Al reunirse con Juan el Bautista, a quien los
apparatchiks religiosos miraban como hereje y rebelde, se dio en la conciencia
de Jesús una experiencia tal que, a partir de entonces, jamás dudó en correr riesgos para anunciar la buena
noticia que llevaba dentro. Ni bien salió de la región del Jordán, en lugar de
tomar directamente el camino de regreso a Galilea, se internó solo en el
desierto y pasó allí unos cuarenta días sin comer ni beber.
Otro encuentro muy arriesgado
Tu bautismo, querido Jesús,
no enfrió tu amor por los riesgos,
sino al contrario.
Después de despedirte de Juan el Bautista
para volver a tu Galilea natal
quisiste dar una vuelta por el desierto.
Para uno que anda solo
no es de aconsejar.
Pero no pudiste evitarlo.
El desierto te atraía como un imán.
Porque, más de mil años atrás, tus antepasados,
recién liberados de la esclavitud de Egipto,
erraron durante cuarenta años por el desierto.
Andaban divididos entre volver a Egipto
y enfrentar allá una exterminación asegurada
o más bien seguir más adentro
y terminar chocando con un mundo extraño,
aparentemente muy desarrollado,
bien armado, belicoso
y casi imposible de penetrar.
Al final, para no caer de nuevo
entre los colmillos del cocodrilo egipcio,
no les quedó más remedio
que asumir el reto de enfrentarse a lo desconocido,
con todos los riesgos
que tal opción acarreaba.
Entre triunfos y derrotas
siguieron largos siglos
en los cuales la
sociedad más justa y humana
que habían soñado
no logró enraizarse con hondura en las conciencias
ni materializarse con solidez en la realidad concreta.
En eso, después de más de mil años,
viniste tú y quisiste
enfrentarte al desierto.
¿Para qué ?......
en total soledad,
sin beber una gota,
sin comer un bocado,
pasaste de la euforia a la pesadilla.
Euforia, porque en el desierto encontraste
la calma y la libertad de los grandes espacios,
el misterio de las quebradas y cuevas
excavadas en el vientre de montañas asoladas,
el vértigo de las alturas,
el aire puro, el horizonte sin límite.
El desierto traía el silencio y el vacío
que necesitabas para seguir saboreando
en la paz de tu Abba
la maravillosa experiencia
que acababas de vivir en el Jordán.
Y también iba a ser una gran oportunidad
para soñar el camino a seguir.
Al principio fue el éxtasis.
Duró varios días.
Pero, quizás debido
al hambre,
pronto vinieron las pesadillas.
Ideas, imágenes, visiones
empezaron a girar por tu cabeza
como en los torneos de videojuegos
de los tiempos modernos.
Mundos desconocidos desfilaban ante ti
y tanto te cautivaban
que no sentías más el suelo debajo de tus pies.
Dentro de ti, de repente, se escuchó
UNA PRIMERA VOZ.
Una voz bastante desconocida
que, entre mil cosas, te decía:
«Si quieres cambiar el mundo
para la gloria de tu Dios
si quieres que broten fuentes
en los desiertos
y que crezcan flores
en los corazones secos,
sólo hay un camino:
¡atrae a las multitudes!
En las ferias los hay
que vienen de lejos
e incluso se privan de alimento
para ver cosas insólitas
como un conejo saliendo de un sombrero
o una mujer serruchada en dos.
¡Tú, lo único que tienes que hacer
es darle comida a tu pueblo hambriento!
¡Véndele sueños, llénale la panza,
realiza milagros y magia,
tira fuegos artificiales,
cambia las piedras en pan!
Porque, al fin y al cabo, Dios está contigo ¿o no?
Mira las piedras grises de este desierto,
en el nombre de tu Dios,
cámbialas en panes dorados,
y verás cómo gentíos del mundo entero
vendrán a escuchar tu palabra.
Verán en ti la reencarnación de Moisés,
el más grande de todos los profetas,
el que en su momento salvó a su pueblo del hambre
haciendo llover sobre el desierto
el pan del maná y la carne de las codornices.
También te aclamarán como nuevo Eliseo,
otro gran profeta, el que multiplicó los panes
para alimentar a una multitud hambrienta.
(2 Reyes 4:42-44) ...
Cambia las
piedras en pan
y todos creerán en ti.
Te proclamarán Mesías,
Enviado de Dios,
Hijo amado del Altísimo
y Salvador del mundo.
