápido sobre esa parábola,  es como pasar al lado de todo el Evangelio para seguir pretendiendo que lo “sacerdotal”, lo “espiritual” y lo “religioso” es más puro y valioso que cualquier otra tarea a favor del ser humano. (Lucas 10, 25-38).

¿Y quién es ese samaritano sino el mismo Jesús que no asiste mucho al templo y pasa la vida ensuciándose las manos para levantar a los caídos a las orillas de los caminos, a todos aquellos que son ignorados en el mundo, a todos los que se encuentran fuera del mapa y al margen de la sociedad, de la Iglesia y de todo? …  

Todo es sagrado -  Para un culto nuevo un sacerdocio nuevo

Si ha de haber un sacerdocio “cristiano”, la Iglesia debe dejar de imitar a los sacerdotes de Jerusalén y acabar con esa separación artificial, falsa y nefasta entre lo sagrado y lo profano, entre lo puro y lo impuro, entre lo superior y lo inferior, etc. Porque a esta separación tal vez se deba gran parte de  nuestras desigualdades  no solo religiosas, sino también raciales y sociales, así como muchas violencias, guerras, competiciones a muerte, muchas de nuestras luchas fratricidas, de nuestras discriminaciones, de nuestros miedos,  complejos y tal vez de muchos otros sufrimientos.

¡A conectarse, pues!

Pues bien, en contra de todas las voces teológicas de una iglesia desencarnada que se ha empeñado demasiado en considerar como más santo, puro y digno de Dios todo cuanto se aparta de la libertad, del sexo y del mundo ordinario del trabajo, de la ciencia, de la tecnología, de la economía, de la política, de la ecología  y del cosmos, debemos  ponernos firmes y tener muy presente que la salvación del mundo es más un asunto de “conexión” que de  sotanas o de culto y que  no se encuentra allí donde se exacerban las diferencias entre lo celestial y lo humano. Que haya diferencias, nadie lo niega, pero la salvación, según el cristianismo de Jesús de Nazaret, no está en oponer la materia y el espíritu sino en unirlos porque  “Dios se hizo carne” (Juan 1, 14)… y lo que Dios ha unido,  el hombre no lo debe separar nunca (Mateo 19, 6).

De allí se desprende que la única forma de ejercer un sacerdocio realmente “cristiano” - y no a la manera  del Antiguo Testamento- es imitando a un cierto “samaritano” llamado Jesús… “¡Anda, y haz tú lo mismo!” (Lucas 10, 25-38).

Dios es Conexión

Podríamos resumir todo acordándonos de que Jesús no nos dejó una palomita blanca como herencia, ni un libro de moral, ni un compendio de normas eclesiásticas, ni un calendario litúrgico. Lo que él nos entregó es un “espíritu” que no sacraliza castas ni sectas, sino que las rompe, las abre  para congregar, unir, articular todo lo que está  disperso  en un gran cuerpo de variedad infinita y de unidad que  crece como la vida.   Ese Espíritu es  pura “CONEXIÓN”: conexión con uno mismo, conexión con la Realidad, conexión con la humanidad entera, especialmente con los más “desconectados” del mundo,  conexión con el cosmos, conexión con el Reino, conexión del cielo con la tierra,  conexión con EL QUE ES “El MUY CONECTADO”,  ya que es a la vez TRES-y-UNO. El mismo Dios es Conexión.

Despedida

Volvamos a Juan Pablo. En 1982, después de varios años con gobiernos militares, Honduras dio señas de querer volver a la  democracia. Se creó una Asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución. Buscando promover la participación ciudadana, Juan Pablo organizó dentro de un período de cuatro años,  dieciséis grandes debates públicos sobre temas quemantes relacionados con ese proyecto de democratización del país. Participaron de estos debates, con visiones distintas y mucha chispa,  estudiantes y gente de toda clase, incluso candidatos a la Presidencia. Esos encuentros, imposibles de imaginar en otra época, eran difundidos en directo por la radio desde la Casa de la Cultura  (otra obra de Juan Pablo); comenzaban a las ocho horas de la noche para terminar a veces a las dos de la mañana. La participación del público fue entusiasta, activa e intensa. Con este broche de oro se cerraron los 24 años de servicio misionero de Juan Pablo Guillet en Honduras.
  