Por medio de ti, Dios hará maravillas
y todas las generaciones te dirán feliz.
En nombre de tu Dios,
convierte, pues, las piedras en pan,
y tu misión, en todas partes del mundo,
conocerá un éxito monumental».
Te gustaba aquella voz suave,
insinuante y muy amigable.
que no solo te aportaba placer
sino también estímulo y entusiasmo.
Te ponía además ante planteos
que te daban mucho que pensar.
Atenazado por el ayuno,
tu propio cuerpo entendía muy bien
que sin el pan de cada día
no había vida para la humanidad,
ni futuro, ni salvación.
Pero, por tus adentros,
OTRA VOZ intervino:
«A los hambrientos
dales todo el pan que te guste,
jamás les alcanzará.
Siempre sentirán,
sin poder definirlo con claridad,
que algo más sustancial les falta.
Por eso, los antiguos sabios,
no vacilan en afirmar de una sola voz:
"No sólo de pan vive el hombre,
sino de lo que sale de la boca de Dios"...
(Deuteronomio 8, 4)
Fíjate en la lámpara de aceite:
solo alumbra si sobre el aceite
una llama se prende.
Algo parecido pasa con el ser humano:
bien puede vivir gracias al pan de cada día,
pero si la luz de la palabra
que sale de la boca Dios
no se enciende en su corazón
jamás vivirá conforme a la verdad profunda de su ser».
Al oír esas palabras, la voz dulce,
la que te había instado a cambiar las piedras en pan,
enmudeció como boca de pescado.
Se apagaron enseguida los fuegos de la feria
y la paz volvió a tu mente.
Pero al cabo de varios días,
el pescado mudo abrió de nuevo la boca
para que la voz que destillaba miel
te volviera a hablar:
«Que los humanos no viven solo de pan,
no te lo discuto, dijo la voz,
pero ¡no seas tonto!
La vida es dura y, a menudo, cruel.
Pan, agua fresca y amor
no bastan para vivir.
También se necesita ilusión,
sueños y placer.
Si quieres ganar el mundo para tu causa ,
edifica arenas, construye teatros,
crea festivales, lanza concursos,
¡arma espectáculos!».
Esas palabras tuvieron un efecto mágico sobre ti.
Al instante, tu imaginación te llevó sobre sus alas
ora a la azotea de un rascacielos,
ora a la punta de un campanario elevadísimo,
ora a la cima del
cerro más alto del mundo.
De allí, sin paracaídas, te tirabas al vacío
y aterrizabas por el suelo sin hacerte un rasguño.
Entonces, enderezándote como una torre, exclamabas:
«El que tenga ojos para ver, que vea!»
Dios está conmigo.
Ninguna desgracia me puede alcanzar.
porque Él mismo "da la orden a sus ángeles
de llevarme sobre sus alas" (Salmo
91)....
El resultado fue espectacular.
Tus mismos ojos veían
cómo todos los habitantes de la Tierra,
ni bien enterados del fenómeno,
acudían para verte, para tocarte, para escucharte.
Era divino...
Pero demasiado bueno para ser verdad.
La voz insistió: «¿Estarás dudando?
¿Dios no es acaso tu gran amigo?
¿No será cierto que él cuida cada uno de tus pasos?
Si, de verdad, te has encontrado con él en el Jordán,
no seas tímido, ¡muéstralo!
Tu fama subirá hasta las nubes ».
Entonces la otra voz, la del Verbo y del Aliento,
intervino de nuevo:
«Dios no subyuga a las multitudes,
no hipnotiza al mundo,
no deslumbra a nadie.
Odia la ceguera
y ama sólo lo que a la gente la hace libre.
Está escrito:
"No pondrás a prueba al Señor tu Dios" (Dt 6,16).
No lo convertirás en un Deus ex machina
al que se pueda manipular con control remoto.
Dios no hace cine»...
La voz volvió a callar...
Pero la primera voz,
la de las piedras y de los panes,
no había dicho su última palabra.
Volvió a la carga declarando:
«Reconozco que las dos primeras sugerencias mías
eran un tanto frívolas,
pero tengo una tercera.
Olvidémonos de magia y espectáculos.
Seamos razonables y prácticos,
ciñámonos a lo factible y a lo concreto.
La fórmula infalible a 1000% es la siguiente:
¡ASOCIATE CON LOS RICOS Y CON LOS PODEROSOS!
Y aunque estés frunciendo el cejo
porque crees que la gente de plata y de poder es mala,
te cuento que, entre ellos, los hay que son buenos.
Por cierto, lo que buscan todos, buenos o malos,
es ganar más plata.
Pero ésta es la realidad: no se puede hacer el bien
sin plata.
Ellos, los ricos y poderosos, tienen todo,
tienen el dinero, las armas, la ciencia y el
prestigio.
Sobre todo, tienen las conexiones;
los medios de comunicación están en sus manos.
Úsales a ellos antes que ellos te usen a ti.
Confíales tu carrera.
Nunca tu vida, tu misión, tu futuro
estarán en manos más seguras...»
La voz calló.
Esas palabras te trajeron de vuelta a la tierra.
Te parecieron de una lógica implacable,
llenas de sentido común.
De nuevo se disparó el carro de tu imaginación
y pronto apareció ante tus ojos
todo cuanto podrías hacer para la gloria de Dios
al poner en práctica la nueva receta
de tu asociación con los ricos y los poderosos.
En un santiamén
te viste
en el pellejo de los grandes personajes
que la historia honra como héroes
y como modelos para la humanidad.
Te veías como el hombre más famoso
y el más aplaudido del mundo
deleitándote de la cosa en grado supremo.
En ese mundo que estaba yaciendo a tus pies,
ibas a cumplir maravillas,
las que, a su vez, te iban a convertir
en héroe mayor, en estrella inigualable ,
y, ¿por qué no?... ¡en un verdadero dios!
De momento, la voz del Verbo y Aliento
te susurró al oído:
«Está escrito: 'Adorarás
al Señor tu Dios, sólo a él servirás'» (Deuteronomio 6, 13).
Esa palabra fue como una catarata de agua helada.
Echó por el suelo todos tus fantasmas
y te dejó K.O. por completo.
Hicieron falta la mordedura del desierto,
que de día te quema y de noche te congela,
y los calambres del hambre y de la sed
para que descubrieras hasta el dolor
que ese triple camino
de la magia, de la popularidad y del dinero
no era el camino de la Vida,
sino trampas del Adversario
también llamado "Diablo".
Ese camino que a menudo se esconde
detrás de las cortinas de la piedad,
conduce fatalmente
a la esterilidad y a la guerra,
al desierto y a la nada...
El diablo
El diablo no es alguien
sino más bien algo
que vive en nosotros
y sale de nosotros mismos.
Es una "mentalidad", una psicología, una
filosofía, una ideología,
una visión de las cosas,
una forma de pensar y actuar
que forma parte de lo que somos.
Es nuestro lado oscuro,
el que proviene probablemente
del terror antiguo que nos acompañó
desde los primeros instantes
de nuestra existencia como humanos,
cuando no sabíamos quiénes éramos
y que andábamos errando en un mundo extraño
al que nos aferrábamos para vivir
mientras nos sentíamos en él
menos que una mota de polvo
arrastrada por los vientos.
Esa angustia podía volvernos locos,
desesperados y duros
hasta devorar
para no ser devorados.
El diablo es aquella parte de nuestro ser
que, detrás de las apariencias,
tapa lo prohibido y lo peligroso
escondido en la oscuridad.
Es nuestro viejo instinto de cazadores,
esa parte de nosotros mismos
que se amaña en poner trampas
y fácilmente se deja fascinar por las teorías más
extrañas,
por la magia, por los juegos de azar,
por los milagros del maquillaje,
por el producto eternamente renovado, mejorado, y
aumentado
supuestamente portador infalible de felicidad.
Es el coche del siglo y la casa de los sueños,
es el espíritu dominado por lo religioso
que pretende iniciarte a todos los misterios de la
vida
y al manejo de los poderes ocultos, incluyendo a Dios.
Es el espíritu de la ciencia que se cree dueña de la
verdad.
Es el espíritu de "pan y juegos" de la Roma
decadente,
el espíritu de las grandes empresas al mando del
mundo,
el espíritu de los últimos juguetes nucleares
que a la humanidad entera
la hacen estremecerse de admiración y de terror.
Es el espíritu de los recursos mundiales
concentrados en manos de un puñado de individuos
que bailan sobre montañas de oro
y son honrados como genios y héroes
cuando ellos mismos (y los políticos que les sirven)
son los que están matando de hambre a la humanidad,
no sólo por lo que hacen, sino por todo lo que dejan
de hacer.