Regreso a Canadá

En ese mismo año, Juan Pablo regresó a Canadá para dedicarse durante cinco años a la promoción de los medios de comunicación social. Trabajó conjuntamente con una red de institutos misioneros  involucrados en proyectos para la “Iglesia en crecimiento”. Apoyado por algunos profesionales de Radio Canadá, alimentó  cuarenta emisiones de televisión comunitaria con una serie de documentales que él mismo realizó sobre las experiencias innovadoras de las Iglesias de ocho países de África, América del Sur y Extremo Oriente. 

Roma

En 1987, Juan Pablo fue llamado a Roma para ocupar el cargo de Director del Servicio Misionero de la Organización Católica del Cine y del Audiovisual, OCIC (el que, en 2001, llegó a ser la Asociación Católica mundial para la Comunicación “SIGNIS”).
Se desenvolvió durante diecisiete años a nivel internacional, contribuyendo, entre mil otras actividades, a la implantación de estaciones radiofónicas y antenas de radio en nada menos que 70 diócesis de unos veinte países de África.

Surf

Sobre esa majestuosa ola producida por el “Espíritu de Conexión” estuvo surfeando durante toda su vida Juan Pablo Guillet, dando siempre prioridad a los “menos “conectados”, es decir a todos los empobrecidos y humildes que por centenares de miles encontró “a la orilla” de su camino misionero. Al verlos, él nunca “tomó el otro lado” del camino, sino que a través de sus múltiples  “conexiones” “se conectó” a ellos y los levantó restaurando su dignidad y “conectándoles” en comunidad.

Los inició en la democracia. Les dio a conocer sus deberes ciudadanos, y por sobre todo sus derechos, simplemente humanos, que por demás eran ignorados y pisoteados. Les comunicó amor a sí mismos y amor a la justicia. Despertó en ellos la consciencia crítica, la cual es el secreto de la libertad y de la grandeza de los hijos de Dios. Les inyectó grandes dosis de alegría de vivir, de esperanza en el futuro y de sabor anticipado de “vida eterna”.

Última palabra

Y Dios miró todas esas hermosas “CONEXIONES” realizadas por su amigo Juan Pablo. Vio cómo  ese pueblo querido del Sur de Honduras, curado en gran parte de su dispersión,  se había puesto de pie y echado a andar. Le encantó y exclamó: “¡Caramba! ¡Esto está SÚPER BUENO, pues!”

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 NOTA

¿Cómo funcionaban las Escuelas Radiofónicas?

Cada pequeña localidad tenía un pequeño radio receptor a disposición de la comunidad. Una persona que sabía leer y escribir, hacía de “monitor”. Su papel consistía en servir de enlace entre los animadores de la emisora central y el pequeño grupo de campesinos reunidos en torno a él.

La estación central transmitía su enseñanza a todos los grupos reunidos alrededor del monitor. Se daban algunas instrucciones precisas al monitor mientras que éste, armado de una tiza, de un cuadro negro y de algunos “cartillas”, transmitía a su vez la teoría y la práctica a su audiencia. Se proporcionaban algunos espacios para que la gente tome el tiempo de resumir la enseñanza y sobre todo para que tengan la oportunidad de obrar recíprocamente.
Eso suponía que antes, ya se había efectuado un trabajo mínimo en todas las regiones del país “para vender” el proyecto a las comunidades y para elegir los monitores. En consecuencia, era necesario acompañar periódicamente estos monitores, profundizar en su formación, garantizar el seguimiento de todo el asunto, y permitir que lo que se hacía a la base o sea devuelta al centro para que los programas evolucionen constantemente en función de las comunidades y que las propias comunidades tengan su parte que hacer en el desarrollo de esta formación a distancia.
Este trabajo básico, esencial va sin decir, se efectuaba por los responsables de las parroquias de las que las comunidades rurales señalaban. En el Sur de Honduras, esta tarea en primer lugar estuvo garantizada en distintos grados por los colegas misioneros, antes de pasar a ser para la mayoría de ellos una parte-principal de su acción misionera.


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