Espíritu de tribu, espíritu de mentira
espíritu de venganza, espíritu de dominación,
espíritu de machos alfa, espíritu de hembras
dominantes;
espíritu de lujuria desenfrenada
que hace volar las puertas secretas de los paraísos
del placer.
Espíritu de careta y falsedad:
pestañas falsas, pechos falsos, dientes falsos,
labios falsos, uñas falsas...
billetes falsos, dinero falso,
diamantes falsos, dioses falsos...
Espíritu de proyectos faraónicos,
espíritu de nueva Babel.
y de nueva Babilonia
compitiendo entre sí
para erigir el monumento más alto de la Tierra
a la gloria del falo triunfante.
Espíritu que sueña con colonizar las estrellas
mientras asesina la única Tierra que tenemos.
Espíritu de todas las drogas y opios.
Espíritu de loterías, de casinos y de suicidio.
Espíritu de dominación que te vuelve loco:
Espíritu de Hitler, Stalin y Napoleón,
de Tojo, Franco, Mao, Castro (¡pues sí!)
de Idi Amin Dada, de Pinochet, Videla, Pol Pot y
otros,
espíritu de todos los tiranos, grandes y pequeños,
y de todos los narcisistas
de ayer, hoy y mañana,
espíritu de todos los salvadores del mundo
que torturan en nombre de la democracia,
que violan en nombre de la libertad,
que roban en nombre de la justicia
que mienten en nombre de la verdad
y amenazan con aniquilar a la humanidad en nombre de
la paz.
Espíritu de fanatismo religioso
que paraliza con sus dogmas la libertad del espíritu;
y, pretendiendo
poseer la verdad pura,
anhela con ella prender fuego a los cuatro rincones del
planeta.
Espíritu de soberbia, espíritu de odio, espíritu de
guerra,
espíritu que convierte a los seres humanos en
monstruos,
en máquinas o meros objetos
para comprar, vender y desechar.
Es el espíritu del YO, y sólo del yo.
El propio espíritu del EGO, cuando el ego,
que es la sustancia de la personalidad,
invade la conciencia hasta el punto de bloquear
todo acceso al ser profundo
o al verdadero yo...
Ese fue, Jesús, el espíritu tenebroso
al que te enfrentaste
de cara a cara.
Fue como un enorme globo
que se había inflado con todos tus sueños,
y te llevó tan alto y tan lejos
que finalmente reventó
y te dejó caer
en un vacío sin fondo
con todas tus ansias insatisfechas
y tus ganas no saciadas.
Lloraste y gritaste como un animal herido,
revolcándote en las arenas del desierto.
A gritos le rogabas a tu Abba
que tuviera piedad.
Perdiste el conocimiento
por largo rato...
Cuando volviste a ti,
la tormenta había desaparecido.
No muy lejos divisaste un manantial
con una caravana que se acercaba a beber de ella.
Eran beduinos, de rostros oscuros,
turbantes, túnicas blancas,
extraños, infieles...
que se movían alrededor tuyo,
inclinándose sobre ti,
dándote de beber
y compartiendo contigo
su escasa comida.
Estabas en la gratitud completa.
A tus ojos, estos beduinos eran ángeles
enviados por tu Abba
para socorrerte.
Fue entonces cuando comenzó a germinar en tu corazón
ese himno que sintetiza tu evangelio:
" Yo era extranjero
pasando hambre, pasando sed;
yo estaba desnudo,
enfermo y prisionero
y viniste a mi encuentro.
Te has fijado en mi desamparo
me has lavado, curado, alimentado.
Yo no podía ver, y me has prestado tus ojos.
Yo estaba muerto
y me has resucitado.
Entonces tu corazón
conoció
el propio corazón de ABBA
y la alegría de su Reino".
Así, de nuevo en pie,
espoleado por la dialéctica y la dinámica
del Reino que crece en medio del caos,
te marchaste del desierto feliz y contento
rumbo a tu Galilea natal.
De tu ser brotaba una paz grande
que envolvía a los que cruzabas por el camino,
La salud corría de tus manos.
Los más pequeños y pobres,
y todos los postergados
alzaban la cabeza.
Las mismas flores del campo
y los pájaros del cielo,
los árboles y los animales
se contagiaban con tu felicidad.
Pero, en cada vuelta de camino,
te estaban esperando nuevos riesgos...
continuará...
Eloy Roy